La mañana siguiente estaba siendo muy ajetreada para las trabajadoras de la tienda de la fábrica. Llegaron exhaustas al mediodía, incrédulas ante esa repentina clientela. La tarde, por suerte, fue más calmada; aunque se notaban cansadas todavía.
Como si de un ángel se tratara, Marta entró entonces a la tienda con una caja bastante voluminosa. Claudia fue la primera en verla.
—¡Doña Marta! ¿Trae usted algún paquete?
—Hola, Claudia, ¿y las demás? —preguntó antes de contestarle, había razones evidentes por las que no quería desvelar el contenido de la caja aún.
En ese momento las otras dos dependientas aparecieron riéndose, parecían tener una conversación bastante animada. Fina dio un saltito al verse sorprendida por la mirada sugerente de Marta.
—Doña Marta, ¿nos hemos olvidado de colocar algún pedido? —dijo Carmen a su lado con cierto temor.
—No, no, nada de eso, tranquilas —rio—. Esto es para vosotras.
Dejó la caja en el mostrador y la descubrió. Dentro había unos dulces que solamente Fina fue capaz de reconocer. Por ese motivo fue la primera en mirar con ternura a la empresaria, además de pronunciar con los labios un "te quiero" silencioso que fue correspondido con un guiño. Las otras dos empleadas estaban demasiado ocupadas adorando aquel regalo y dando las gracias a su jefa.
—Pero, doña Marta, ¿todo esto para nosotras? ¿Usted quiere que nos dé un empacho? —comentó entre risas Claudia.
—Espero que os gusten, ayer por la noche no podía dormir y me dio por la cocina —dijo mirando a la hija del chófer, sobre todo.
—Seguro que están muy buenos —dijo Carmen con cariño—. Si le parece bien, vamos a llevarlos al almacén.
Marta asintió con una sonrisa y se encontró en cuestión de segundos a solas con Fina.
—Así que bollos suizos... —comentó Fina mientras se acercaba a ella.
—Te marchaste sin probarlos... —dijo a la vez que le estiraba el lazo del uniforme con segundas intenciones.
—Bueno, no me habría importado una segunda oportunidad para volver a hacer la prueba... —susurró acariciándole las manos.
—No puedes parar, ¿eh? Te recuerdo que estamos en la tienda, Fina... —no pudo evitar sonreír mientras lo decía.
—Lo siento, Marta, es que te veo y no puedo contener las ganas de...
—¿De qué? —le siguió el juego arqueando la ceja.
—De comerte —elevó un poco más el tono la joven.
—A mí también me cuesta no poder besarte cada vez que te veo... —le admitió—. Qué ganas tengo de esta noche, Fina...
—Me hago una ligera idea —rio maliciosamente, consciente del efecto que su risa tenía en la mujer a la que amaba.
—Te recojo en cuanto salgas y cenamos allí. Yo llevaré comida ¿qué te parece? —sugirió con ilusión.
—Me parece perfecto —la miró profundamente—. Aunque ya sabes que soy más de postres...
—Fina...
De repente escucharon las voces de Claudia y Carmen llamando a la dependienta para que las acompañara y probara los dulces.
—Me reclaman —dijo dándole un beso rápido como despedida.
—Déjate algo de hueco para esta noche, ¿no? —dijo en voz baja la empresaria con toda la intención que pudo.
—No se preocupe, doña Marta, que yo llego a todo —le contestó también en voz baja dirigiéndose al almacén.
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La luna de mis ojos
Roman d'amourLa historia de Marta y Fina contada como nos habría gustado, sin tanto drama y con escenas que conecten más lo que sienten las dos, incluso antes de saberlo. Los diálogos serán diferentes, pero la esencia de la historia será la misma que en la serie...