Libres

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"Maldito el soldado que apunte su arma contra su pueblo."

— Simón Bolívar.

Cuando estás en la candela, escudándote con lo que puedes y ellos empiezan a lanzar perdigones, el coñazo es tan fuerte que te deja sordo, con los oídos chillando como una cafetera vieja. Siempre está ese miedo, esa vaina en el pecho, de que un maldito perdigón se cuele por el escudo y te dé en el ojo. Si te agarra mal parado, te jode la vista, o peor, te mata de una. A veces pienso que un día de estos la Chinita se va a olvidar de mí, que la suerte se me va a acabar, y ahí quedo. Pero igual, mientras tanto, me da por pensar en los panas que no volvieron a sus casas, en que morir por la patria es vivir, aunque vivir en esta vaina no lo parezca. Así que cada vez que regreso entero, digo que es un milagro, que la Chinita me está cuidando para que siga en la lucha. Varios de los panas ya no están; muertos o presos, quién sabe.

Y si me toca morir, me quedo tranquilo con la esperanza de que algo va a cambiar, que esto no será en vano, porque si morir por la patria es vivir, seguir respirando en Venezuela no lo es.

—¡Pronto seremos libres! ¡Libres! —gritaba un pana con el alma.

El aire se nos iba, pero la arrechera era más fuerte. Su voz temblaba de la rabia, de esa impotencia que te come por dentro, y las lágrimas, esas, no eran de los gases ni de la picazón en los ojos, sino del dolor, de la arrechera contenida.

—¡Vamos a ser libres! —volvió a gritar, con la voz rota.

La Guardia Nacional Bolivariana venía con todo por Altamira, pero nosotros éramos más, y la adrenalina nos mantenía firmes. Con los miguelitos caseros que habíamos armado, logramos poncharle las ruedas a los bichos. A lo lejos, entre el zaperoco, se escuchaba el himno: "Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la ley respetando, la virtud y honor..." Pero de repente se oyeron unos tiros y el coro se cortó en seco. Mi pana, arrecho, gritó: "¡Respeten el himno, coño!" ... "No respires... ¡aguanta!"

Cuando me di la vuelta, el estruendo me dejó sordo; sentí el coñazo en la cabeza cuando caí al suelo, y en un momento de lucidez, vi que estaba empapado en sangre. Me dolía todo: el pecho, la cabeza, los ojos. Apenas distinguía su voz entre los disparos, pero ahí estaba, inconfundible: "¡Vamos a ser libres!"

El cielo caraqueño, ese azul limpio que se iba ensuciando con el humo de la Guardia Nacional, se mezclaba con mis recuerdos, y me aferré a esa frase que me consolaba: "Morir por la patria es vivir."

Y en medio del caos, con otro chispazo de claridad, escuché al gentío gritar con fuerza:

"Y si el despotismo

Levanta la voz,

Seguid el ejemplo

Que Caracas dio."

Objeciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora