CAPÍTULO 4

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Mdia hora después, me hallaba de vuelta en mi uniforme: pantalones negros, cinturón Armani (herencia de uno de los
hermanos de negocios), camisa de color negro de manga larga con los puños doblados hasta los codos. Y mi alzacuello, por supuesto. San Agustín miraba austeramente a lo largo de la oficina, recordándome que me encontraba aquí para ayudar a Phuwin, no para soñar con camisetas deportivas y pantalones cortos. Y quería estar aquí para ayudarlo.

Cuando recordé su suave llanto en el confesionario, el pecho se me apretó.
Lo ayudaría así eso me matara. Phuwin llegó unos minutos antes, y su forma fácil pero precisa al caminar, cuando entró por la puerta me dijo que acostumbraba ser puntual, se complacía en ello, era el tipo de persona que nunca podía entender por qué los demás llegaban tarde. Mientras que los tres años de despertar a las siete todavía no me transformaron en una persona mañanera, generalmente ocurría más a menudo de lo que me gustaría, que la misa comenzaba a las ocho y diez y no a las ocho.

—Hola —dijo cuando le indiqué una silla junto a mí.

Elegí las dos sillas tapizadas en la esquina de la oficina, odiando hablar a la gente desde detrás de mi escritorio como si fuera un director de escuela media. Y con Phuwin, quería ser capaz de calmarlo, tocarlo si era necesario, mostrarle una experiencia eclesiástica más personal que la de la Antigua Cabina de la Muerte.

Se dejó caer en la silla de una manera elegante, agraciada, que fue putamente fascinante... como ver a un bailarin atar sus zapatillas o a una geisha servir el té. Otra vez usaba ese humectante labial que hacía lucir sus labios brillantes, y se encontraba en un par de pantalones cortos y una camisa con los dos primeros botones descubriendo su lechoso cuello; se veía más lista para un viaje en yate un sábado a mediodía, que para una reunión en mi lúgubre oficina. Pero su cabello seguía húmedo y sus mejillas todavía tenía el típico sonrojo de después de correr, y sentí un pequeño oleaje de orgullo posesivo al lograr ver a esta hombre pulido levemente desorganizada, lo cual era un mal impulso. Lo descarté.

—Gracias por reunirte conmigo —dijo, cruzando las piernas mientras dejaba su bolso en el suelo. Lo cual no era un bolso, sino una bolsa para portátil elegante, llena de capas de carpetas de colores brillantes—. He estado pensando mucho en acercarme a algo como esto, pero nunca he sido religioso antes, y parte de mí todavía medio se resiste a la idea...

—No pienses en ello como ser religioso —le aconsejé—. No estoy aquí para convertirte. ¿Por qué no nos limitamos a hablar? Y tal vez, aquí habrá algunas actividades o grupos que coincidan con lo que necesitas.

—¿Y si no hay? ¿Me mandarás con los metodistas?

—Nunca —le dije con fingida gravedad—. Siempre prefiero a los luteranos en primer lugar.

Eso me valió otra sonrisa.

—Entonces, ¿cómo acabaste en Kansas City?

Él vaciló.

—Es una larga historia.

Me recosté en la silla, haciendo un espectáculo de cómo me acomodaba.

—Tengo tiempo.

—Es aburrido —advirtió.

—Mi día es una praxis de las leyes litúrgicas que datan de la Edad Media. Puedo manejar lo aburrido. Te lo prometo.

—Bueno, vale, no estoy seguro por dónde comenzar, así que, ¿supongo que debería empezar por el principio? —Su mirada se deslizó hacia la pared de libros mientras preocupado se mordía su labio inferior, como si estuviera tratando de decidir realmente qué era el principio—. No soy tu típico fugitivo —dijo después de un minuto—. No me escapé por una ventana cuando tenía dieciséis años o me robé el auto de mi padre y conduje hasta el océano más cercano. Era responsable y obediente y el hijo favorito de mi padre justo hasta cuando caminé por el escenario en Dartmouth4  oficialmente recibí mi Maestría en Administración de Negocios. Cuando miré a mis padres, me di cuenta finalmente de lo que ellos realmente veían cuando me miraban, otro activo, otro archivo en el portafolio.

PECADOS CARNALES | PondPhuwinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora