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Parado en la oscura habitación, sentía un mal sabor en la boca

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Parado en la oscura habitación, sentía un mal sabor en la boca. Susie estaba sospechando mucho de mí. Al principio, me parecía divertido darle excusas tan tontas, como si fuera un juego de gato y ratón, pero su rapidez en descubrir cosas empezaba a molestarme. Quería divertirme un poco más con ella, pero resultó no ser tan estúpida.

Necesitaba una solución para ese mal sabor de boca.

Busqué la daga entre mis bolsillos para lamer un poco de la sangre de la pequeña Lem, pero no encontré nada. La repulsión y la frustración se apoderaron de mí mientras rebuscaba entre mi ropa, sin éxito.

—¡Mierda, dónde la dejé! —grité, la furia hirviendo en mi interior.

¿Se me cayó en el bosque cuando corrí? Me senté en la cama, tratando de pensar con claridad. La daga era crucial. No solo por la sangre, sino porque era una herramienta que no podía permitirme perder. Tanta sangre, cuerpos desmembrados y órganos perforados... Lindos recuerdos que compartía con la daga. ¡Mierda!

Me levanté de la cama, la ira y la frustración bullendo dentro de mí. La daga tenía que estar en algún lugar del bosque. No podía permitir que alguien más la encontrara, especialmente Susie.

Salí de la cabaña y me adentré en el bosque, mis pasos resonando en la quietud de la tarde. El sol se estaba ocultando, bañando el bosque en una luz dorada y alargada. Mis ojos se adaptaron a la penumbra mientras buscaba cualquier rastro de la daga. Cada crujido de las hojas bajo mis pies parecía un estruendo en el silencio del bosque. La rabia y la desesperación crecían con cada paso que daba. Tenía que encontrarla. Sin ella, perdía una parte de mi control, una parte de mi placer.

Mientras buscaba, mi mente vagaba hacia los momentos pasados. Recordé la primera vez que sostuve esa daga, la primera vez que sentí el poder de tener una vida en mis manos. Eran recuerdos dulces, intoxicantes, llenos de poder y dominación. Los llantos de papá mientras apuñalaba a mamá... no podía permitirme perder ese lindo recuerdo.

Acercándome a donde me divertí con Lem, escuché unos murmullos.

—El que cometió esto es un enfermo... —una voz femenina habló—. Tengo que limpiar todo esto mientras veo a la pobre niña sin cabeza..., haciendo todo el trabajo y Alice desmayada...

Alejándome de ahí, seguí buscando con desesperación, no encontrando nada. Cerré el puño con enojo y corrí rápidamente de regreso a la cabaña. Cerré la puerta con fuerza.

—¿Esa putita de Susie tiene mi jodida daga? —grité.

Cuando la habitación quedó en silencio, escuché unos sollozos provenientes del baño. Tratando de tranquilizarme, comencé a caminar hacia esa dirección.

—¿Erizo, eres tú? —toqué la puerta suavemente.

Los sollozos se detuvieron.

No recibí respuesta. Sin pensar mucho, pateé la puerta abriéndola bruscamente, revelando la figura temblorosa de Erizo en posición fetal en el suelo. Sus ojos rojos e hinchados me miraron y su cuerpo se encogió con miedo. La miré fijamente, tratando de mantener una expresión calmada y comprensiva, aunque por dentro mi mente estaba hirviendo.

Control | Oscar x Erizo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora