Lucía estaba entretenida resolviendo asuntos de la empresa cuando en España se realizaba un segundo juicio. María nuevamente se encontraba frente a un juez, esta vez con una petición de rebaja de condena. Enrique, su abogado, le explicaba al juez sobre la conducta de María en la cárcel. “Señor juez, en estos últimos años, la señora María ha hecho mucho por esta institución. Su comportamiento es intachable; no es violenta y enseña a leer a las presas que no conocen las letras”. El abogado continuaba hablando y presentando pruebas, mientras que María no podía evitar pensar en Gabriel.
Revivió todos los momentos junto a su amor: las risas, las miradas, los abrazos, los besos, todas las palabras. Recordó el momento en que él le pidió matrimonio y cuando supo que estaba embarazada. Mientras estas memorias la inundaban, una lágrima asomó y bajó por su mejilla. Aún lo amaba y le dolía cómo habían sucedido las cosas entre ellos. Se decía a sí misma: “Aún te amo, Gabriel. Como la primera vez que te vi, cuando tu sonrisa me cautivó y tu voz estremeció todo mi ser. Aún te amo con la misma pasión con la que me entregué a ti. No puedo evitar amarte, aunque quisiera olvidarte. ¿Por qué? ¿Por qué no confiaste en mí? ¿Por qué desapareciste? ¿Por qué, en tantos años, no me has buscado? ¿Acaso ya no me amas? ¿Qué ha sido de tu vida y la de nuestro niño? ¿Por qué, Gabriel, no estás aquí si juramos amarnos hasta el final? Pero solo desapareciste”.
Mientras María lloraba por dentro en su corazón, Gabriel estaba justo en el lugar donde la besó por primera vez. No podía evitar pensar en ella, y al hacerlo, su rostro pasaba de sonreír a reflejar tristeza. En voz alta, dijo: “¿Te dije alguna vez que tus ojos color avellana eran mi debilidad? Son los mismos ojos que heredó nuestro hijo. ¿Te mencioné alguna vez que adoro el olor de tu cabello y la suavidad de tu piel? Y que tus labios de rubí me encantaban, aún lo hacen, y desearía besarte de nuevo, María. ¿Por qué sucedió todo esto? ¿Por qué no pudimos ser felices? Para mí, eres muy importante. María, estoy volviéndome loco. Sé que estás bien dentro de lo que cabe, pero aunque quisiera verte, no puedo. ¿Qué te diría después de tantos años? Aún te amo. Nuestro hijo es igualito a ti, tiene tus ojos avellana y tu cálida sonrisa”.
Al terminar de decir esto, Gabriel limpió sus lágrimas y caminó directo a casa mientras seguía meditando.
Mientras todos en el juicio esperaban la respuesta del juez, este, con voz de trueno, dijo: “Al escuchar al abogado y analizar las pruebas, he decidido que a la señora María se le rebajarán 22 años de su condena debido a su comportamiento”.
Enrique sonrió, y María suspiró, pero aún no era suficiente; aún le faltaban años en ese lugar. (Enrique: “Hay que celebrar esta victoria. ¿Qué tienes, María? ¿No estás feliz? Son muchos años los que te rebajaron”. María: “Sí, lo estoy, pero aún seguiré aquí encerrada. Solo quiero salir, ver a mi hijo y vengarme de todos los que me han hecho daño. No descansaré hasta verlos caer, uno a uno, aquellos que destruyeron mi vida y asesinaron a toda mi familia”).
Enrique: ¿Y Gabriel? ¿Qué harás con él? ¿Lo buscarás? María: Él también tiene que pagar por dejarme aquí, por no buscarme, por decir que me amaba y demostrar lo contrario. Sé que es inocente de todo lo que me han hecho sus hermanos, pero no le perdonaré haber roto nuestra promesa de estar juntos. Enrique: “Yo te prometo que te sacaré de aquí. Haré lo posible y lo imposible para liberarte, María. Nunca te dejaré sola”. María, al escucharlo, no pudo evitar abrazarlo y llorar en sus brazos. En el abrazo fuerte, pensaba: “¿Qué no daría yo por ser el hombre por el que tu corazón late, el que despierte pasión? Pero lo amas a él. Si tan solo me dieras la oportunidad de conquistarte, te haría la mujer más feliz de este mundo, porque te lo mereces”.
Días después, Lucía se encontraba en su oficina firmando unos papeles cuando su hermano Andrés llegó junto con Rafael. (Andrés: “¿Puedo pasar?”. Lucía: “¿No ves que estoy ocupada?”. Andrés: “Es importante, es sobre María”. Lucía: “¿Sobre María? Venid, pasad y cerrad la puerta. ¿Qué pasó con esa estúpida?”. Andrés: “rafael os lo contará. Adelante, Antonio”. Rafael: “Me acabo de enterar de que a María le rebajaron la condena. En pocos años saldrá”. Lucía: “¡Eso no puede pasar! Esa mosquita muerta no volverá a ver la luz del día”. Andrés: “¿Y qué harás?”. Lucía: “Ya lo verás”).
Lucía toma el celular y llama a su mano derecha, Mercedes. (Mercedes: “¡Hola!”. Lucía: “Mercedes, necesito tu ayuda. Tengo que deshacerme de una pequeña piedra en el zapato”. Mercedes: “Dime de quién se trata. Hace tiempo que no me divierto”). Lucía sonríe con una sonrisa macabra que estremece el alma. Andrés y Antonio escuchan la conversación y ambos sonríen gustosos.
Por fin se quitarían a María de encima, pensaron Acabar con su vida, era el plan mercedes. contrataría a gente dentro de la cárcel, para que acabarán con María.
Mercedes, con su sonrisa maquiavélica, decide llevar a cabo su plan para deshacerse de María. Contrata a personas desde dentro de la cárcel para que pongan fin a la vida de su enemiga. Mientras tanto, Andrés y Antonio, cómplices silenciosos, observan la situación con malicia.
En la cárcel, María enfrenta peligros y amenazas. Las peleas y tensiones aumentan, y ella se encuentra atrapada en un juego mortal. ¿Logrará escapar de este destino cruel? Solo el tiempo lo dirá.
La noche anterior al ataque planeado, Mercedes se encuentra en su habitación, rodeada de sombras. El reloj marca la medianoche, y el viento aúlla fuera de la ventana. Su corazón late con anticipación mientras revisa los detalles del plan una vez más.
Los hombres que contrató son peligrosos, pero ella confía en su lealtad. Han prometido silencio absoluto y ejecución rápida. María, ajena a todo, duerme plácidamente en su celda, sin sospechar que su vida está en juego.
Andrés y Antonio también están nerviosos. Saben que si algo sale mal, todos estarán en peligro. Pero no pueden evitar sentir una extraña emoción: la adrenalina de la conspiración, la promesa de venganza.
La noche del ataque, las luces de la cárcel parpadean. Los hombres de Mercedes se deslizan por los pasillos, evitando a los guardias. María, en su celda, tiene un sueño inquieto. Siente una presencia, pero no puede despertar.
El momento llega. Los hombres entran en la celda de María. El silencio es sepulcral. ¿Cumplirán su misión? ¿O María logrará escapar de esta trampa mortal?