Me senté en un banco de la estación, miré el reloj y por suerte quedaban dos minutos para que llegase el autobús, centré la vista en mi móvil intentando que al menos se encendiera y me miré en la pantalla, mi pelo negro caía mojado y rizado sobre mis hombros, el maquillaje se me había corrido, mi piel estaba más pálida y tenía las mejillas encendidas en sangre, "genial", pensé, "lista para ir a un concierto de my chemical romance".
Me hice una coleta y me limpié los ojos con las mangas de la chaqueta cuando un ruido al otro lado de la calle llamó mi atención, centré la vista en la carretera hasta que lo vi, el jeep negro se acercaba a toda velocidad hacia mi y no parecía que la acera fuese a pararlo.
Solté un grito y me levanté corriendo del banco, intenté subir a un árbol cuando un fuerte ruido seguido de un estruendo me hizo caer y vi cómo un coche blanco atravesaba con facilidad el jeep haciendo que este volase hacia otro extremo.
Mis ojos se abrieron y quería gritar, cuando apareció doblando la esquina mi autobús.
Subí a él, me senté en la parte trasera y vi cómo mis manos tiritaban al mismo tiempo que mis rodillas.
Cerré los ojos por un momento y el ruido de mi reloj marcando las tres me despertó, salí del autobús y caminé calle abajo hasta llegar a casa.
Entré por la puerta y tiré todo al suelo, llené la bañera mientras oía los mensajes del buzón de voz del teléfono fijo.
Entré en el salón y me encontré con mi madre rodeada de un par de policías y un hombre vestido de traje.
-¿Mamá?, ¿qué ha pasado? -Dije con la voz titubeante.
-Ali, cielo... -Dijo intentando tragarse sus propias lágrimas. -Ha ocurrido algo...
No esperé a que acabase su frase cuando ya me encontraba subiendo las escaleras de dos en dos corriendo hacia la habitación de mi hermano, abrí la puerta y mi corazón dió un vuelco, no había nadie ahí, busqué en los armarios y debajo de la cama, me metí en la habitación de mi madre en la mía, nada, subí al trastero, busqué en los baños...
Solté el grito más profundo y largo que había soltado jamás y comencé a llorar, entré en su habitación de nuevo, rompiendo los cuadros, las fotos, tirando las almohadas, sus libros, sacando la ropa del armario con la vaga esperanza de que todo esto fuese una broma de mal gusto y estuviese escondido detrás de ella.
Grité de nuevo y las lágrimas nublaron mi vista, noté unas manos en mi cadera y di un codazo, pataleé y peleé hasta que me soltaron y corrí hacia las escaleras.