Capítulo 3

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El sol se filtraba a través de las cortinas, pero Annie se despertó con una sensación de pesadez en el corazón. Era un nuevo día, pero la tristeza seguía envolviéndola como una manta fría. Se arrastró fuera de la cama, el cuerpo pesado y la mente aturdida. Miró el reloj; era muy temprano para el colegio, pero el tiempo no parecía importar mucho.

Cada mañana se sentía como una lucha. El simple hecho de levantarse requería un esfuerzo monumental, como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros. Mientras miraba su reflejo en el espejo, casi no reconocía a la chica pálida y abatida que la observaba. El dolor era constante, una presencia sorda que nunca la abandonaba.

En la cocina, el desayuno estaba servido, pero Annie apenas tocó la comida. Su estómago estaba en un nudo, y cada bocado parecía más difícil de tragar. Alex, ya vestido para la universidad, la observaba con preocupación. "¿Estás segura de que quieres ir al colegio hoy?" preguntó con voz suave.

"Sí," respondió Annie sin levantar la vista, "necesito salir de aquí, aunque sea solo por un rato."

La idea de quedarse en casa era insoportable. Cada rincón, cada objeto, le recordaba a su padre. El colegio, aunque abrumador, ofrecía una distracción, aunque fuera momentánea, del dolor que sentía. Pero incluso allí, la sombra de su pérdida la seguía, una constante compañera.

La mañana en el colegio fue un desafío. Los pasillos parecían interminables y las caras de los compañeros se desdibujaban en un mar de indiferencia. Cuando vio a Clara, su amiga más cercana, Annie sintió un pequeño alivio.

"Annie," dijo Clara, corriendo hacia ella con una sonrisa preocupada, "¿cómo estás? Estoy aquí para ti."

Annie forzó una sonrisa, pero la tristeza en sus ojos no pasó desapercibida. "Gracias, Clara," dijo con voz apagada. "Solo... solo quiero intentar seguir adelante."

Cada palabra que pronunciaba se sentía vacía, como si estuviera recitando un guion en lugar de expresar sus verdaderos sentimientos. El mundo seguía girando a su alrededor, pero para Annie, todo estaba detenido. El dolor y la tristeza eran como un agujero negro que absorbía todo su ser.

Clara trató de animarla con charlas y bromas, pero Annie se fue cerrando cada vez más. Se sentía distante y fría, incapaz de conectar con el mundo que la rodeaba. La sensación de aislamiento era abrumadora. No podía soportar la idea de que la vida continuara como si nada hubiera pasado, cuando su mundo se había hecho pedazos.

Cuando finalmente volvió a casa, el silencio en la casa era abrumador. Subió lentamente las escaleras y se dirigió al estudio de su padre. Al entrar en la habitación, se detuvo frente al piano, que ahora parecía un recuerdo doloroso de lo que había perdido.

Annie se dejó caer frente al piano, y el llanto comenzó a salir de ella en sollozos incontrolables. Miró las partituras esparcidas sobre el escritorio y se inclinó hacia el instrumento, susurrando en voz baja, "Papá, ¿por qué te fuiste? ¿Cómo puedo seguir sin ti?"

La música había sido su refugio, un lazo especial que compartía con su padre. Pero ahora, cada nota, cada melodía, era un recordatorio de su ausencia. La idea de tocar el piano sin él a su lado le resultaba insoportable. El dolor era demasiado profundo, una herida que no sabía cómo sanar.

Lentamente, Annie se levantó y se dirigió al armario de su habitación donde guardaba sus cosas relacionadas con la música. Abrió una caja de cartón y comenzó a meter las partituras dentro, una por una, mientras las lágrimas caían sobre el papel. También envolvió su guitarra en un forro protector, sintiendo que cada movimiento era una despedida más.

Con la caja llena de recuerdos musicales y la guitarra en la mano, Annie se dirigió al sótano, el corazón pesado con cada paso. Colocó la caja y la guitarra en una esquina del sótano, el lugar que ahora sentía como el más adecuado para enterrar sus recuerdos. Se sentó en el suelo, rodeada de la penumbra del sótano, y lloró sin parar.

Reconstruyendo el CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora