capítulos 7

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Una semana después, Mercedes viaja a España para visitar a un viejo amigo, Emiliano, sargento español. Emiliano fue quien trasladó a María a España y, con un tono misterioso, le dijo:

Mercedes: (susurrando) Emiliano, necesito tu ayuda.
Emiliano: (frunciendo el ceño) ¿Qué es lo que necesitas, Mercedes?
Mercedes respondió: “Relájate, nadie sabe que yo trabajo para Lucía. Además, todo lo que se dice de ella son rumores, nada en concreto. Estoy aquí porque necesito de tus servicios nuevamente”.

Emiliano se encontraba atrapado entre su pasado y el presente, debatiéndose entre la culpa y la codicia. La sombra de María, a quien había traicionado hace una década, se cernía sobre él.

Emiliano: (suspirando) Mercedes, no puedo creer que estemos aquí de nuevo. ¿Por qué ahora? ¿Por qué María?
Mercedes: (fríamente) No te hagas el inocente, Emiliano. Recuerda bien aquel maletín lleno de billetes que recibiste. Esta vez, la recompensa es aún mayor.
Emiliano: (con los ojos entrecerrados) ¿Qué quieres que haga?
Mercedes: (susurrando) Solo necesito que te asegures de que María no siga respirando. ¿Estás dispuesto a hacerlo?
El sargento español se encontraba en una encrucijada moral, enfrentando una decisión que podría cambiar su vida para siempre. Los diálogos se tejían con la tensión de un thriller oscuro, y el símbolo _ marcaba cada palabra como un secreto compartido entre cómplices.

“Y dice (Mercedes: la otra parte te la doy cuando termines el trabajo). Sale de aquella oficina y, mientras caminaba, hablaba con Lucía. (Lucía: ¡Hola! ¿Dime qué respuesta me tienes?). Mercedes: Muy pronto, María. Colocas su apellido, dejará de existir; se extinguirá esa plaga.

Lucía: “¡Excelente trabajo! ¡Recibirás tu recompensa!” La llamada se corta.

Andrés: “Tu sonrisa dice que son buenas noticias.” Lucía se ríe a carcajadas, celebrando lo que aún no ha concretado.

María: “No lo sé, Estefanía. Eso es tuyo; te pertenece a ti. Es tu fortuna.”

Alexandra: “Sí, pero como te dije, yo no voy a salir de aquí, y no quiero que mis fortunas terminen en manos equivocadas. Tú eres mi amiga, confío en ti. Quiero que seas tú quien cuide de mis cosas.”

María: “No quiero parecer que me estoy aprovechando de ti.”

Alexandra: “No te preocupes, yo sé que no es así. Hazlo por mí y por tus sueños, por tu hijo.”

María: “Está bien, lo haré. Gracias, amiga. No tengo cómo pagarte; ya has hecho mucho por mí.” (María abraza a Estefanía.)

Roberta: “Hola, ¿a qué se debe el honor de su visita, sargento Emiliano?”

Emiliano: “Estoy aquí porque tengo una propuesta para ti.”

Roberta: “¿A ver de qué se trata?”

Emiliano: “Necesito que acabes con la vida de una persona. A cambio, recibirás una buena suma de dinero.”

Roberta: “¿Qué tan grande es esa suma?”

Emiliano: “Más de lo que imaginas.”

Roberta: “Si es así, dime el nombre de la persona.”

Emiliano: “Ella se llama María. Colocas el apellido.”

Roberta: “¿Hablas en serio? La princesita (risas). Qué chiquito es el mundo. Hace tiempo que quería divertirme con ella. Cuenta conmigo; yo acabaré con ella.”

Roberta: “Hola, María, ¿a dónde vas con tanta prisa?”

María: “Déjame salir en este momento. No estoy para tus juegos; estoy ocupada.”

Roberta: “Pero podemos jugar antes. No creo que necesites esos productos a donde vas a ir (risas). ¿A qué te refieres?”

María: “¿Quieres matarme? ¿Por qué? Yo no te he hecho nada.”

Roberta: “A mí no, pero a alguien más sí. Me han pagado una gran cantidad de dinero por tu vida.”

María: “¿Quién es? Dime su nombre.”

Roberta: “Lo siento, princesa. Es confidencial, pero siéntete orgullosa de saber que tu vida ha tenido un alto precio.”

Al decir esto, las amigas de Roberta la sujetaron, y María luchaba por soltarse mientras exclamaba: (María: “¡Líberenme, ostia tías! ¡Se los he dicho!”)

Roberta se acercó a ella y, con todas sus fuerzas, la apuñaló en el abdomen con una cuchilla bien afilada, luego la retiró. María, con voz cortante, le dijo:

(María: “¿Por qué hiciste esto? ¿Quién ordenó esto? ¿Acaso fue Lucía?”) Roberta se agachó y le susurró al oído: (Roberta: “Su nombre es Gabriel, quien ordenó tu muerte.”) María estaba sorprendida al escuchar aquello. Roberta salió junto con sus amigas de la escena del crimen.

María sentía un dolor horrible, como si un animal le estuviera devorando por dentro. Estaba perdiendo mucha sangre. Con su mano, intentó detener el sangrado presionando la herida. Se sentía destrozada, no solo por la apuñalada en su abdomen, sino también por escuchar el nombre de Gabriel. No podía creer que el hombre al que amaba, el padre de su hijo, deseara su muerte. (María: “¿Cómo es posible que desees mi muerte, Gabriel? Yo pensé que me amabas.”)*

Su estado empeoraba; su cuerpo se enfrió, sudaba profusamente y finalmente se desmayó.

Sus dos amigas, Juliana y Alexandra, al ver que su amiga se tardaba, fueron a buscarla y la encontraron en aquel lugar, sobre un charco de sangre. No podían creer lo que estaban viendo. (Juliana: “¡Joder, la mataron! Está muerta”. Estefanía: “Aún respira, ve por ayuda”). Juliana salió en veloz carrera, mientras Alexandra se quedó junto a ella tratando de detener el sangrado. Roberta escuchó la conversación de sus amigas y salió de inmediato para avisarle al sargento Emiliano que había cumplido su tarea.

(Roberta: “Ya está listo, sargento. Me debe esa cantidad. María ha dejado de existir”. Emiliano: “Bien, luego paso y te doy tu parte”). Emiliano llamó a Mercedes y a Lucía, quienes celebraron en grande la noticia.

Lucía: “Está listo, Andrés. Ya nos deshicimos de ella. Ya no será esa piedra en nuestro zapato”. (Ambos sonríen).

De inmediato llegaron los guardias y levantaron a María, llevándola a la enfermería. Sus amigas esperaban noticias en su celda, caminando de un lado a otro. Horas después, llegaron las noticias.

Juliana: “Díganos, enfermera, ¿cómo está María?”. Alexandra: “¿Está bien? Digamos que se salvará”. Enfermera: “No puedo asegurar que estará bien. Ha perdido mucha sangre, pero aún está con vida. Solo queda esperar”. Juliana y Alexandra se abrazan, suspirando. Aún sus cuerpos tiemblan del susto.

La noticia voló en aquel lugar de que María aún seguía viva, que había sobrevivido, y no sabían quién la atacó. Roberta escuchó y se enojó. Había fallado y, apuñalando su muñeca, dice: “Esto no se va a quedar así. Falle, pero ese trabajo lo termino. María tiene sus días contados”.

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