Entre espadas y rosas

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Cenicienta aún se encontraba arrodillada en el suelo, con lágrimas corriendo por su rostro mientras intentaba hacer entrar en razón a la Reina de Corazones.

— Bridget, por favor, detente. Esto no eres tú. Recuerda quién eras antes de que todo esto sucediera —imploró Cenicienta con la voz entrecortada.

La Reina de Corazones, con una expresión de fría indiferencia, se negó rotundamente a cualquier intento de Cenicienta de liberarse.

— ¡Silencio! No me llames por ese nombre —dijo la reina, su tono lleno de veneno.

Todos los invitados estaban asustados, incapaces siquiera de intentar correr. El ambiente estaba cargado de tensión y temor, y nadie se atrevía a moverse, temiendo atraer la ira de la reina.

Uma, intentando liberarse de los naipes que la sujetaban con fuerza, trató de intervenir.

— ¡Déjala ir! Esto ha ido demasiado lejos —dijo Uma, esforzándose por liberarse.

La Reina de Corazones solo apretó los dientes y repitió la sentencia a Cenicienta.

— ¡Que le corten la cabeza! —ordenó, su voz resonando con autoridad.

Cenicienta, con valentía, levantó la mirada y preguntó:

— ¿Por qué no lo haces de una vez?

La Reina de Corazones se rió con frialdad, disfrutando de la desesperación en los ojos de Cenicienta.

— Estoy esperando a que el Rey Encantador llegue y aprecie la escena —dijo la reina con una sonrisa cruel—. Quiero que todos vean el final de la traidora Cenicienta. Quiero que él vea lo que les sucede a aquellos que desafían mi autoridad.

Cenicienta, sin dejarse intimidar, mantuvo su mirada fija en la Reina de Corazones.

— Bridget, por favor, piensa en tu hija. ¿Es esto lo que quieres que ella vea? ¿Es este el legado que quieres dejarle?

La reina, sin mostrar ningún signo de compasión, respondió:

— Esto es por ella. Para que aprenda que el poder y el respeto se ganan con mano firme. Algún día me lo agradecerá.

Los naipes mantenían firmemente sujetas a Uma y a los demás, asegurándose de que nadie pudiera intervenir. La reina miró a su alrededor, disfrutando del terror en los rostros de los invitados, mientras esperaba la llegada del Rey Encantador, segura de que su venganza sería completa.

El pasillo que conducía a la entrada del jardín resonó con pasos firmes. El Rey Ben y la Reina Mal aparecieron en escena, sus rostros reflejaban una mezcla de determinación y preocupación. Al ver el caos y la amenaza inminente, ambos se adelantaron, tratando de intervenir.

— ¡Déjenos pasar! Es una orden real —dijo Ben con voz firme.

La Reina de Corazones soltó una risa cruel, sus ojos llenos de burla.

— ¿Orden real? —se mofó—. Aquí, solo mis reglas cuentan.

Mal, ya molesta por la situación y la actitud desafiante de la Reina de Corazones, decidió actuar sin más preámbulos. Con un movimiento rápido de sus manos, conjuró un hechizo que lanzó a los naipes por los aires, dispersándolos como hojas en el viento.

— ¡Ya basta! —exclamó Mal, con una voz llena de autoridad.

La Reina de Corazones miró a Mal con cierta impresión, pero no se dejó intimidar. Enderezó su postura y, con una sonrisa helada, se dirigió a Mal.

— Vaya, vaya, parece que alguien se ha vuelto bastante valiente —dijo la reina con sarcasmo—. Pero el poder de la magia no te salvará de esto, querida.

El ascenso de RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora