KyungSoo
Recuerdo que estaba de pie. Y, en cuestión de un segundo, ya estaba en el suelo, con la mejilla apoyada contra la hierba, mientras JongIn protegía mi cuerpo con el suyo, y los gritos resonaban por todo el parque.
Pasó todo tan rápido que a mi cerebro le costó unos instantes asimilar lo que estaba ocurriendo.
Cena. Parque. Disparos. Gritos.
Palabras sueltas que tenían sentido por sí solas, pero que no podía relacionar entre sí en una línea de pensamiento coherente.
Sonó otro disparo, seguido de más gritos.
Aún encima de mí, JongIn soltó una maldición en un volumen tan bajo que me pareció que me la había imaginado.
—Cuando cuente hasta tres, corremos a ese árbol. —Su tono calmado me tranquilizó un poco—. ¿Vale?
Asentí. Mi cena amenazaba con hacer acto de presencia, pero me obligué a centrarme. No podía perder la calma, no mientras estuviéramos en el campo de visión de un atacante.
Entonces le vi. Estaba tan oscuro que no le distinguía con detalle, a excepción del pelo, más bien largo y rizado, y la ropa: sudadera, vaqueros, deportivas. Se parecía a cualquiera de mis compañeros de clase de Thayer, lo cual me asustaba todavía más.
Nos dio la espalda, como si mirara algo, o a alguien (la víctima), pero en cualquier momento podía darse la vuelta otra vez.
JongIn se separó para que yo pudiera impulsarme con las manos y las rodillas, sin levantarme del todo. Él sacó la pistola y entonces el hombre gruñón pero detallista de la cena desapareció, y fue reemplazado por un soldado de sangre fría.
Concentrado. Decidido. Letal.
Por primera vez, vi al hombre que había sido en el ejército, y me recorrió un escalofrío por toda la espalda. Sentí lástima de cualquiera que se hubiera enfrentado a él en el campo de batalla.
JongIn hizo la cuenta atrás con el mismo tono calmado.
—Tres, dos, uno... ¡ya!
No pensé. Solo corrí.
Detrás de nosotros sonó otro disparo, me estremecí y me tropecé con una roca suelta. JongIn me agarró de los brazos con las manos firmes y el cuerpo todavía protegiéndome por detrás, y me guio hasta la espesura de los árboles en el extremo del parque. No podíamos llegar a la salida sin pasar al lado del tirador, donde no había nada para cubrirse, por lo que tendríamos que esperar a que llegara la policía.
Suponía que llegarían de un momento a otro. Alguien del parque tendría que haberles llamado.
JongIn me empujó detrás de un árbol grande.
—Espera aquí y no te muevas hasta que yo te diga —ordenó—. Y, sobre todo, no dejes que te vea.
Se me aceleró el pulso.
—¿Adónde vas?
—Alguien tiene que pararle.
Sentí un sudor frío por todo el cuerpo. No podía estar diciendo lo que me parecía que estaba diciendo.
—Pero no tienes que ser tú. La policía...
—Cuando lleguen ya será demasiado tarde. —JongIn estaba más serio que nunca—. No te muevas.
Y desapareció.
Miré con horror cómo JongIn cruzaba la amplia extensión de hierba hasta el atacante, que apuntaba a alguien tirado en el suelo. Un banco me impedía ver quién era la víctima, pero cuando bajé la cabeza para mirar por debajo, mi terror se multiplicó.