Capítulo IV: Martin

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Domingo, 28 de abril de 2024. Jerez de la Frontera.

El viaje fue increíblemente agotador. Salimos de Bilbao la noche del jueves y llegamos a Jerez en la mañana del viernes. Más de nueve horas de trayecto en el que Violeta y yo nos fuimos turnando al volante. Cuando llegamos al circuito de Jerez había dormido apenas unas tres horas apoyado contra la ventanilla del copiloto. Me cambié de ropa, me peiné y me apliqué corrector para las ojeras antes de salir del coche.

—¿Estoy presentable?

—Espero que sí —me respondió Violeta—. Quítate el pendiente.

—¿En serio? —pregunté, tocando el pequeño aro que decoraba mi oreja.

—La apariencia lo es todo para esta gente, Martin.

—Gilipollas arrogantes y presuntuosos.

—Piensa en el dinero, Martin.

—Es en lo único que pienso, creéme. ¿Sabes algo de lo que me dijiste?

—Tengo que hablar con el jefe a ver si necesitan a alguien más para trabajar. Luego te diré si tienes que hacer las maletas para venirte a recorrer el mundo conmigo.

—Mi mundo está en Bilbao y quiere terminar arquitectura.

—Y tú quieres pagársela.

—Es mi deber. Soy su hermano mayor.

—Algún día vas a tener que contarle la realidad. Kiki no puede vivir siempre en un cuento de hadas.

—Es mejor vivir en una pesadilla, claro.

—Martin, no he dicho eso.

—Vio, no quiero que mi hermana viva pendiente del dinero como yo. Voy a intentar mantener su cuento de hadas en el que ella es Gaudí.

—Haz lo que quieras —suspiró Violeta.

—Venga, no te enfades. Vamos a comer algo que me muero de hambre.

—Hay un comedor en alguna parte de este lugar.

—Parece un laberinto.

Efectivamente el circuito era un puto laberinto con sus trailers kilométricos, sus tiendas... Ah y sus minotauros. El circuito estaba plagado de esos seres mitológicos nada amables que habían adoptado la forma de pilotos. Un género de humanos con aires de grandeza, exigencias continuas y una nula capacidad de pronunciar un por favor o gracias. ¿Nadie les había enseñado educación o se les había olvidado con tanto humo del tubo de escape? Quizá se había evaporado entre tanto flash y tanto billete. Eso era lo que más odiaba de los que se convertían en ricos y famosos de la noche a la mañana; que se olvidaban de dónde venían.

Maldecía al piloto calvo que me había encargado el tercer café de la mañana sin nisiquiera mirarme a la cara, cuando me choqué con un muro en forma de espalda.

—Joder, ¿pero qué cojones? ¿Eres ciego o qué te pasa?

—¿Perdona? —pregunté para que fuera consciente de lo maleducado que había sido y se disculpara.

—Perdonado. Mira cómo me has puesto, joder. Podrías mirar por dónde vas.

—Pero si has sido tú quien ha chocado conmigo —le reclamé, flipando. Me había empujado y encima se ponía chulo como si la culpa fuera mía.

—¿Estás de coña? Pero si me has tirado todo el café encima.

—Hombre si caminas de espaldas, ¿qué esperas? —me quejé. ¿De qué iba este tío?

—En la espalda tienes los ojos, chaval.

—¿Tanto te cuesta reconocer que es tu culpa y pedir disculpas?

El Efecto MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora