Día 6: Ares y Afrodita

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Enid Sinclair  vivía en un viejo edificio de un barrio de San Francisco, a sus cuarenta años podía decir que tenía una vida medianamente tranquila, daba clases particulares de griego y eso le permitía dedicarse a su casa.

Cuando era más joven sin embargo sus sueños eran distintos, ella soñaba con viajar por el mundo, conocer otros idiomas, visitar otros paisajes y conectar con personas de otras culturas, pero su complicada posición económica la arrastraron por la opción más segura y terminó aceptando a Ajax Petrópolus, un ex compañero de estudios, con un trabajo medianamente estable y muy atento con ella.

Ajax la quería, eso no le quedaba duda, pero el exceso de trabajo lo tenía complemtamente absorvido desde que podía recordar, en casa no tenían hijos porque nunca se plantearon tener tiempo para criarlos o incluso tener la economía para sostenerlos.

Para Enid la mayoría de sus mañanas solían ser mas o menos iguales, recogía el periódico de la entrada luego de que Ajax se fuera a trabajar, o si era de los días que estaba de viaje por negocios, recogía el periódico más tarde o hasta que algún vecino amable lo deslizaba debajo de su puerta.

Esa mañana en particular atravesaba por una resaca intensa, su ex roomie Yoko la había visitado aprovechando la ausencia de Ajax y estuvieron tomando unos tragos, su pobre estómago ya no procesaba el alcohol con tanta facilidad, así que a esa hora ocupaba únicamente una aspirina.

El timbre del departamento sonó y reventó en sus tímpanos como un martilleo, gruñó molesta ¿quién sería a esa hora de la mañana?

Caminó intentando acomodarse el pelo y rogando que no volvieran a tocar el timbre o su cerebro no soportaría, cuando llegó al picaporte el timbre volvió a sonar y abrió furiosa.

¿Qué quieren? 

Alzó la mirada y frente a ella una joven pálida, un poco más alta que ella la miraba con una ceja levantada, tenía el cabello negro dividido en un par de trenzas bastante ordenadas y sujetaba en una de sus manos el periódico del día.

Mi madre me dijo que de seguro se le olvidó.

G-gracias —se le trabó la respuesta en la punta de la lengua cuando reparó en lo alta y joven que se veía.

¿Está bien?

En ese momento reparó que solo tenía puesta una camiseta larga a modo de pijama improvisado y asintiendo sin volver a responder cerró la puerta de golpe.

¿Quién era ella?

Un par de aspirinas después y mientras tomaba una taza grande de café en el sillón, se quedó pensando en el encuentro de esa mañana, se había comportado como una idiota al cerrarle la puerta así, como no sabía si era alguien que vivía ahí no era capaz de disculparse con nadie, así que tendría que dejarlo pasar, aunque esa mirada se haya quedado impregnada en su mente, algo en ese halo misterioso se le hacía familiar.

El timbre volvió a sonar a eso de las cinco de la tarde mientras Enid se hallaba en su computadora ordenando algunas fichas de trabajo que iba a enviar a sus alumnos por correo.

Se descolgó los lentes y esta vez tomó la precaución de mirar por el ojo de la puerta, era la misma joven y a su lado... su vecina, una amable señora de unos 60 años que conocía desde que se mudó a ese lugar, tragó saliva y acomodándose el cabello abrió.

¡Enid! 

¡Hola, Morticia!

Buenas tardes —saludó la joven.

Disculpa que hayamos venido sin avisar, Enid, pero no sé si tendrás unos momentos para conversar.

Claramente confundida, Enid les dejó pasar al comedor y luego de servir un par de tazas de café para Morticia y la chica de mirada seria se acomodo ella con su propia taza esperando la explicación.

Wenclair Mitológico - Reto Julio 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora