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“JAKER”

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Radesul central, Radesul.
Día 456, Año 8, Siglo 4, Centenar 8, Era 2.
3:47 PM

La caminata apresurada del joven provocaba que las botas de cuero que portaban sonaran a cada paso.

El mármol esmeralda que adornaba el suelo hacia rebotar la poca luz que entraba por los amplios ventanales, que al final los candelabros de plata absorbían provocando una hermosa escena.

El camino al salón del trono parecía la entrada al cielo, pero en ese momento más que sentirse en él paraíso el rubio sentía que estaba por adentrarse al mismísimo infierno.

Detuvo su andar cuando, unos pasos más allá de los ventanales, se encontró de frente con los portones de oro y plata que cubrían la entrada a su destino.

Suspiró un par de veces antes de poder llenarse de valor y emprender la marcha puertas dentro.

El resplandor dentro de la sala, lo dejó momentáneamente ciego, no supo si fue a causa de las pulidas armaduras de la guardia real o del brillo exagerado que obtenía la corona de su padre por la luz del alba.

«Quizás ese es el motivo por el que lo llaman “El brillante”»

Se rió con frustración internamente por su intento de “chiste”, estaba seguro de que a su padre no le daría mucha gracia.

—¡Oh, hijo! ¡Un gusto verte! Pero ¿Qué te trae por aquí?

«No pienso lo mismo, padre»

Apretó la mandíbula y contuvo las ganas de gritarle a la cara, antes que cualquier cosa era su Rey.

Volvío a respirar hondo y revisó mentalmente el discurso que venía planeando desde que se enteró de la noticia.

«Que ahora no se me trave la lengua, por favor»

—Querido padre. Creo que ya sabe porque estoy aquí —habló suavemente con un suspiro.

Se acercó hacía el centro y se acomodó los rizos castaños con tonos rubios.

—Pero de todas formas permítame infórmale los motivos de mi visita.

—Habla querido —lo alentó—, cuéntale a tu padre que te aflige.

Notó el placer en la mirada de el hombre mayor y en ese momento deseó que no fuera el hombre más importante de Radesul para poder reclamarle como se debía, como un hijo lo haría con un padre normal, como Adur lo hacía con el gran duque Salazar.

Pero claro, su relación no se acercaba a lo normal.

Las manos le temblaban de la impotencia y quizás, también, el miedo. El sudor le recorría el cuello, los pensamientos que anteriormente traía ordenados amenazaban con salirce de lugar.

—No me quiero casar, padre —contestó luego de armarse de valor y levantar la mirada hacia su padre.

El seño de este se frunció inmediatamente después de haber escuchado las palabras que habían salido disparadas de la boca de su heredero.

Se reclinó sobre su trono, colocó el fuerte mentón sobre su mano y posó los ojos sobre su heredero. Sopesó las palabras en su boca, repiqueteó los dedos de la mano libre encima del brazo de oro de la silla.

Se acomodó la corona y se inclinó hacia delante cuando tuvo la respuesta perfecta en la afilada lengua que poseía.

—No me interesa tu opinión —le soltó sin ningún filtro—. Te casas porque así lo decidí yo.

Mevak(Pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora