Capítulo 3

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Aquella noche hizo mella en Marta. Por fin se atrevió a reconocer que la niña a la que había visto crecer se había convertido en la razón por la que volvía a considerar la vida algo más que un deber. Muestra de ello era la recurrencia con la que se dejaba ver en la tienda con la excusa de revisar pedidos y albaranes. Para Fina esto no pasó inadvertido, al contrario, buscaba los ojos de su jefa continuamente. Ella le correspondía a veces; otras, se volvía tímida. Doña Marta, la dama de hierro, era incapaz de aguantarle la mirada durante más de cinco segundos. Lejos de preocuparla, sonreía al conocer el motivo. Pese a estas idas y venidas, cada vez se mostraba más cercana con ella. En una de las ocasiones Fina se propuso hacer uso de la valentía por la que tanto la había alabado su jefa e inició una conversación perfectamente estudiada.

—Doña Marta, ¿se encuentra bien? Últimamente la noto más cansada que de costumbre, si me permite decírselo —se atrevió a interrumpir el conteo de paquetes de la empresaria.

—¿Tan mala cara tengo? —le sonrió mientras cerraba la carpeta—. Estos días estoy estudiando algunos presupuestos importantes para la empresa y no tengo mucho tiempo de dormir. Pero no es nada a lo que no esté acostumbrada, tranquila.

—Entiendo... A veces la veo y pienso en la dureza de un cargo como el que tiene. Aún así, debería descansar más. No sé cómo no se le acaban juntando todos los números —señaló con un gesto gracioso.

Consiguió hacer reír a Marta y fue uno de los sonidos más bellos que Fina había escuchado nunca.

—Intentaré seguir tu consejo, Fina. ¿Me recomiendas algo que me ayude a relajarme? —preguntó con toda la intención del mundo.

—Bueno... A mí siempre me ha relajado mucho cocinar, aunque sabiendo lo perfeccionista que es, sería capaz de agobiarse todavía más —se permitió decir.

—Vaya, sí que tengo buena fama... —la miró con un gesto cariñoso a la par que curioso—. Pero me gusta la idea, mi sueño siempre ha sido tener una pastelería y hace mucho tiempo que no cocino...

—¿En serio? ¡El mío también! —se le iluminaron los ojos.

Las dos se miraron con ternura mientras guardaban silencio, volvían a sentir el cúmulo de emociones que las tenía en vela cada noche de manera individual, pero el aire se volvió cálido de repente y las abrazó.

—Por cierto, doña Marta, si no recuerdo mal, su cumpleaños es...

—Mañana —la envolvió un halo de tristeza.

—Es lo que iba a decir, pero... ¿no le alegra? —quiso saber.

—Digamos que después de la muerte de mi madre no ha vuelto a ser lo mismo. En mi familia se toma como un día más. Mi padre me regalará la misma pluma de cada año y tendré que fingir que agradezco su detalle —suspiró.

—Lo siento... No pretendía... —se entristeció también.

—No, Fina, creo que eres la única persona que ha mencionado mi cumpleaños con entusiasmo —le sonrió—. ¿Cómo te acuerdas?

—Es algo que no me permitiría olvidar nunca —contestó marcando cada palabra con decisión.

Marta no entendía el amor que sentía por la joven, pero cada vez que una sola palabra salía de su boca le invadía la necesidad de compartir más tiempo juntas y conocer todo de ella con detalle. Es más, su cuerpo parecía tirar de ella, sin darse cuenta cada vez se iba acercando más a Fina a lo largo de la conversación.

—Fina, me resultas fascinante —declaró sin pensarlo demasiado.

—Usted sí que lo es, doña Marta —se acercó hasta su posición.

La luna de mis ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora