𝐌𝐢𝐳𝐮𝐤𝐢 瑞希 ° ° || 𝙇𝙖 𝙡𝙪𝙣𝙖 𝙚𝙨 𝙖𝙦𝙪𝙚𝙡 𝙚𝙨𝙥𝙚𝙟𝙤 𝙙𝙚𝙡 𝙖𝙡𝙢𝙖 𝙦𝙪𝙚 𝙣𝙤𝙨 𝙧𝙚𝙫𝙚𝙡𝙖 𝙖𝙦𝙪𝙚𝙡𝙡𝙤 𝙦𝙪𝙚 𝙜𝙪𝙖𝙧𝙙𝙖𝙢𝙤𝙨 𝙙𝙚𝙣𝙩𝙧𝙤. || ° °
¿Quien dice que el mal no se enamora...?
¿Es siquiera posible que un ser tan b...
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En la fría inmensidad de la Fortaleza Infinita, un lugar que parecía existir fuera del tiempo y del espacio, el silencio era casi absoluto. Solo el eco de las pisadas de Muzan Kibutsuji rompía esa calma inquietante. Cada paso que daba resonaba a través de las vastas y desoladas salas, un sonido que parecía reverberar en las paredes de su propia mente. La luz tenue que emanaba de las estructuras flotantes iluminaba su figura imponente, un ser que se movía con una gracia casi sobrenatural en medio de un vacío que parecía extenderse sin fin. Era un espectáculo aterrador y majestuoso a la vez, una imagen que evocaba tanto admiración como temor.
Cada rincón de la fortaleza era una extensión de su propia mente: fría, impenetrable, calculada. Allí, en ese laberinto de oscuridad y sombras, se sentía en control absoluto de su destino, como el dios que creía ser. Era un reino construido por su voluntad, donde cada ladrillo, cada sombra, cada susurro de viento era un reflejo de su inmenso poder y su inexorable ambición. La Fortaleza Infinita no solo era su refugio, sino también su trono, un lugar donde podía reinar sin oposición, donde sus pensamientos más oscuros podían tomar forma y donde sus deseos más profundos podían convertirse en realidad.
Finalmente, después de un recorrido que parecía interminable, llegó a su destino: una sala amplia, cuyas paredes parecían desaparecer en la nada, como si el espacio mismo se doblara a su alrededor. En el centro de la habitación, una larga mesa repleta de frascos, documentos y restos de experimentos pasados se presentaba ante él como un altar a su obsesión. Era aquí donde Muzan dedicaba interminables horas a su investigación, donde vertía su vasto conocimiento y su obsesión por encontrar la llave de su perfección definitiva: el lirio de araña azul.
–El único obstáculo que queda...–murmuró para sí mismo, su voz resonando suavemente en la vastedad de la sala, mientras sus ojos escarlata recorrían las líneas de un viejo pergamino descolorido que descansaba sobre la mesa.
Allí estaban registrados los detalles de su búsqueda incesante, un mapa de su ambición que se extendía a lo largo de siglos. Era la flor mítica que le otorgaría lo que ningún otro demonio había logrado jamás: la capacidad de caminar bajo el sol.