Varios minutos después, me levanté del suelo, me puse unos pantalones negros y una camiseta vieja de Isaac, me metí en el baño y al mirarme en el espejo me di cuenta de que a parte de tener los ojos hinchados seguía teniéndolos negros.
Corrí hacia mi mesita de noche buscando un par de gafas de sol cuando un ruido en la ventana llamó mi atención, miré pero no había nada, me giré y sentí su respiración sobre mi tapándome con una mano la boca y con la otra haciéndome un signo para que permaneciese callada, me miró y sonrió.
Quitó la mano lentamente de mi boca.
-Dime cómo coño has entrado si quieres en un futuro, tener hijos.
-Siempre tan sugerente, Ali. -Río.
-Me gusta el negro.
-Vale, tú lo has querido. -Dije intentando golpearle.
-Ey, ey, ey, tranquilicémonos.
-¿Qué haces aquí?
-La ventana estaba abierta, Ali.
-¿Cómo sabes mi nombre?
-¿Cómo no saberlo?, por cierto, me llamo Harry, Harry Styles. -Dijo tendiéndome la mano.
-Vete de mi casa.
-Te está pasando. -Dijo echando una mirada a mis gafas. -Déjame ver.
Dijo acercándose a mi.
-Ni se te ocurra tocarme. -Dije dando un paso hacia detrás.
-No seas tonta, déjame ver. -Dijo y sus ojos se volvieron negros, como los míos.
-¿Qué mierda eres? -Dije asombrada.
-Lo mismo que tú. -Dijo sonriendo.
-Vete de mi casa.
-¿O qué?
Le miré y sin previo aviso se levantó en el aire y se estampó contra la pared.
-Su puta madre... -Dije tapándome la boca.
-Vaya, vaya, eso ha estado bien, pero voy a castigarte porque sigues diciendo palabras feas. -Dijo y de repente estaba flotando en el techo.
-¡Bájame! -Grité.
-Baja tú, sabes cómo hacerlo.
-¡Que me bajes!
-Inténtalo.
Me concentré en bajar y al abrir los ojos seguía en el aire.
-No puedo, bájame.
Y de repente caí estrepitosamente contra el suelo.
-Gracias, podrías haber tenido más cuidado. -Dije con ironía.
-No he sido yo. -Sonrió. -Ahora, déjame ver.
-Dime qué eres.
-Somos demonios.
-Sí, claro, genial, venga. Eres un demonio y yo soy tu angelito o qué. Estás pirado.
-Algo así. -Sonrió mientras abría la caja del móvil. -Aún no lo has usado.
-No confío en ti, llévatelo.
-Rompí el tuyo, quédatelo.
-¿Por qué no me dejas en paz?
-Porque estamos predestinados.
-Sí, claro, predestinada a un tío que no he visto en la vida que me ha sacado a rastras de un cementerio para ir a comer algo, lo más normal del mundo.
-Aún te acuerdas...
-¿Por qué no iba a acordarme?, si no han pasado ni treinta horas.
-Increíble...
-Vete a la mierda y sal ya de mi puta casa. -Dije mirando a las ventanas que se abrieron de par en par.
-Déjame ver tus ojos.
-Vete.
-No, déjame. -Dijo quitándome las gafas.
-¿Contento?, venga, adiós.
-Bébete esto. -Me dió un bote con una sustancia roja. -Hará que vuelvan a la normalidad.
-¿Qué es?
-Sangre de un demonio mestizo.
-Sí claro.
-Confía en mi.
-¿Si me lo bebo te vas y no vuelves a entrar por mi ventana sin avisar?, más que nada porque soy mayor de edad y tengo un par de armas con las que practico tiro libre, sería una pena deformarte la cara tan bonita que tienes.
-Así que te gusto, venga bébetelo. -Dijo sonriendo.
-No, promete que no vuelves y si vuelves ya sabes las consecuencias.
-Vale, bébetelo.
-Qué pesado eres. -Dije trágandome de un sorbo todo el contenido del bote.
-Mírate al espejo.
Me miré y poco a poco mis ojos volvían a su marrón natural.
-Cuando lo necesites, llámame. -Dijo apuntando su número en un cuaderno.
-Vete. -Suspiré.
Saltó por la ventana y yo la cerré detrás de él.