Capítulo VIII: Martin

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Montmeló, Sábado, 25 de mayo de 2024. 

Hacía casi medio mes que había empezado a trabajar para Juanjo con la misión de conseguir una fotografía comprometida del piloto para poder volver a mi vida. Por desgracia para mí, lo único que había logrado era discutir con Juanjo. Cada día parecíamos más dos divorciados discutiendo.

—¡Martín! 

Reprimí una sonrisa al escuchar mi nombre. Le había dejado a Juanjo el mono preparado para correr la clasificación, pero la prenda era un par de tallas más pequeñas.

—¿Todo bien?

—¿Tú me ves bien? 

Me atraganté con mi propia saliva al ver al piloto delante de mí. La tela se le pegaba como una segunda piel, marcando cada zona de su cuerpo hasta las que me provocaban un sonrojo. 

Jodidamente bien, pensé en un momento de debilidad. Joder, cuanto tiempo llevaba sin follar.

—No veo el problema —le respondí con una sonrisa de fingida inocencia. 

—Lo vas a ver en la cola del paro. 

—Si sigues tan graciosito vas a ir a los entrenamientos así.

—Puedo ir a buscar mi mono yo mismo. 

—Suerte para encontrarlo —le dije con una sonrisa socarrona.

—¿Lo has escondido?

—¿Cómo me llamo, Juanjo?

—Martín, no juegues conmigo. Voy a llegar tarde a los entrenamientos.

—No es mi problema —sentencié, cruzándome de brazos a la vez que me reclinaba en la silla.

—Eres insoportable, ¿lo sabías?

—Y tú un arrogante sin sentido del humor.

—¿Yo arrogante?

—Arrogante, prepotente, egocéntrico, chulo...

—¿Has terminado?

—¿De definirte? No

—De insultarme. 

—Vaya, pensaba que se trataba de eso. Decirnos lo que pensamos el uno del otro con total sinceridad. 

—Puestos a ser sinceros, ¿te parezco atractivo?

—¿Qué? —Me atraganté con la saliva o con la intención de la pregunta, no lo tenía muy claro. 

—Se te van los ojos, Martín. 

—¿Qué dices, chaval?

—No me has mirado a los ojos ni una vez desde que he entrado por la puerta, Martín. 

—Deliras. 

—Niégalo si tienes cojones —me pidió, caminando hacia mí. Se detuvo a unos centímetros, los suficientes para evitar tocarnos, pero no los bastantes para que no sintiera su calor sobre mi cuerpo y su aliento contra mi piel.

—Joder, sabes que eres atractivo. 

—Es verdad, pero quiero saber si te lo parezco a ti —recalcó el "a ti" para dejarme claro que solo le importaba oírme decir que me gustaba para reirse de mi y acrecentar su ya enorme ego. 

—Te responderé con una condición. 

—Habla. 

—¿Te mueres de ganas por liarte conmigo?

–Claro que no, gilipollas. 

—Yo seré muy gilipollas, pero tú te mueres por liarte con este gilipollas.

El Efecto MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora