CAPITULO 3 PARTE 2

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Me fui directamente a casa y tomé la ducha más fría que podía soportar, permaneciendo bajo el agua hasta que se aclararon mis pensamientos y finalmente mi erección cedió. Aunque, si  los recientes acontecimientos eran una indicación, regresaría en el momento en que viera de nuevo a Phuwin.

Está bien, quizás no podía eliminar este deseo por mí mismo, pero podría ejercer más autocontrol. No más fantasías. No más levantarme para encontrar que follé a mí colchón soñando con el. Y tal vez hablar con el sería exactamente lo que necesitaba… lo vería como una persona, una oveja descarriada buscando a su Dios, y no solo como sexo andante.

Piernas perfectas.

Me puse un par de pantalones sobre mis ajustados y cortos calzoncillos y me puse una fresca camisa negra, enrollando las largas mangas hasta los codos como solía hacer. No dudé antes de alcanzar el cuello. Sería un recordatorio muy necesario. Un recordatorio para practicar la abnegación y también un recordatorio de por qué practico la abnegación en primer lugar.

Lo hago por mi Dios.

Lo hago por mi parroquia.
Lo hago por mi hermana

Y esa era la razón por la que Phuwin Tangsakyuen era tan molesto. Quería ser el epítome de la pureza sexual para mi congregación. Quería que confiaran de nuevo en la Iglesia; quería borrar las marcas hechas en el nombre de Dios por hombres horribles. Y quería de alguna manera recordar a Namtan sin mi corazón aplastándose con la culpa, el arrepentimiento y la impotencia. ¿Sabes qué? Hacía una gran cosa de la nada.

Todo iba a estar bien.

Me pasé la mano por el cabello, tomando una respiración profunda. Un hombre, no importa qué tan caliente, no iba a desentrañar todo lo que mantenía como sagrado en el sacerdocio. No destruiría todo por lo que trabajé tan duro para crear.

No siempre voy a casa en mis jueves al salir, a pesar de que mis padres viven a menos de una hora de distancia, pero lo hice esta semana, mental y físicamente tenso por evitar a Phuwin durante mis carreras matutinas y también de tomar aproximadamente veinte duchas de agua fría sobre el espacio de dos días.

Solo quería ir a algún lugar, sin collarín, y jugar Arkham Knight y comer la comida que mi mamá hizo. Quería tener una cerveza (o seis o siete) con papá y escuchar a mi melancólico hermano adolescente sobre la chica con la que se hallaba en la “zona de amigos” en este mes. En algún lugar donde la Iglesia, Phuwin y el resto de mi vida se apagaran y solo pudiera relajarme.

Mamá y papá no me decepcionaron. Mis otros dos hermanos se encontraban allí también, a pesar de que todos tenían casas y vidas propias, paseando por la cocina de mamá y esa comodidad no cuantificable que viene con estar en casa.

Después de la cena, Dunk y Mark azotaron mi culo con lo último de Call of Duty, mientras que Jimmy enviaba un mensaje de texto a la última chica en su teléfono, y la casa todavía olía como lasaña y pan de ajo. Una foto de Namtan nos observaba desde arriba de la televisión, una chica guapa inmortalizada para siempre en el 2003 con un flequillo lateral y el cabello

Teñido de rubio y una amplia sonrisa que ocultaba todas las cosas que no

Sabíamos hasta que fue demasiado tarde.

Me quedé mirando esa foto durante mucho tiempo, mientras que Dunk Y Mark charlaban acerca de sus empleos, ambos trabajaban en inversiones, y mientras mamá y papá jugaban Candy Crush en sus sillones reclinables de lado a lado.

Lo siento, Namtan. Lo siento por todo.

Lógicamente, sabía que no existía nada que pudiera haber hecho en ese entonces, pero la lógica no borraba el recuerdo de sus labios pálidos o los azulados vasos sanguíneos que explotaron en sus ojos.

De entrar en el garaje buscando baterías para la linterna y en lugar de eso encontrar el cuerpo frío de mi única hermana. La voz baja de Dunk se filtró en mi sombría ensoñación, y regresé Gradualmente al presente, escuchando el chirrido del sillón reclinable de papá y las palabras de Dunk. —… solo por invitación —dijo—. He oído rumores durante años, pero no fue hasta que encontré la carta que realmente pensé que era real.

—¿Vas a ir? —Mark hablaba en voz baja también.

—Joder sí, voy a ir.

—¿Ir a dónde? —pregunté.

—No te importaría, chico sacerdote.

—¿Es el solo por invitación de Chucky Cheese? Estoy tan orgulloso de ti.

Dunk puso los ojos en blanco, pero Mark se inclinó.

—Tal vez Pond debería saber sobre esto. Probablemente tiene que liberar un poco de exceso de… energía.

—Es solo por invitación, imbécil —dijo Dunk—. Lo que significa que no puede ir.

—Se supone que es como el mejor club de desnudistas en el mundo —continuó Mark, imperturbable por el insulto de Dunk—. Pero nadie sabe cómo se llama ni dónde está, no hasta que eres personalmente invitado. Se dice que no te dejan llegar hasta que tu solvencia es de un millón al año.

—¿Entonces por qué Dunk consiguió ser invitado? —pregunté.

Dunk, aunque tres años mayor que yo, todavía seguía trabajando su camino a

Través de su firma. Hacía un salario muy saludable (jodidamente increíble, desde mi punto de vista), pero no se acercaba a un millón de dólares al año.

Todavía no.

—Porque conozco gente. Tener conexiones es de una forma el tipo de pago más fiable que un sueldo.

La voz de Mark era un poco demasiado ruidosa cuando habló.

—Sobre todo si te permite elegir un co…

—Chicos —dijo papá de forma automática, sin levantar la vista de su Teléfono—. Su madre está aquí.

—Lo siento, mamá —dijimos al unísono.

Ella nos restó importancia con su mano. Más de treinta años de cuatro chicos la hicieron inmune a casi todo. Jimmy se inclinó dentro de la habitación, murmurando algo a papá sobre querer las llaves del auto, y Dunk y Mark se inclinaron más cerca de nuevo.

—Voy la semana que viene —contó Dunk —. Te lo contaré todo.

Mark, más joven que yo por un par de años y todavía en gran medida un junior en el mundo de los negocios, suspiró.

—Quiero ser tú cuando sea grande.

—Mejor yo que el Señor Celibato por aquí. Dime, Pond, ¿ya tienes túnel carpiano en tu mano derecha?

Lancé una almohada en su cabeza.

—¿Te ofreces voluntario para ayudarme?

Dunk esquivó la almohada fácilmente.

—Pon la hora, dulzura. Apuesto a que podría poner un poco de ese apestoso aceite de unción para darle un buen uso.

Gemí.

—Irás al infierno.

—¡POND! —dijo papá—. No le digas a tu hermano que irá al infierno. —Todavía no levantaba la vista de su teléfono.

—Cuál es el beneficio de todas esas solitarias noches si no puedes condenar a alguien de vez en cuando, ¿eh? —preguntó Mark, tratando de alcanzar el control remoto.

—Ya sabes, TinkerBell, tal vez debería encontrar una manera de llevarte al club. No hay nada malo con mirar el menú, siempre y cuando no pidas nada, ¿verdad?

—Dunk, no iré a un club de desnudistas contigo. No importa lo extravagante que sea.

—Bien. Supongo que tú y tu poster de San Agustín pueden pasar juntos el próximo viernes por la noche, a solas. Otra vez.

Le lancé otra almohada.

Los hermanos de negocios se fueron alrededor de las diez, conduciendo de regreso a sus corbatas y máquinas de café expreso en casa, y Jimmy todavía se encontraba afuera haciendo lo que sea para lo que necesitaba el auto tan urgentemente. Papá se hallaba dormido en su sillón, y yo me encontraba tumbado en el sofá, viendo a Jimmy Fallon y pensando en qué película alquilar para el retiro de secundaria en el próximo mes, cuando escuché que el agua del fregadero corría.

Fruncí el ceño. Los hermanos de negocios y yo (y un quejumbroso Jimmy) limpiamos todos los platos después de la cena precisamente para que mamá no tuviera que hacerlo. Pero cuando me levanté para ver si podía ayudar, vi que fregaba el acero inoxidable en salvajes círculos, el vapor rodeándola.

—¿Mamá?

Se dio la vuelta e inmediatamente pude ver que estuvo llorando. Me dio una rápida sonrisa y luego cerró el grifo, limpiándose las lágrimas.

—Lo siento, cariño. Solo limpiaba.

Era Nantam. Sabía que lo era. Cada vez que estábamos todos juntos, toda la camada Naravit, podía ver esa mirada en sus ojos, la forma en que imaginaba la mesa con otro asiento, el fregadero con un juego más de platos sucios. La muerte de Namtan casi me mató. Pero mató a mamá. Y todos los días después de ese, era como si mantuviéramos viva artificialmente a mamá con abrazos, bromas y visitas ahora que éramos mayores, pero de vez en cuando, se podía ver que una parte de ella nunca sanó completamente, nunca realmente resucitó, y nuestra iglesia fue una gran parte de eso, primero llevando a Namtan al suicidio y luego dándonos la espalda cuando la historia se hizo pública. A veces me sentía como si estuviera luchando por el lado equivocado. Pero, ¿quién lo haría mejor si no lo hacía yo? Tiré de mamá en un abrazo, su rostro arrugado mientras envolvía mis brazos alrededor de ella.

—Ella está con Dios ahora —murmuré, mitad-sacerdote, mitad-hijo, alguna quimera de ambos—. Dios la tiene, lo prometo.

—Lo sé. —Sollozó—. Lo sé. Pero a veces me pregunto…

Sabía qué se preguntaba. Me lo preguntaba también, en mis horas más oscuras, qué señales me perdí, de qué debería haberme dado cuenta, todas las veces que parecía a punto de decirme algo, pero luego se hundía en una niebla de silencio en su lugar.

—Creo que no hay manera de que podamos no preguntarnos —dije en voz baja—. Pero no tienes que sentir este dolor sola. Quiero compartirlo contigo. Sé que papá también lo haría.

Asintió con la cabeza en mi pecho y nos quedamos así mucho tiempo, balanceándonos suavemente, ambos llevando nuestros pensamientos a doce años atrás y en un cementerio bajando la calle. No fue hasta que conducía de vuelta a casa, escuchando mi cóctel habitual de canciones inconformistas y a Britney Spears, que hice la conexión entre el club de Dunk y la confesión de Phuwin. Mencionó un club, mencionó que la mayoría de la gente lo clasificaría como pecaminoso. ¿Podría ser ese?

Los celos se deslizaron dentro de mí, y me negaba a reconocerlos, apretando mi mandíbula mientras maniobraba mi camioneta en la carretera interestatal. No me importaba que Dunk llegaría a ver este club, este lugar donde Phuwin posiblemente expuso su cuerpo. No, no lo hacía. Y esos celos no tenían nada que ver con mi repentina, decisión salida-de-la-nada de encontrarla al día siguiente y dar seguimiento a su solicitud de una conversación durante mis horas de oficina.

Era porque me preocupaba por él, me aseguré a mí mismo. Era porque quería darle la bienvenida a nuestra iglesia y darle consuelo y guía, porque me di cuenta de que era una persona que no se pierde con facilidad, no se rompe fácilmente, y por algo que lo envió con un extraño en un confesionario haciéndolo llorar… bueno, nadie debería tener que soportar ese tipo de cargas solo.

Especialmente alguien tan sexy como Phuwin.

Alto.

No fue demasiado difícil encontrar de nuevo a Phuwin. De hecho, lo hice literalmente nada más trotar más allá de la cigarrería en mi carrera por la mañana y chocando con él cuando dobló la esquina. Tropezó, y me las arreglé para detener su caída sujetándolo entre mi pecho y mi brazo. —Mierda —dije, tirando de los auriculares fuera de mis oídos—. ¡Lo siento mucho! ¿Estás bien?

Asintió, inclinando su cabeza hacia arriba y dándome una pequeña sonrisa que me dio escalofríos; era tan perfecto y un brillo de sudor cubriendo su rostro. Al mismo tiempo, nos dimos cuenta de que estábamos parados, con mis brazos envueltos alrededor de él; él en solo una camisa sin mangas y pantaloneta deportiva y yo sin camisa. Dejé caer mis brazos, de inmediato extrañando la forma en que se sentía allí. Extrañando la forma en que su pecho se empujaba contra mi pecho desnudo.

En el futuro: solo abrazos de lado, me dije. Ya veía otra ducha fría en mi futuro.

Puso su mano sobre mi pecho, casualmente, inocentemente, todavía dándome esa pequeña sonrisa.

—Me hubiera caído si no fuera por ti.

—Si no fuera por mí, no habrías estado en absoluto en riesgo de caer.

—Y, sin embargo, aun así, no cambiaría nada. —Su toque, sus palabras, esa sonrisa… ¿coqueteaba? Pero entonces su sonrisa se ensanchó, y vi que me tomaba el pelo, de esa manera segura y juguetona que tienen las personas con sus amigos gays. Me veía como algo seguro, ¿y por qué no habría de hacerlo? Era un clérigo, después de todo, destinado por Dios para ser un cuidador de su rebaño. Por supuesto, asumiría que se podía burlar de mí, tocarme, sin molestar mi compostura sacerdotal. ¿Cómo podría saber lo que sus palabras y su voz me hacían? ¿Cómo podría saber que su mano se hallaba actualmente abrasando su contorno sobre mi pecho

Sus ojos color avellana parpadearon hasta los míos, piscinas cafés claras y marrones de curiosidad e inteligente energía, piscinas verdes y marrones que reflejaban el dolor y la confusión si te preocupabas por mirar el tiempo suficiente. Lo reconocía porque tuve esa mirada años después de la muerte de Namtan, excepto que en el caso de Phuwin, sospechaba que la persona que se encontraba de duelo, la persona que perdió, era el mismo.

Déjame ayudar a este chico, recé en silencio. Permíteme ayudarle a encontrar su camino.

—Me alegro de haberte visto —le dije, enderezándome mientras su mano se apartaba de mi piel—. ¿Dijiste a principios de esta semana que querías una reunión?

Asintió con entusiasmo.

—Lo hice. Quiero decir, lo hago.

—¿Qué hay de mi oficina en, digamos, media hora?

Me dio un saludo burlón.

—Nos vemos allí, Padre.

Traté de no verle correr alejándose, realmente lo hice, pero prometo que solo miré por un segundo, un segundo infinitamente largo, un segundo lo suficientemente largo para catalogar el brillo de sudor y protector solar en sus tonificados hombros, los tentadores movimientos de su culo.

Definitivamente una ducha fría después.

PECADOS CARNALES | PondPhuwinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora