Epílogo

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25 de diciembre

—Por mucho que quiera a mis sobrinos, definitivamente nunca les he dado a mis hermanos el crédito que se merecen en Navidad —murmuró Daniela  contra el oído de María José entre un bostezo, mientras volvían a sentarse en el sofá y Anto terminaba de abrir sus regalos.

María José dirigió una sonrisa divertida a su novia, disfrutando de sus mechones oscuros despeinados, que aún no había cepillado desde que se había despertado hacía un par de horas.

—¿No eres tú la profesional cuando se trata de niños?

Daniela  gimió mientras inclinaba la cabeza hacia atrás.

—Sí, y no lo olvides. —Hundió el dedo en el costado de María José, antes de dejar caer la mano hasta el muslo de María José y acomodarla en un ligero y cálido roce—. Sin embargo, no soy una profesional cuando se trata de Navidad.

—Eso lo sé —aceptó María José—. Pero te has mantenido firme.

—¡Eso espero! Hasta la una terminando de preparar todo para la mañana de Navidad, y luego me despertaron a las siete... Incluso me comí la mitad de las galletas de Papá Noel —le lanzó Daniela  una sonrisa perezosa y encantadora, antes de incorporarse para decirle a María José en un susurro serio—: Y, aun así, ha sido la mejor Navidad que he tenido.

Los nervios se apoderaron del estómago de María José y se mordió el labio, buscando aquellos ojos oscuros.

—¿Sí?

Daniela  asintió.

—Sí.

—¿Mejor que el año pasado? —preguntó María José, al principio, burlona, pero, en realidad, realmente inquisitiva.

—El año pasado fue el mejor en su momento —reconoció Daniela  con una sonrisa—. Que me besaras delante de Ab fue... especial. Pero tenerlas aquí toda la noche conmigo fue mejor.

Anto había anunciado que quería pasar la Nochebuena en casa de Daniela  cuando terminaron de decorar su árbol juntas la semana pasada. Y María José... bueno, había tenido mucho que considerar y pensar en las últimas semanas, y había descubierto que eso se alineaba estrechamente con lo que ella quería. Quería pasar las festividades aquí. En la casa que había diseñado. Con la mujer que amaba. En el lugar donde su hija se sentía como en casa. Quería estar aquí la mayoría de sus días. Todos sus días.

Y aunque, por un lado, era aterrador admitirlo ante sí misma, también era liberador. Lo único que le quedaba por hacer era contárselo a Daniela .

Pero ¿se lo decía? ¿O se lo pedía? Daniela  no había ocultado el hecho de que quería esto: permanencia, promesas y futuro.

Todo eso incluía, sin duda, la convivencia.

Pero aparte de los pocos —tensos, por culpa de María José, pero, aun así— momentos de conversación sobre intercambios de llaves y el futuro, Daniela  nunca le había pedido expresamente a María José que se mudara con ella. De hecho, había dicho expresamente que no se lo había pedido.

Entonces, ¿cómo hacía María José para plantearlo? ¿Cómo demonios alguien le pide a su pareja mudarse?

Había estado en la mente de María José de manera prominente durante las últimas semanas, porque se sentía muy fuera de sí. Lo único que había conseguido fue hablar con Anto durante la cena, de la semana pasada, sobre cómo se sentiría si en algún momento se fuera a vivir con Daniela .

La respuesta afirmativa fue rotunda y nada sorprendente. Aunque, en aquel momento, le había parecido lógico asegurarse de que Anto se sintiera cómoda con la posibilidad de vivir con Daniela  en un futuro próximo, ahora se preguntaba si su error había sido no hablarlo primero con Daniela. Aunque solo fuera por la cantidad de veces que le había preguntado desde aquella conversación: «¡¿Cuándo?! ¡¿Cuándo?! ¡¿Cuándo?!».

Cuando menos lo esperas - CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora