Capítulo VI: Martin

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Jueves, 8 de mayo de 2024. Le Mans (Francia).

Volví a casa la misma noche del Gran Premio de Jerez. Mi cabeza no dejaba de repetir en bucle, como una película los hechos que habían pasado desde que me fui de allí. Detuve el coche en el arcén de la autovía y apoyé la cabeza entre los brazos apoyados en el volante. La voz del guardia de seguridad llamando ladrón resonaba en mi cabeza. ¿Cómo me había metido en esta situación? Me había convertido en el mismo delincuente que era mi padre al que yo tanto despreciaba. Era abrumador como puede cambiarte la vida una decisión tomada en un instante de desesperación. 

Por suerte, Rafael me había tendido la mano y me había ofrecido una salida complicada, pero la tomaría si así podía evitar el desconsuelo de mi madre por haber criado a un hijo como su ex marido y la decepción de mi hermana. Trabajaría en el mundial gracias a los contactos de Rafael con la escudería con manutención y viajes gratis. Además, me había prometido un adelanto del sueldo para pagar el primer plazo de la matrícula de Kiki. Y a cambio solo debía seducir a Juanjo Bona y conseguir fotografías comprometidas de ambos en actitud cariñosa.

Rafael me pidió que volviera a Bilbao para informar a mi familia y preparar un par de maletas. Había acordado enviarme por correo el contrato con la escudería y los billetes para el siguiente Gran Premio, que se celebraba en Francia.

Kiki soltó un estridente chillido cuando le dije que me habían contratado en el mundial. Mi madre mostró alegría, aunque también la preocupación típica de una madre, llenándome de preguntas. Pareció tranquilizarse cuando le aseguré que la escudería correría con todos los gastos, y que Violeta viajaría conmigo. Le prometí que pagaría el primer plazo de la universidad de Kiki y que haría el resto de pagos mensuales. No lo dijo, pero supe que estaba aliviada de que hubiera solucionado el problema. 

Un par de día después, cogí un avión hacía mi nueva vida con un contrato firmado y las maletas llenas de besos de mi familia. Un coche, enviado por la escudería, me esperaba en la puerta del aeropuerto. No tardé demasiado tiempo en llegar al circuito del Gran Premio de Le Mans. Era inmenso, atestado de trailers, motos y personas con prisa que hablaban en distintos idiomas. La idea de que aquel lugar fuera a ser mi nueva casa me mareó por un segundo. Quería salir de ese despropósito de ruido y gente, volver a mi pequeña y pacífica casa en Bilbao y la llave para salir de allí era Juanjo Bona.

Y lo primero que debía hacer para conseguirlo era conocer a mi objetivo, así que decidí presentarme como su nuevo asistente e intentar limar las asperezas de nuestra relación. El intento me duró los cinco segundos que el idiota bona tardó en soltar una broma recordando el incidente del café. ¿Cómo iba a seducirle si cada vez que le veía quería mandarle a la mierda? 

—No le hagas mucho caso a Juanjo. Tiene un día tonto.

—Hay días tontos y tontos todos los días. —La chica puso mala cara ante mis palabras, así que añadí—. Perdona, Bea. 

—No te preocupes. Mi amigo puede ser un poco idiota a veces, lo sé. Pero debes ser profesional por encima de todo. La escudería debe mantener una imagen de unión y deportividad. De cara al público somos una familia.

—¿Y por detrás?

—Es imposible que tantas personas diferentes se lleven bien. 

—¿Alguna advertencia? 

—Mantén las formas delante de Antonio. Es el representante de Juanjo y tiene contactos en los puestos altos de la escudería.

—Gracias por el consejo. 

Bea me explicó que mi trabajo consistía en gestionar la agenda de Juanjo, sirviendo como coordinador de los distintos departamentos como merchandising, comunicación o rrss.  También debía acompañarle todo el día para atender sus necesidades. En palabras de Bea, era su asistente, pero a mí me sonaba más a niñera. 

El Efecto MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora