Paso 2: Mostrarle las maravillas del libre albedrío

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Lo de la herida angelical de Alastor está yendo... regular. Y lo de ser el único que puede sanarla debería ser una ventaja (¡tiempo con Alastor! ¡Yuju!) pero en realidad se traduce en una insufrible búsqueda que no termina ni va a ninguna parte.

Así son las cosas. Después de esa pequeña crisis que Alastor se niega a reconocer, pero que Lucifer identificó correctamente como una desagradable mezcla de pánico, dolor y falta de sangre, el demonio de la Radio se quedó dormido en su suite. Y vaya que si durmió... ¡durante dos días enteros! Después de lo que Alastor llamó "una reparadora siesta de lo más agradable" le agradeció al Rey del Infierno su ayuda con bastante retintín (capullo malagradecido) y luego... se evaporó.

Vale, no se evaporó. No como tal, pero en cuanto Lucifer le dijo que su herida iba a necesitar más tratamiento, se excusó y se marchó (huyó). El ángel caído no ha tenido la desgracia —o la suerte— de verle desde entonces. Y ha pasado cosa de una semana. Decir que Lucifer está que se sube por las paredes (y Charlie, y hasta Vaggie parece nerviosa por culpa del errático comportamiento del demonio de la Radio) es quedarse corto. Es un eufemismo un poquito demasiado elegante. Y ¿a quién le toca sufrirlos? Al bueno de Husk, por supuesto.

"—Vale, le salvaste de Adam y resulta que eso le ha sentado como una patada en el culo. ¿Y después qué?

—¿Eh?

—Después de quitarle a Adam de encima a Lilith, ¿qué pasó? Porque me imagino que no os casaríais así como así, ¿no, majestad?

—Pues... a Lilith le descubrí el libre albedrío. El árbol del conocimiento, la duda, el kamasutra... esas cosas.

—Déjate de kamasutras, que creo que eso no le va mucho."

Y a Lucifer no le va lo de jugar al escondite por todo el hotel, día sí día también en busca de un ciervo terco y desagradecido que se va desangrando por las esquinas, pero hay que joderse.

Porque sí, a Alastor como tal llevarán días sin verle —saben que está vivo gracias a su programa de radio, que continúa religiosamente con sus emisiones, aunque estos días se limita sobre todo a poner música antigua y hacer un par de comentarios de vez en cuando para publicitar el hotel— pero tanto su presencia como la de la herida angelical son una pesada losa sobre los habitantes del hotel. Un zumbido ocasional. Una sombra que escapa en la penumbra. Ruido blanco que proviene de una habitación que el resto tiene vetada, a veces ensordecedor. Manchas de sangre en el pasillo del quinto piso, donde su suite y la de Alastor coronan las alas opuestas del edificio. Charlie cada día está más preocupada, y no es la única. Lucifer odia admitirlo, pero cada vez que se percata de alguno de estos signos, se le revuelve el estómago. Pasada una semana, el Rey del Infierno alcanza su límite, tan corta su paciencia como él en estatura. Y puede y solo puede que irrumpa en la habitación de Alastor después de darle una patada a la puerta para abrirla de par en par. En su defensa, el charco de sangre en el umbral ha sido la gota que ha colmado el vaso. Además, como Charlie vea eso, ¡le dará un ataque!

(Y como él mismo permita que a ese condenado ciervo del demonio le ocurra algo, jamás se lo perdonará. No puede perder a alguien querido, sea su hija o sea el propio y maldito Alastor, mal que le pese. No de nuevo.)

—Majestad... —masculla Alastor al verle, la sonrisa temblorosa en los labios. Tiene un aspecto horrible, deplorable. Sin abrigo, sentado de mala manera en el suelo, apoyado contra su cama como si las piernas le hubieran cedido apenas un minuto antes de poder llegar a tumbarse, la mirada vidriosa, ligeramente desenfocada. Jadea y parece mareado, aunque la presencia de Lucifer (el asco que todavía le tiene, para desgracia del ángel caído) le devuelve un poco de lucidez—. Y yo que pensaba que, aunque esto fuera el Infierno, la realeza tendría modales.

Cómo conquistar (cazar) a un ciervo en 5 sencillos pasos [AppleRadio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora