Capítulo I: Juanjo

508 44 15
                                    

Sábado, 27 de abril de 2024. Jerez de la Frontera.

Aceleré mis pasos a pesar de que mi reloj me avisaba de que había llegado a mi meta de kilómetros diarios. Nunca era suficiente porque yo no corría con el objetivo de hacer deporte o perder peso. Empecé a los catorce años cuando mis padres decidieron que correr era bueno para mantenerme en forma. No me gustó su decisión y solo la acepté porque me beneficiaba en mi carrera deportiva. Entendía que a mi entorno le pareciera extraño que ahora me gustara correr y lo hiciera durante horas. Si me lo hubieran dicho el primer día que salí a correr y me caí en el arcén de un camino tampoco me lo hubiera creído. Pero, correr se había convertido en mi refugio.

Ponerme las zapatillas, los auriculares y correr sin rumbo era mi ritual de todas las mañanas. Mi momento de desconexión. Nada conseguía acallar mis pensamientos como las canciones de Paula Matheus, Pole, Mafalda Cardenal o Paula Koops a todo volumen. Sus voces lograban que mi cabeza, acostumbrada a pensar a la misma velocidad que mi moto, se convirtiera en un desierto donde solo existían sus letras. Lo único importante era cantar cada frase más alta que la anterior, sentir cada palabra y apreciar cada giro de la voz del cantante.

En Zaragoza tenía mi lugar favorito para perderme, pero cuando viajábamos a otras ciudades tenía que buscar un nuevo sitio. En el tren o en el avión me entretenía buscando las zonas más cercanas a los circuitos para poder correr. Siempre corría lo más cerca posible de zonas verdes. Me gustaba rodearme de naturaleza. Me sentía parte de ella y eso me daba paz.

Giré sobre mis propios pies para emprender el camino de vuelta con más intensidad que antes. Correr tenía otro propósito además de ayudarme a desconectar. Demostrarme que era capaz de correr más tiempo, más distancia o más rápido cada día. Porque desde que gané mi primera carrera de motociclismo toda mi vida había girado en torno a superarme a mí mismo.

Solo había soplado catorce veces las velas de una tarta de cumpleaños cuando gané mi primera carrera de motociclismo en un campeonato autonómico de Aragón. Aunque mi familia ya llevaba años apoyando mi sueño de subirme a una moto, esa victoria fue el pistoletazo de salida de todo. Mis padres confiaron mi carrera a Antonio García. Su nombre sonaba en todas las bocas de los campeonatos juveniles de motociclismo por haber sido el artífice de las carreras de varios pilotos de Moto2. Fue sorprendente que aceptara llevar las riendas de mi carrera, pero se convirtió en mi representante, entrenador y manager. Antonio me enseñó disciplina, constancia, mecánica porque después de sufrir la lesión que le alejó de las pistas, se convirtió en mecánico. Pero lo más importante que me enseñó es como debía ser un piloto de motociclismo.

Su primer logro fue conseguir que una escudería me aceptara como piloto de Moto3 con dieciséis años. Mi padre pidió una excedencia en su trabajo para que mi madre y él pudieran acompañarme ese año. Recuerdo el día que gané el campeonato de Moto3 como uno de los días más felices de mi vida; el orgullo de mis padres, la alegría de mis amigos, el paso a la siguiente categoría... Por desgracia el éxito también genera cosas negativas como la envidia de mis rivales.

El premio económico de mi victoria permitió a mi padre dejar su trabajo para dedicarse, junto a mi madre, a mi carrera. Me gustaba tenerlos conmigo, apoyándome en cada paso que daba, aunque a veces todo era demasiado. Demasiada presión, demasiado control...

Antonio me había enseñado cómo debía ser un piloto de motociclismo, pero empezaba a plantearme si yo quería ser así. Un piloto debía controlar cada gesto, cada palabra, cada movimiento en redes... Las escuderías, la organización de los campeonatos, los promotores, los anunciantes y cualquiera mínimamente relacionado con el mundial del motociclismo quería unos pilotos blancos. Eso conllevaba desde evitar  escándalos hasta no posicionarse políticamente o en cualquier ámbito polémico. Entendía que algunos pensaran que los pilotos de motociclismo solo eramos niños de cara bonita, cuyo único pensamiento era el riesgo y la velocidad.

El Efecto MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora