Las horas siguientes pasaron como si un banco de niebla la hubiera engullido. Marta sólo podía recordar la calidez de la sangre de Fina en su mano y un dolor punzante en el pecho que no le permitía respirar.
Carmen había encontrado a tiempo a la doctora, quien se dirigió con urgencia hacia la tienda y examinó con cuidado a Fina. No obstante, la preocupación de Isidro, al borde del ataque de pánico, supuso un estrés añadido del que por poco consiguieron salir intactas. Entre todos siguieron las instrucciones de Luz y trasladaron a la joven al dispensario. Durante todo el trayecto Marta se había propuesto no dejar de sentir a Fina. Nunca soltó su mano ni dejó de besarle el cabello a pesar del evidente gesto cariñoso. En un momento determinado sintió la mirada de Carmen, con una mezcla de ternura y miedo en sus ojos. Estaba claro que Fina tenía razón, la dulzura de la dependienta era demasiada como para dudar de que las apoyaría.
Una vez en el dispensario, la doctora pidió que todos esperasen fuera. No había demasiado peligro, pero quería examinarla cuidadosamente y asegurarse.
—Por favor, Dios mío, sólo te pido que todo vaya bien —Isidro rezaba en voz baja, más alejado.
Carmen y Marta compartieron miradas cómplices, ambas empapadas en sangre. La empleada se acercó a la empresaria y esta le sonrió con la poca delicadeza que quedaba en ella tras el episodio vivido.
—No se preocupe, doña Marta, va a ir todo bien. Fina es muy fuerte y va a luchar por seguir siendo feliz —dijo mientras se permitía acariciarle el hombro.
—Gracias, Carmen —la miró con ternura—. Gracias, de corazón, por todo.
Tras ello, el cansancio, el miedo y la incertidumbre provocaron que la abrazara. Estaba exhausta, no había hueco ya en ella para formalismos. En su mente sólo estaba la mujer a la que amaba, no merecía la pena distanciarse del apoyo que podían brindarse las personas que más la querían.
Cuando se quiso dar cuenta, estaba llorando. Se encontró dejándose llevar, pero no se sorprendía. Al fin y al cabo, Fina había abierto algo en ella que se negaba a mantener oculto, aunque eso supusiera vivir a flor de piel y dejarse llevar por la sensibilidad que había reprimido tanto tiempo. Entre sus pensamientos tuvo cabida el recuerdo de su madre. Acarició el collar y le pidió que, desde donde se encontrara, ayudara a la joven.
—Mamá, por favor, no quiero perder a lo más bonito que la vida me ha regalado —susurró casi en silencio.
Los tres se encontraban absortos en sus propias mentes cuando la doctora abrió la puerta y les sonrió.
—Todo controlado, Fina se va a recuperar. La herida está en una zona alejada de cualquier órgano importante, en unos días estará perfecta —dijo mientras sonreía y miraba a Marta sobre todo, lo cual sorprendió a la empresaria.
—Gracias a Dios, mi niña —dijo Isidro.
—He de decir que, si Marta no hubiera taponado la herida tan bien, no sé si podríamos ser tan optimistas.
El chófer se acercó a Marta y la abrazó, intentando que no se notaran las lágrimas que se le estaban empezando a formar. Ella estrechó todavía más el contacto y se dejó caer en sus brazos, con la cabeza buscando un hueco en el que reposar.
—Es tu hija quien me ha salvado a mí, Isidro, no puedes imaginar hasta qué punto —susurró llorando.
La doctora les indicó que podrían pasar a verla en unas horas de uno en uno, para no abrumarla demasiado. A pesar del buen pronóstico lo prudente era darle espacio para que descansara. Como cabría pensar, Isidro sería el primero en verla. Marta, a quien ya no le importaba cualquier atisbo de sospecha de sus sentimientos, pidió verla en cuanto se pudiera.
ESTÁS LEYENDO
La luna de mis ojos
Storie d'amoreLa historia de Marta y Fina contada como nos habría gustado, sin tanto drama y con escenas que conecten más lo que sienten las dos, incluso antes de saberlo. Los diálogos serán diferentes, pero la esencia de la historia será la misma que en la serie...