capitulo 18

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Esa noche, Lucía lloraba desconsolada, algo que nadie afuera se imaginaría. Nadie había visto el lado tierno de Lucía, nadie excepto Julián Álvarez, quien fue el gran amor de su vida. Un muchacho sin maldad, que le enseñó lo que era el amor. Lucía, mientras ve su foto, recuerda todo lo que había vivido con él, desde el momento en el que lo conoció. Eso fue cuando solo tenía 14 años de edad. Era una adolescente a la que, como a todos, le gustaba la adrenalina, y un día, cansada de tanto encierro, decidió escaparse hacia el río que pasaba por allí cerca, algo que había querido hacer desde hacía tiempo.

Al llegar, disfrutaba de la vista, del aire y, sobre todo, de no estar encerrada con tantas normas. En ese deleite, sintió unas miradas que le dieron un poco de miedo. Cuando se decidió a regresar, se encontró con el dueño de aquellas miradas: un chico de su misma edad, ojos azules, cabello castaño, y una hermosa sonrisa. La pequeña Lucía quedó encantada con aquel chico.

—¿Cómo te llamas? —preguntó curioso el chico.

—Lucía, así me llamo —respondió ella.

—Lucía, es muy lindo tu nombre, al igual que tú —dijo Julián.

Este halago sonrojó a Lucía. Los dos adolescentes no dejaban de mirarse, una conexión había entre ellos. A partir de ese momento se hicieron amigos y se veían siempre en aquel río. Eran dos amigos enamorados, viéndose a escondidas. Un día, Julián, todo nervioso, le preguntó a Lucía:

—Lucía, hace tiempo quería preguntarte algo.

—Sí, dime.

—¿Quieres ser mi novia? Sé que es una locura, que tu familia no aceptaría nuestro amor, pero en estos tres años que llevamos conociéndonos, te he amado en silencio, y ya no aguanto más. En verdad, solo quiero que seas mi novia, te juro que haré todo lo posible para que tus padres me acepten.

Lucía lo mira, lo besa y luego, con una sonrisa, le dice:

—¿Por qué tardaste tanto en preguntarlo?

—¿Eso quiere decir que sí? —preguntó Julián.

Lucía lo volvió a besar y luego le dijo:

—¿Te queda alguna duda, mi mugresito?

Julián, emocionado, la abraza. Y así empezó su historia de amor, llena de muchos sentimientos, pero no todo era perfecto. Sus familias se oponían a ese noviazgo, tanto la de ella como la de él. El dinero siempre había estado en medio. La familia de Lucía no aceptaba a Julián por ser hijo de carpinteros, y la familia de Julián no quería a Lucía porque era una niña de "papi y mami". Así que, para separarlos, los padres de Lucía decidieron llevarla a un internado en Italia, poniendo distancia literal entre ambos chicos.

Pasaron dos años y, sin embargo, Lucía no olvidaba a su Julián ni él a ella. Tanto fue así que Julián empezó a hacer negocios ilegales para poder ir en busca de su amada. Y lo logró. Logró viajar a Italia, y vestido de monja entró al convento en donde la encontró nuevamente. Lucía sentía las miradas nuevamente, y una monja detrás de ella, un poco odiosa, le dijo:

—¿No tienes nada mejor que hacer que seguirme y estar mirándome?

—No... Yo vivo solo para ti —respondió Julián.

Lucía, al escucharlo, se sorprendió. Quedó fría mirando aquella figura escondida debajo de aquellas batas. Él se bajó parte del velo y le dijo:

—Sí, soy yo, mi amor, he venido por ti.

—¡Julián, mi amor! —exclamó Lucía.

Lucía lo abrazó y se besaron, un beso apasionado.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste? —preguntó Lucía.

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