CAPÍTULO 2

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Cuando llegué a la puerta de casa dudé unos segundos si entrar o no. Mi madre siempre se está preocupando por mi. No ha sido fácil para las dos, conozco muy poco sobre mi padre, mi madre trabaja como mujer de compañía, que es como me decía siempre desde que tenía consciencia, pero sabía perfectamente que era prostituta, solo que nunca decía esa palabra por si la ofendía o algo. También decía que de alguna forma había que ganarse la vida en ése pueblo, al estar sola, sin nadie que le fuera a ayudar. El pueblo, por lo que me contó ella, desde que llegamos nos habían tratado mal, nunca supe el porqué ni tampoco me lo quiso decir, así que nunca insistí, porque parecía que no estaba preparada para contarlo o no se.

La verdad que somos gente normal, yo con mi metro sesenta, delgada debido a la falta de comida, eso si, mi pecho y mi culo no me lo quita nadie, parece que lo que como no lo pierdo, si no que se me va todo a esas zonas. No es una exageración, pero tampoco soy una tabla. Mi pelo me llega por el pecho, a capas y ondulado, es un castaño oscuro con algún que otro reflejo rubio, no lo suelo llevar suelto ya que suele molestar para la caza. Así que lo suelo llevar recogido en un moño alto con el borde en trenza o alguna coleta alta, depende también del viento que haga. Lo que más llama la atención de mi, son mis ojos, unos ojos de color verde intenso. Siempre estoy ayudando a los demás, vamos, que siempre los tengo a ellos por delante antes que a mi misma, para mi la familia lo es todo. Las dos somos alegres, no tenemos maldad, no le hemos hecho daño a nadie, bueno, quitando el día de hoy claro. Una cosa es que se metan conmigo y otra que se metan con la gente que aprecio. Siempre estoy dispuesta a ayudar aunque sea alguien del pueblo que me haya criticado a mis espaldas, y mi madre igual, creo que lo saqué de ella.

Y qué decir de mi madre, ella parece tallada por los dioses, a pesar de sus 50 años, lo tiene todo bien puesto, su melena castaño claro, pelo largo por el culo, liso pero acabado en ondulación. Ojos grises, delgada y algo más baja que yo. Siempre viste algún vestido que tenga, y yo en cambio siempre con pantalón y camisa, me es más cómodo para el día a día. Es una persona con un corazón de oro, nunca la he visto levantar la voz a alguien, ni siquiera a mi, que obviamente no soy la hija perfecta, tengo mis defectos como todos.

Tampoco es que tengamos una casa grande, está a unos quince minutos de la plaza, y tenemos lo suficiente, una habitación que compartimos juntas que se sitúa la puerta en la pared derecha y la otra sala es donde cocinamos en la chimenea que se encuentra a la izquierda al entrar, en el medio de la pared y enfrente de la chimenea una mesa para 4 personas. Al fondo hay un pequeño rincón con una ventana donde se encuentra una mesa, no es muy ancha pero sí larga, en el lado de ésta se sitúa un pequeño caldero donde creo algún remedio para heridas, dolores, alguna enfermedad leve como algún resfriado o incluso hasta para hacer perfume, que de vez en cuando viene alguien a pedirme alguno y con eso pues hacemos algún intercambio o simplemente dinero, depende si necesitamos algo, en invierno pues siempre viene bien algo de verduras. Fuera a la izquierda, tenemos un pequeño huerto vallado para evitar que vengan los roedores o los herbívoros a comerse la plantación, una zona para la limpieza de las pieles, e incluso un par de gallinas a la derecha de la casa. Rodeando la casa que está vallada se encuentran algunas flores y plantas. Y en una de las esquinas, un árbol lo suficientemente grande como para quedarme acostada bajo sus ramas leyendo o incluso encima de algunas de ellas. Y aún así sigo sin entender porque le caemos tan mal a la gente.

Así que sacudí la cabeza a modo de eliminar esos pensamientos de mi mente, me limpié un poco la herida con un trozo de trapo que llevaba en el bolsillo y el cubo de agua de la lluvia, sonreí y entré dentro.

-Hola mamá, ya estoy de vuelta.- Le dije mientras corría a abrazarla-

-Hola cariño, cómo te fue en el mercado- Dijo mientras se separaba de mí y se dió cuenta de que no llevaba nada encima y tenía el labio partido.-Hija, ¿Ya te has peleado con alguien? Ni siquiera te ha dado tiempo a comprar-

-Mamá, fue el padre de Lussyn, me dijo que no quería a gente como yo, que le espantaba a los clientes-

Ella me sonrió. -Dime que no se fue limpio a su casa-

Yo le sonreí y empecé a negar con la cabeza. -No, la verdad que se fue con la nariz rota y pimienta en los ojos.- Se lo contaba mientras me reía al recordar ese momento. Mi madre soltó una risilla. 

La ayudé a poner la mesa y a terminar de preparar lo que faltaba de la comida, cuando estuvo terminado nos pusimos a comer. Al terminar nos pusimos con el huerto, a recoger las pocas verduras que quedaban ya para poder pasar el invierno. Éste llegaría en dos días, así que tendríamos que prepararnos en la casa, cortar leña, poner más ropa en la cama, también meter las gallinas, que con el invierno no nos gusta dejarlas fuera.

A la mañana siguiente, me puse a preparar el desayuno mientras mi madre hacía la cama. Cuando estábamos a punto de terminar de desayunar, tocaron a la puerta. Mi madre y yo nos miramos mutuamente ya que era raro que venga alguien a nuestra casa, así que me levanté y fui a ver quien era.

 -¿Quién es?- Mientras me levantaba de la silla e iba en dirección a la puerta.

-Soy Lussyn, abre.-

Eché una mirada en dirección a mi madre ya que, de una forma u otra no se porque, pero necesitaba la aprobación de mi madre.

Juntas como la arena y el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora