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Escucho cuando la puerta de casa se abre y es cerrada a los segundos, momentos después John llega a nuestra habitación, la gabardina en su brazo la deja a un lado del cuarto y, aún que tiene llenas las manos y el traje de sangre, se acerca a mí con una mirada de preocupación que nunca antes había visto en él.

—Estoy bien. —le digo, cuando agarra mi barbilla con cuidado.

Me siento en la cama, en la orilla, y tengo que alzar mi cabeza para poder verlo y John suelta mi barbilla para sentarse a mi lado, sus manos agarrando a las mías.

—No lo estás, Violet. —me contradice, aparto mis ojos pues, tiene razón.

No estoy bien. Lo que he visto me ha revuelto el estómago, el corazón y el cuerpo entero, y me ha hecho pensar, pensar en cuando yo tenga hijos, peor aún, hijas.

—Lo iba a violar, John. —murmuro, mi voz rompiéndose. Me atrae hacía él, mi cabeza queda en su pecho y me abraza con amor, dejando un beso en mi cabeza en el acto— Dios mío, ¿y si no hubiera estado ahí?

—Pero has estado. —contesta.

Limpio unas cuantas lágrimas que caen por mis mejillas y me separo de él para mirarlo a los ojos.

—He estado pensando y... Bueno, ¿tu quieres tener niños, no? —asiente con la cabeza, su mano en mi espalda no se aleja aún— No quiero tener bebés y que vivan aquí, John. —le confieso— No quiero que se rodeen de todo esto. Esto... Esta ciudad es tan mala como el infierno y no estoy dispuesta a criar a mis niños donde pueden ver a gente follando en las esquinas. —termino por decir.

—¿Y qué quieres que haga, cariño? —su dedo lulgar traza mi mejilla, su tono de voz flojo.

Cariño. Mi corazón retumba al escucharlo llamarme así.

—Sabes la respuesta a eso, John.

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