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En un rincón apartado del reino de Alicantía, donde los bosques se entrelazaban con montañas y ríos cristalinos, se encontraba la pequeña aldea de Thalor. Allí, en una humilde cabaña cercana a la forja, vivía Elowen, hija de uno de los herreros más respetados de la región.

Desde temprana edad, Elowen había mostrado una curiosidad insaciable por el arte de la herrería. Mientras otros niños jugaban en los campos, ella pasaba sus días en la forja, observando a su padre, Gawain, transformar el metal en herramientas y armas de incomparable calidad. Las chispas danzaban en el aire, y el calor del fuego llenaba la fragua, pero a Elowen no le importaba. Ella estaba fascinada.

-Papá, ¿puedo intentarlo? -preguntaba Elowen con frecuencia, sus ojos brillando con entusiasmo.

Gawain sonreía con orgullo. -Algún día, pequeña, pero primero debes aprender a respetar el fuego y comprender el metal.-

Los años pasaron y Elowen no solo respetó el fuego, sino que lo dominó. A la edad de quince años, su habilidad en la forja rivalizaba con la de los mejores herreros del reino. Sus creaciones eran tan hermosas como letales, y su reputación comenzó a extenderse más allá de Thalor.

Una tarde, mientras trabajaba en una espada para un noble de Alicantía, Elowen sintió una presencia inusual. Una figura alta y enigmática apareció en la entrada de la forja, sus ojos resplandeciendo con un brillo dorado.

"Buenas tardes, joven herrera," dijo el extraño con una voz profunda y melodiosa. "He escuchado historias sobre tu habilidad con el fuego."

Elowen levantó la vista, desconcertada pero intrigada. "¿Quién eres?"

El extraño sonrió. "Mi nombre no importa por ahora. Lo que importa es que estoy aquí para ver si las historias sobre ti son ciertas."

A medida que los días se convirtieron en semanas, el extraño, que más tarde se reveló como Schmolkë, el dragón del fuego en forma humana, observó a Elowen en silencio. Admiraba cómo utilizaba el fuego no para destruir, sino para crear. Schmolkë, conmovido por su pureza y talento, comenzó a visitarla con más frecuencia, enseñándole secretos del fuego que solo los dragones conocían.

El vínculo entre Elowen y Schmolkë creció, y lo que comenzó como una relación de mentor y aprendiz se transformó en algo más profundo y poderoso. Un amor prohibido, nacido del respeto y la admiración mutua, encendió una llama en sus corazones, una llama que desafiaría las leyes de la naturaleza y del reino.

Y así, en el corazón de la forja, bajo el brillo de las estrellas y el calor del fuego, Elowen y Schmolkë sellaron su destino, dando origen a una historia que sería contada y recordada a través de los siglos. 

A medida que los días se convirtieron en semanas, el extraño, que más tarde se reveló como Schmolkë, el dragón del fuego en forma humana, observó a Elowen en silencio. Admiraba cómo utilizaba el fuego no para destruir, sino para crear. Schmolkë, conmovido por su pureza y talento, comenzó a visitarla con más frecuencia, enseñándole secretos del fuego que solo los dragones conocían.

El vínculo entre Elowen y Schmolkë creció. Lo que comenzó como una relación de mentor y aprendiz se transformó en algo más profundo y poderoso. La presencia de Schmolkë en la vida de Elowen se hizo constante, y sus conversaciones se llenaron de una mezcla de aprendizaje y deseo. La conexión entre ellos era innegable, una atracción que desafiaba las leyes del mundo natural.

Un día, mientras Elowen forjaba una espada bajo la luz de la luna, Schmolkë se acercó a ella, el brillo dorado en sus ojos reflejando la luz del fuego.

-Hay algo especial en ti, Elowen -dijo Schmolkë, su voz grave resonando con una mezcla de admiración y afecto. -Nunca he visto a alguien que comprenda el fuego de la manera en que tú lo haces-.

Navegando Entre Llamas y LeyendasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora