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LOS FAROS DEL COCHE DABAN LA LUZ NECESARIA para dejar ver la casa de los Byers

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LOS FAROS DEL COCHE DABAN LA LUZ NECESARIA para dejar ver la casa de los Byers. La tensión en el vehículo era palpable, las respiraciones de todos eran pesadas e irregulares. Jonathan condujo hasta parar delante del porche de su casa. Todos bajaron rápidamente del coche y se dirigieron al maletero. El chico lo abrió, dejando ver todo lo necesario para hacer posible la locura que tenían en mente.

Nancy cogió la gasolina y el extintor y caminó hacia la casa sin pensarlo. Jonathan cogió la caja de las trampas y el bate y salió detrás de la chica. Blair se quedó unos segundos mirando hacia el maletero, cerró los ojos y respiró profundamente. Agarró la palanca y las balas extras para el revólver. Balas que había sacado del armario de armas de Patrick. Si se enteraba, su padre la mataría por esto, estaba segura, pero no le importaba. Iba a matar a esa cosa, costara lo que costara. Cerró el maletero y corrió hacia la casa.

Dejaron todo en el suelo. Blair se pasó la mano por la cara, intentando asimilar lo que iban a hacer momentos después. Cuando abrió los ojos vio a Nancy y a Jonathan mirándola. Todos tenían miedo, pero ese elemento justo era su detonante. A los seres humanos los mueve el miedo, el terror a lo desconocido. Normalmente los aleja de lo que temen. Pero a estos tres el miedo los mandaba directamente a meterse en la boca del lobo. A morir si era necesario.

Comenzaron a enroscar las luces de navidad que Joyce había puesto hace días para hablar con Will pero que Lonnie le había obligado a quitar. Todos estaban centrados en su tarea. Cuando acabaron de colocarlas todas fueron hacia el pasillo de las habitaciones. Allí, Jonathan y Blair clavaron dos clavos grandes para asegurarse de que la cadena no se movía. Jonathan tiró con fuerza para saber que todo estaba correcto.

Blair miró a Nancy y esta asintió. Se levantaron y pasaron a preparar otra cosa. Nancy se encargaba de meter las balas en el tambor del revólver, su mirada era fría y calculadora. Pensaba en todo lo que podía salir mal, pero eso ya no importaba. Iba a matar a esa cosa, costara lo que costara. Cuando acabó de meter las balas se encargó de echar la gasolina y formar el camino que el monstruo iba a seguir según lo planeado.

Jonathan estaba clavando más clavos en el bate de béisbol. Daba con tanta fuerza y los clavaba tan profundo que la mesa empezó a moverse y muchos clavos cayeron al suelo. El chico estaba temblando. Estaba con los nervios a flor de piel. Si su plan salía bien, esa cosa, la que se había llevado a su hermano estaría delante de ellos, preparada para llevárselos a ellos también.

Blair estaba sacándole filo a la punta de la palanca, que no había sido usada en mucho tiempo. Recordaba la última vez que tuvo una arma como esa en sus manos. Tenía unos nueve o diez años y Patrick le había llevado de caza, como todos los fines de semanas. Pero ese día fue diferente. Recuerda que mataron a un ciervo. Que ella mató a un ciervo. El animal era precioso, majestuoso, pero lo había matado. Ya no estaba vivo. Tenía una bala que le había atravesado el corazón. Una pequeña Blair pensó que todo acabó ahí, que su sufrimiento ese día había acabado, pero no. Su padre le obligó a coger la palanca y a partir el animal en trozos, trozos que después venderían a la carnicería del pueblo, porque Patrick conocía al carnicero. Blair recuerda que lloró y se quejó, pero no pudo hacer nada. Tuvo que hacerlo. Y además se llevó una paliza por contradecir a su padre. Afilaba el arma con rabia. No se daba cuenta de lo que hacía hasta que unas gotas cayeron encima del mango de la palanca. Eran lágrimas. Blair estaba llorando. Se secó los ojos y la cara rápidamente. Le temblaban las manos y tuvo que soltar el arma un momento. Respiró profundamente y se intentó relajar. Iba a matar a esa cosa. Fuera lo que fuera. Como si era la cosa más espantosa jamás vista, le daba igual. Iba a hacerlo picadillo. Se sentía mal. Se sentía horrible porque fue Nancy la que tuvo que ver a esa cosa con sus propios ojos. Debería haber sido ella. Nancy no se merecía eso. Si esa cosa se llevaba a alguien, iba a ser a ella. No dejaría que nadie sufriera daños si ella estaba allí. Si alguien tenía que morir esa noche, sería ella.

𝙇𝙊𝙑𝙀 𝙃𝙐𝙍𝙏 | 𝑁𝑎𝑛𝑐𝑦 𝑊ℎ𝑒𝑒𝑙𝑒𝑟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora