Capítulo 26

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6 de septiembre

María José dio un respingo en la cocina, donde estaba preparando la cena, cuando la puerta del apartamento se abrió y se cerró de golpe. Dejó el cuchillo que estaba a punto de usar para cortar verduras y se dio la vuelta para bajar al vestíbulo.

—¿Hola?

Solo para detenerse con alivio cuando Anto irrumpió por el pasillo, llegando a pararse en la puerta de la cocina. Sus cejas se arrugaron en una muy rara expresión de enfado y antes de que María José pudiera siquiera preguntar, anunció:

—No quiero ir a casa de los abuelos el próximo fin de semana.

Se limpió las manos en el paño de cocina que tenía colgado en la encimera, para luego extenderlas y alisar el pelo de Anto, mientras estudiaba su rostro con confusión.

—Cariño, ¿de qué estás hablando? ¿Qué pasó?

Por lo general, Anto siempre se lo pasaba muy bien con Francis y Marina. A veces eran... un poco estirados, supuso María José que era la mejor palabra para describirlo. Pero no le sorprendía, teniendo en cuenta las cucharas de plata con las que ambos se habían criado.

—Hoy me llevaron de compras para el regreso a clases, y luego ustedes hablaron de que pasara el próximo fin de semana con ellos y yo no quiero. —Las manos de Anto fueron a sus caderas, juntando su camiseta allí—. Extraño a la abuela.

Al mencionar a su propia madre, María José sintió un doloroso pinchazo en el corazón.

—Yo también, cariño. Pero... —No tuvo oportunidad de terminar de expresar su desconcierto en voz alta antes de que la puerta del apartamento se abriera de nuevo.

El tintineo de los tacones ridículamente caros de Marina sonó en dirección a la cocina.

—Antonia, no huyas ni des portazos cuando tu abuelo y yo te estemos hablando. ¿Esos son los modales con los que te han educado? —Arqueó una ceja hacia María José.

Apretó los dientes ante aquella mirada familiar. Siempre se había llevado mejor con Francis que con Marina, pero tratar con ambos podía ser... difícil. Sabía que los padres de Mario eran civilizados con ella por el bien de Anto, y que ella lo lograba por la misma razón.

Antes de que pudiera decir nada, Anto se dio la vuelta para mirar a su abuela.

—Tú... llamaste a Daniela con palabras que no eran palabras bonitas, ¡y yo lo oí!

—¿Qué? —María José preguntó, el sentimiento caliente de defensa e irritación recorriéndole el cuerpo. Sus manos se posaron en los hombros de Anto para apoyarse mientras su hija se recostaba contra ella.

—Quería llamar a Daniela para hacerle una pregunta y la abuela me dijo que no, y luego... y luego me preguntó dónde habíamos ido a comprar cosas para el colegio el fin de semana pasado y le dije que Daniela nos había llevado a tiendas cerca de su casa, y me dijo...

—No me hables así, Antonia, muestra algo de respeto. —Marina la cortó.

—¡Tú muestra respeto! —respondió Anto, levantando la mandíbula en señal de desafío.

La respiración entrecortada de Marina pareció resonar en toda la cocina. María José masajeó suavemente los hombros de Anto durante unos segundos y respiró hondo por la nariz para calmar la sensación de rabia que sentía en el estómago.

—Anto, ¿por qué no te tomas un momento en tu habitación? ¿Sí? Todo está bien, cariño.

Anto se dio la vuelta y la miró fijamente, con sus grandes ojos enfadados y, justo debajo, un poco vulnerable.

Cuando menos lo esperas - CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora