capitulo 5

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Lucía sabía que, tarde o temprano, la traicionarían. Detrás de ella, Mercedes, la sicaria, y Rafael, su mano derecha y confidente, esperaban el momento oportuno. En un pintoresco pueblo rodeado de campos verdes y aire puro, Gabriel conoció a Paula, una humilde campesina cuya vida transcurría entre el trabajo en el campo y los lazos familiares.

Un día, mientras realizaba sus labores cotidianas, Paula le preguntó a Gabriel: “Hola, señor, ¿busca a alguien?”. Gabriel, intrigado por la belleza del lugar, respondió: “No, pero un amigo me recomendó este hermoso rincón”. Paula, nerviosa, le dijo: “¿Y esa pregunta, señor?”. Gabriel, sin dudarlo, indagó si cerca vivía la señora doña Rosa.

La tensión entre ellos era palpable. Paula, resentida y celosa desde niña, envidiaba a María, la esposa de Gabriel. ¿Qué más ocultaba Paula? Gabriel, mirándola con desdén, insistió: “Si llegas a saber algo más, avísame”.

Paula, incómoda, decidió llamar a Lucía. “Patrona, Gabriel estuvo preguntando cosas por aquí.

A los que respondía Lucía furiosa, yo no les decía nada. Ya saben que deben permanecer callados. A los que respondía Paula, sí, mi patrona. Ese día Gabriel se quedó en un hotel, pues caía la noche y llovía. Sus pensamientos y dudas resonaron cortantes en el ambiente, creando una tensión palpable. Gabriel, aunque la realidad fuera cierta según lo que decía María de su inocencia, me dolería. Frente al espejo, se daba sus respuestas.

Al día siguiente, Gabriel llegaba al apartamento. Esa noche de la cena, André y Lucía se sentaban en la mesa sin pronunciar palabras. El resto de la cena transcurrió en un tenso silencio, interrumpido solo por el murmullo de los cubiertos y los discretos susurros entre hermanos.

Lucía respondió sin pronunciar su nombre: “¿Algo pudiste investigar sobre la broma?”

Rafael contestó: “Sí, mi patrona Lucía María se hizo amiga de dos chicas en la cárcel.”

Lucía continuó: “Bueno, haz lo que sabes hacer sin equivocaciones. ¿Estamos claros?”

Rafael asintió: “Sí, claro, lo que usted diga, patrona.”

Andrés salió de la oficina de Lucía, buscando soluciones para los problemas. En ese momento, llegó un proveedor muy importante de China llamado Xin Chan.

Xin Chan se presentó: “Hola, soy Xin Chan. Vengo de China, de una empresa muy importante en mi país. Estamos buscando un contrato comercial. Esta es la segunda empresa que visitamos.”

Andrés respondió: “Mucho gusto, me llamo Andrés. Claro, venga conmigo a mi oficina. Si aún está interesado, revisemos el contrato.”

Xin Chan entregó el contrato y Andrés lo examinó detenidamente. “Por diez años y financiado por 999.450.67.80 millones, esto es demasiado. Nos ayudaría mucho. Bueno, firmaré. Ya está listo.”

Xin Chan se despidió: “Vale, hasta luego.”

Andrés se apresuró hacia la oficina de Lucía, donde sabía que ella había cerrado un contrato crucial con un proveedor chino llamado Xin Chan. La importancia de este contrato no escapaba a su atención, y su mente se llenaba de posibilidades y desafíos.

Mientras tanto, en Madrid, España, a María le llegó una noticia que llenó su corazón de alegría. Al ver a Enrique, lo saludó con voz baja: “Hola, Enrique. ¿Qué haces aquí un sábado?”

Enrique respondió: “Bueno, María, entre dos días tiene lugar el juicio por tu buen comportamiento. Es posible que puedan reducirte la pena de cárcel.”

María, con determinación, dijo: “En serio, Enrique, es un buen comienzo para mi venganza. Haré que Lucía y sus hermanos, incluso Gabriel, paguen por lo que hicieron. Nunca creyeron en mí y me arrebataron a mi hijo Dairon. Solo necesito saber si estás conmigo en esto. ¿Te unes?”

Enrique miró a María con sinceridad: “Yo a ti no te dejaría sola. Sabes que te amo y daría mi vida por ti.”

María bajó la mirada: “Tú sabes que aún amo a Gabriel, pero a ti te quiero como a un gran amigo. Hasta ahí llego, Enrique.”

Mientras esa noche, dos chicas contratadas por Lucía se dirigieron directamente a asesinar a María, ya que esta le estorbaba. María logró defenderse siguiendo las enseñanzas de sus amigas Juliana y Estefanía, aunque resultó herida en el brazo izquierdo. Las tres chicas, pagadas por Lucía, llamaron a Rafael para informarle que el plan había fracasado. Rafael, al enterarse, respondió a Lucía: “Eres un insecto imbécil. Contrataste a chicas que no saben hacer las cosas”. Lucía, a su vez, le aseguró a Rafael que no volvería a ocurrir.

Lucia, al colgar el teléfono, estaba furiosa. Repicaba contra estos inútiles que no sabían hacer las cosas bien. En ese momento, Andrés entró a la oficina.

“¿Mejor me voy, Lucía?” respondió Andrés, notando la molestia en su rostro.

“Pues estos buenos para nada,” replicó Lucía. “No saben hacer el trabajo bien. Tenemos que hacer que María se vaya. Si no, sería un problema.”

“Problemas sería este, Lucía,” contestó Andrés. “Los trabajadores están planeando una huelga. Están cansados de promesas y mejoras salariales. Además, los uniformes y otros beneficios que les prometiste. No podemos permitir que los proveedores ni los socios de alto nivel se enteren de esto.”

“Bueno, haz algo,” dijo Lucía. “Yo sola no puedo. Eres el gerente, después de todo.”

“De acuerdo, Lucía,” respondió Andrés. “Pero los administrativos dicen que no hay fondos. En los últimos meses, no hemos exportado productos.”

“De verdad, Andrés, eres lento,” exclamó Lucía. “Dios no te dio una cabeza solo para pensar en estupideces. Usa tu inteligencia, si es que la tienes, aunque no lo creo. Debemos buscar soluciones a estos problemas.”

Lucía, en medio de su frustración, se enfrentaba a un dilema. La tensión en la oficina era palpable, y Andrés, el gerente, no parecía estar a la altura de la situación. ¿Cómo podrían resolver los problemas que se acumulaban?

La huelga de los trabajadores era un asunto urgente. Lucía sabía que debían encontrar una solución antes de que la situación empeorara. Sin embargo, los fondos escaseaban y las promesas incumplidas pesaban sobre ellos.

Andrés, por su parte, parecía atrapado en un laberinto de burocracia y excusas. Lucía no podía permitir que su empresa se hundiera por inacción. Respiró hondo y decidió tomar las riendas.

“Escucha, Andrés,” dijo Lucía con determinación. “No podemos seguir así. Necesitamos creatividad, no más obstáculos. ¿Qué tal si buscamos nuevos mercados para nuestros productos? Quizás la exportación sea la clave. Además, podríamos revisar los gastos y priorizar las inversiones.”

Andrés asintió, sorprendido por la claridad de las palabras de Lucía. “Tienes razón,” admitió. “Debemos actuar con rapidez. Buscaré alternativas y presentaré un plan. Juntos, encontraremos una solución.”

Lucía sonrió. A veces, la inteligencia y la audacia eran más valiosas que cualquier fondo presupuestario. Con determinación, se dispuso a liderar el cambio que su empresa necesitaba.

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