La caída de la corona

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El Rey Encantador entró apresuradamente al jardín, encontrando una escena que lo llenó de horror: su esposa, Uma y el Rey Ben, todos arrodillados frente a la Reina de Corazones. El rostro de la Reina se iluminó con una sonrisa de bienvenida.

— ¡Ah, Encantador! —dijo la Reina de Corazones con un tono exageradamente dulce—. Bienvenido. Por favor, siéntate y disfruta del espectáculo.

El Rey Encantador frunció el ceño y negó con la cabeza.

— Esto es una locura, Reina. Lo que estás haciendo es inaceptable.

La Reina de Corazones rodó los ojos con exasperación y chasqueó los dedos. Inmediatamente, dos de los naipes se acercaron al Rey Encantador, sujetándolo firmemente.

— Sienten a nuestro querido rey en una de las sillas —ordenó la Reina.

Los naipes obedecieron, forzando al Rey Encantador a sentarse en una de las sillas que se encontraban dispuestas en el jardín. La Reina de Corazones se acercó a él, inclinándose ligeramente para mirarlo de cerca.

— No te preocupes, Encantador. Pronto entenderás que todo esto es necesario. Algún día me lo agradecerán.

El Príncipe Encantador intentó levantarse, pero los naipes lo forzaron a regresar a su sitio, sujetándolo con firmeza. Uma, con desesperación en su voz, le pidió a la Reina de Corazones:

— ¡Detente de una vez, Reina!

La Reina de Corazones esbozó una sonrisa fría y cruel.

— Si no se callan, tendrán que despedirse de su amada reina —amenazó. Al decir esto, el Jabberwocky apretó su agarre en el cuello del dragón Mal, quien luchaba por respirar.

Ben, viendo el sufrimiento de Mal, suplicó desesperadamente:

— ¡Por favor, déjala en paz!

Un naipe se adelantó rápidamente y colocó su espada debajo del cuello de Ben, obligándolo a callarse. El filo de la espada brillaba peligrosamente cerca de su piel, y Ben no tuvo más remedio que guardar silencio, su rostro lleno de angustia y temor.

La tensión en el aire era palpable. Los prisioneros miraban a la Reina de Corazones con una mezcla de odio y desesperación, mientras ella mantenía su semblante de fría superioridad.

La Reina de Corazones, enfurecida por la insolencia y los gritos de sus prisioneros, decidió finalmente llevar a cabo la sentencia que había anunciado. Con una voz llena de ira y determinación, proclamó:

— ¡Que se lleve a cabo la sentencia! ¡Que le corten la cabeza!

Los naipes, obedeciendo la orden de su reina, se prepararon para ejecutar la sentencia. El aire se llenó de una tensión sofocante mientras el verdugo levantaba su hacha. Cenicienta, con una expresión de dignidad y resignación, cerró los ojos.

Un golpe lleno el lugar con un sonido seco y definitivo. El cuerpo inmóvil de Cenicienta cayó al suelo, y en ese instante, el rey Encantador gritó de horror. Con una fuerza que ni él sabía que tenía, se liberó del agarre de los naipes y corrió hacia el cuerpo de su esposa, su rostro desfigurado por el dolor y la desesperación.

— ¡No! —gritó, arrodillándose junto a ella, tomando su cuerpo en sus brazos. Lágrimas corrían por su rostro mientras la sostenía, su corazón roto por la pérdida.

Uma, Mal, y Ben observaban la escena con horror y tristeza, sabiendo que la crueldad de la Reina de Corazones no tenía límites. La reina observaba con una sonrisa de satisfacción, disfrutando de la desesperación y el dolor que había causado. El Jabberwocky mantuvo su agarre firme en Mal, asegurándose de que nadie más pudiera interferir.

El ascenso de RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora