Capítulo 5

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Aquella noche ninguna de las dos logró dormir, por primera vez debido al mismo motivo. Habían confirmado que el gran sentimiento que las atormentaba se había convertido en el motor de sus vidas. Fina lloró de la emoción, acordándose de todas las veces en las que se había martirizado por enamorarse de alguien aparentemente inalcanzable. Recordó los pellizcos en el corazón que desde niña le había provocado el simple hecho de saludar a la hija del dueño de Perfumerías de la Reina.

Casualmente, Marta también había decidido viajar hasta esa misma época. Pasó de la euforia al ser consciente de que su vida nunca volvería a estar tan vacía a la pena al darse cuenta de que apenas había prestado atención a la hija del chófer hasta hacía poco tiempo. ¿Cómo podía haber estado tan ciega? Se esforzó por traer al presente cualquier buen recuerdo de los pocos encuentros que había mantenido con Fina. No logró demasiado, aunque la aflicción dio paso a la determinación. Se prometió compensar los aires de grandeza con los que había tenido que lidiar tanto Fina como Isidro desde ese preciso instante, deseaba crear nuevos recuerdos que convirtieran a los antiguos en meras anécdotas.

Durante todo el día se vio obligada a dedicar un gran esfuerzo a no pensar continuamente en los labios de Fina, eran irresistibles, por fin los había podido saborear. No obstante, como si de una conexión telepática se tratara, la dueña de sus pensamientos apareció en su despacho. Hoy el uniforme le sentaba especialmente bien, quizá tenía algo que ver la sonrisa boba que le estaba dedicando. Marta no pudo esperar ni dos segundos a levantarse del sillón y acercarse más a ella. Añoraba ya su olor.

Las dos, frente a frente, mantuvieron la mirada a lo largo de unos instantes, ambas tenían a la otra por un bien tan preciado que incluso tocarse se antojaba un movimiento demasiado brusco.

—Marta... —hizo una pausa para adentrarse en sus ojos azules— ¿Sigues sintiendo lo mismo que ayer?

En lugar de responder, le acarició las mejillas suavemente y rozó la nariz con la suya.

—Fina, dedicaré toda mi vida a convencerte de que eres y siempre serás quien da sentido a mi existencia —dijo con un tono muy seguro, pero dejando entrever la ternura que solamente le tenía reservada a ella.

—Lo siento, es que todavía no me puedo creer que, de todas las personas de este mundo, doña Marta de la Reina esté enamorada de mí —se sonrojó ante la confesión.

—Tampoco yo puedo creer que la chica más guapa y valiente del mundo se haya fijado en alguien como yo —se sinceró.

El mar de sinceridad y amor en el que habían adentrado las estaba acunando en lugar de revolverlas, como cabría pensar. Fina acarició la cara de su amante, quien sintió antes que ver la lágrima que comenzaba a brotar en el rostro de la joven. Consciente de los malos ratos que Fina habría pasado antes de llegar al punto en el que se encontraban, Marta se dejó llevar por la vulnerabilidad del momento y la envolvió en un abrazo. Ella tampoco pudo evitar llorar. Fina lo habría pasado mal intentando llegar a ella, pero Marta jamás pensó que encontraría a la persona a quien dedicar su vida, era mucho más de lo que nunca creyó merecer. Y así, entre sollozos, se prometieron amor eterno; como confirmación de esa promesa silenciosa tan sólo les bastaba escuchar la agitación de cada una, tenían la certeza de que se habían convertido en el oxígeno de la otra.

—Perdóname por no haberte buscado antes —susurró Marta.

—Has llegado justo a tiempo, todo tenía que suceder de esta manera, Marta —intentó calmarla Fina.

—¿Es así de intenso el amor? —le preguntó entre risas mientras volvían a recuperarse del vaivén emocional.

—Sólo cuando es de verdad —le rozó la nariz en un gesto tierno.

La luna de mis ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora