Capítulo VII || "Las calles"

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Conocí a Hazel sin quererlo realmente, luego de presenciar una carrera ilegal de coches junto a mi hermano. Cuando él disfrutaba de la vida en las calles me acompañaba junto a mis amigos a recorrer aquellos lados más oscuros. Con ella descubrí a una pandilla, quienes me recibieron de brazos abiertos cuando necesité conseguir dinero de forma rápida. Las Serpientes me hicieron un favor y por eso estoy haciendo esto. Se los debo y ellos son de cobrar cada mísero centavo.

Llegué a donde me había dicho y me encontré con su compañero Austin. Él solía ser el encargado de los trabajos de monitoreo en las calles. Igual que yo, tenían varias personas que les debían favores...pero la mayoría pensaba que podían escapar o que no era de gran importancia. Él se encargaba de hacerles saber que estaban equivocados.

Al verme frunció el ceño—¿Qué haces aquí, tía? ¿Cuándo te largaron?

—Hace un par de meses. Hazel me llamó.­—respondí y al no verla cerca, consulté—¿Dónde está?

Austin, apoyado contra la puerta de su choche, señaló con la cabeza hacia un callejón.

—Hablando con Johnny.

Miré hacia donde me había enseñado y la escena que presencié no me sorprendió. Hazel solía ser más violenta cuando se trataba de amenazar a los deudores, más si eran niños que no sabían donde se habían metido. Cogiendo al niño de un puñado su playera, lo tenía apresado contra la pared del callejón mientras le hablaba muy cerca del rostro.

—¿Es el primer aviso?

Austin asintió—Sino ya le hubiera mostrado el arma. La conoces, no quiere asustarlos tanto.

Rodé los ojos y me acomodé a su lado, pidiéndole un cigarro. La tarde ya estaba tiñendo el cielo y me preguntaba qué tendría que hacer. Me daba cuenta de que iba a ser algo un tanto extraordinario, ya que no habían llamado a mis amigos. No confiaba tanto en Austin cómo para preguntarle, pero me sentía curiosa al respecto.

Luego de unos minutos, el tal Johnny pasó apresuradamente por delante de nosotros, con una cara que claramente reflejaba el susto que se había llevado encontrarse con ellos. Hazel lo siguió a paso lento, negando con la cabeza:

—A veces me pregunto qué pasa por la cabeza de esos chicos al establecer contacto con nosotros... ¿creen que todo es un cuento de hadas? ¿qué le daremos sus drogas o dinero y no habrá represalias ante sus faltas? —suspiró, hablando de forma retórica­—Es bueno volver a verte, Bis.

Asentí con la cabeza—¿Para qué me necesitas?

—Pues, hemos estado teniendo problemas con un amigo tuyo. Nos está acaparando el mercado y no me está gustando nada.

—¿Quién es?

—Un tal Byron.

Sonreí—Ya no somos amigos, nunca lo fuimos realmente. Pero no tengo problemas en darle un pequeño susto.

—Necesitaré que hagas un poco más que eso.

La observé buscar algo en el bolsillo de su chaqueta: sacó unas cuantas bolsitas de pastillas y me las entregó. Luego se fijó en su arma que mantenía escondida en la parte trasera de sus pantalones y revisó cuantas balas le quedaban.

—Quiero que vayas, finjas convencerlo de que enviada por nosotros llevas una especie de "acuerdo de paz" y cuanto no esté atento, le plantes eso en algún lado. —me explicó—Nosotros nos encargaremos del resto.

—Vale. No hay problema.

Los tres nos subimos al coche. Me comentaron que estuvieron siguiendo los movimientos de Byron los últimos días y sabían exactamente donde estaría. Yo también, ya que los sábados solía pasar todo el día en el subterráneo emborrachándose. Me alcanzaron hasta ahí y antes de que pudiera bajarme del coche, Austin abrió la guantera y me tendió un arma.

La apuesta perdida (MD 1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora