Inútil

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Satisfecho, solté la cabeza destrozada de Oliver, y su cuerpo cayó al suelo con un golpe sordo, como un muñeco de trapo al que se le había arrancado el alma

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Satisfecho, solté la cabeza destrozada de Oliver, y su cuerpo cayó al suelo con un golpe sordo, como un muñeco de trapo al que se le había arrancado el alma. La sangre, aún caliente y pegajosa, cubría mis manos, empapando mi ropa en un patrón caótico de rojo profundo. Había algo casi poético en ese espectáculo, en la forma en que la vida se escurría de aquellos que se atrevían a cruzar mi camino. Esta es la ventaja de ser fuerte: aplastar a quienes se interponen en mi sendero, sentir el poder absoluto de decidir quién vive y quién muere.

Erizo me observaba desde un rincón, sus ojos clavados en mí mientras sostenía con fuerza la manta que había utilizado para estrangular al pequeño panda. El cuerpo de Pepper, inerte y morado, parecía atrapado en una última mueca de agonía, sus ojos abiertos de par en par, como si aún pudieran registrar el horror de sus últimos momentos. Podía sentir la admiración en la mirada de Erizo, esa devoción enfermiza que había sustituido a la inocencia que alguna vez tuvo.

Suspiré, apartando cualquier pensamiento sobre ella. Su comportamiento no era más que una distracción insignificante. Sin mirarla, me dirigí al baño de la cabaña, pero me detuve en la puerta.

—Erizo, tráeme algo de ropa de nuestra cabaña —ordené con indiferencia, entrando y cerrando la puerta tras de mí.

El agua de la ducha comenzó a caer sobre mi cuerpo desnudo, arrastrando consigo el carmesí de la sangre que cubría mi piel. Sentí cómo el calor del agua limpiaba la satisfacción superficial que había sentido, dejando en su lugar ese vacío insondable que siempre volvía a mí. Necesitaba más. Necesitaba volver a sentirme invencible, a experimentar ese poder absoluto una vez más.

Cerré las llaves del agua y me sequé con una pequeña toalla que pertenecía al desafortunado Oliver. Mientras lo hacía, mi mente ya comenzaba a planear el próximo movimiento, la siguiente obra maestra de caos que saciaría, aunque fuera momentáneamente, esa insaciable sed de control.

Abrí la puerta del baño y encontré a Erizo sentada en la cama, esperando con una mezcla de ansiedad y devoción. Al verme, se levantó rápidamente, extendiéndome la ropa que le había pedido. Podía sentir su mirada recorrer cada centímetro de mi cuerpo, como si buscara algo que pudiera usar para agradarme.

—Aquí tienes... —murmuró Erizo, casi con reverencia.

Tomé la ropa sin decir nada, vistiéndome en silencio mientras sentía su presencia cada vez más pesada, más opresiva. Pero antes de que pudiera alejarme, sentí cómo sus brazos envolvían mi cintura, susurrando una súplica cargada de necesidad.

—¿Lo hice bien, Oscar? —preguntó con anhelo, esperando desesperadamente mi aprobación.

Su comportamiento comenzaba a irritarme profundamente. ¿Dónde estaba la Erizo estúpida e inocente que rechazaba cualquier acto de violencia? Ahora no era más que una marioneta sin voluntad propia, y eso ya no me divertía.

Control | Oscar x Erizo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora