JongIn
Era adicto.
Yo, el hombre que se había pasado la vida evitando la mayor parte de las sustancias adictivas (las drogas, el tabaco, el alcohol, incluso el azúcar hasta cierto punto), había encontrado lo único a lo que no podía resistirme.
Fuerza, resiliencia y luz, envuelto en un metro setenta y cinco de piel cremosa y una fría compostura que escondía un corazón de fuego en el fondo.
Pero si él era una adicción... Joder, no quería superarlo nunca.
—¿Vas a pintarme como a una de tus chicas francesas? —se burló KyungSoo, estirando los brazos por encima de la cabeza.
Mi polla dio un salto de interés al verlo tirado en el sofá, desnudo, aunque seamos sinceros, había muy pocas cosas que KyungSoo hiciera que no le interesaran a mi polla.
Tenía un día libre después de sus reuniones matutinas, lo cual era poco frecuente, y nos habíamos pasado toda la tarde en una habitación de hotel a las afueras de Athenberg. Si alguien preguntaba, KyungSoo se estaba tomando un día de spa, pero, en realidad, lo único que habíamos hecho era follar, comer y follar un poco más. Era lo más parecido a una cita que habíamos tenido nunca, o que podíamos tener.
—Cuidado con las risitas, príncipe, si no quieres que te dibuje una verruga en el retrato —lo amenacé.
Él sonrió, y la visión me golpeó como un puñetazo en las tripas.
Nunca me cansaría de sus sonrisas. Sus sonrisas auténticas, no las que mostraba al público. Había visto a KyungSoo desnudo, con trajes elegantes y en lencería, pero nunca estaba más guapo que cuando era él mismo, despojado de todos los artificios que el título la obligaba a llevar.
—No te atreverás. —Se dio la vuelta y se sostuvo la barbilla con las manos, que tenía apoyadas en el brazo del sofá—. Eres demasiado perfeccionista con el arte.
—Eso ya lo veremos. —Pero tenía razón. Era muy perfeccionista con el arte, y la obra en la que estaba trabajando tal vez era mi favorita hasta la fecha, aparte de la que le hice en Costa Rica, que había conseguido acabar con mi bloqueo artístico—. Mmm, veamos. Añadiré un tercer pezón aquí... Una verruga peluda por allá...
—¡Para! —KyungSoo se rio—. Si vas a ponerme verrugas, al menos ponlas en un lugar poco visible.
—Muy bien. En el ombligo entonces.
Esta vez, fui yo el que se rio cuando me lanzó una almohada.
—Años de mal humor, y de repente haces bromas.
—Siempre he hecho bromas. Solo que nunca en voz alta. —Le dibujé las sombras del cabello. Esbozaba una pequeña sonrisa en los labios y le brillaban los ojos de picardía. Hice todo lo posible para que el dibujo a carboncillo fuera realista, aunque no era nada comparado con la realidad.
Nos sumimos en un cómodo silencio: yo dibujaba y KyungSoo me observaba con una expresión tranquila y somnolienta.
Estaba más relajado de lo que había estado en mucho tiempo, a pesar de que seguía en alerta por la posibilidad de que alguien husmeara en mi casa. Había mejorado el sistema de seguridad y añadido cámaras ocultas que podía controlar y vigilar directamente desde mi teléfono. Todavía no había ocurrido nada fuera de lo normal, así que había que esperar.
De momento, disfrutaría de uno de los raros momentos que KyungSoo y yo podíamos pasar juntos sin preocuparnos de que alguien nos pillara.
—¿Alguna vez le enseñas tus dibujos a alguien? —preguntó después de un rato. Estaba empezando a ponerse el sol y la luz dorada de la tarde lo bañaba con un brillo de otro mundo.