Estoy sentada en el pasto, observando a lo lejos cómo el fuego consume el pasado. He colocado la bolsa negra en un barril de metal, le he echado gasolina y he lanzado un fósforo encendido. En menos de diez segundos, el fuego ha comenzado a arder, levantando una intensa llamarada. En mi mano, tengo una caneca de ron casi vacía; no la he bebido por completo, la encontré así en la nevera, pero he tomado suficientes sorbos para sentirme algo mareada y un poco más liviana.
Sigo pensando en llamarlo a él, pero no sé qué podría decirle, ni por dónde comenzar. Ha pasado tanto que no he tenido tiempo de poner todo en palabras. Siento que si lo hago, se me formará un nudo en la garganta que solo podré deshacer con lágrimas, y no quiero llorar más. Estoy agotada.
Sin embargo, necesito contárselo a alguien. Debo hablar de ellas, necesito liberarme de esta culpa que llevo encima. Nunca antes vivir me había costado tanto como ahora. Me duele respirar y siento que ni siquiera podría comer un pequeño maní. Estoy inmóvil, sentada aquí desde que llegué. Dejé el celular adentro y no llevo reloj, así que la única forma de saber la hora es observando el sol. Dada su posición, deben ser alrededor de las diez de la mañana.
Miro la botella y le doy otro sorbo. El líquido quema mi garganta. Tal vez esto me ayude a hablar, a suavizar la secuencia de pensamientos intrusivos que me invaden. Quizás esto permita que fluya con mayor claridad cuando decida finalmente hablar.
O tal vez no tengo que contárselo a nadie. ¿Por qué habría de hacerlo? Al repasar a las personas a mi alrededor, sé que la única que realmente se preocupa por mí ahora mismo está en riesgo. No podría hacerle esto a Paulina.
Así que te lo contaré a vos. Y por favor, presta atención, porque no pienso repetir esta historia.
Para empezar, me llamo Luna, soy adoptada, y nunca conocí a mi mamá, y mucho menos a mi papá. Fui dejada cuando era solo una bebé frente a la puerta del único hotel en ese pequeño pueblo, El Cerrito, un lugar tan diminuto que podrías atravesarlo a pie en unas pocas horas si estás en buen estado físico.
Quien me encontró fue Gloria de Santana, la abuela de Paulina. Era una mujer ya viuda y adinerada en ese entonces. Tal vez la persona que me dejó allí sabía que no me faltaría nada con ella. Y así fue, nunca me faltó nada, o eso me gusta creer.
Pero antes de adentrarme tanto en el pasado, quiero contarte por qué estoy aquí, tomando ron a las diez de la mañana mientras observo cómo arden papeles y objetos importantes que incriminan a quien ha sido como una hermana para mí.
Voy a regresar solo doce horas. Espero no confundirte; no seguiré una línea de tiempo precisa, sino que daré saltos y te contaré lo más relevante de nuestras historias, porque no solo incluyo la mía. También están las historias de vida de Paulina Santana, María Luisa Mejía y Noelia Tenorio.
Como todos los años nuevos, el pueblo se llena de fiestas. En las casas hay música, en las calles hay alegría, todo el mundo celebra, sin importar lo que esté pasando en sus vidas. Pero esa noche hubo un contraste abrumador entre la celebración de los demás y lo que nosotras estábamos viviendo.
Recuerdo muy bien aquel momento, las cuatro reunidas alrededor de él. Noelia llevaba una bata, el cabello despeinado, lágrimas en el rostro y un cuchillo en la mano. Su cuerpo estaba cubierto de una sangre que no era suya. María Luisa la miraba con desesperación, pidiéndole que le entregara el cuchillo, diciendo que todo estaría bien, a pesar de que no lo estaba. Paulina observaba en silencio, sin mostrar emoción, mientras su mente buscaba soluciones.
¿Y yo? Solo podía mirar los ojos abiertos del inerte que yacía en el suelo, sintiendo el odio más profundo en mi corazón. Pero al mismo tiempo, me invadía una paz inesperada. Sentía que al fin había llegado el final.
Pero la verdad es que esta historia apenas comenzaba...
—Noelia —dijo Paulina mientras se desvestía—. Quítate la ropa, límpiate la cara y pásamela.
—¿Qué? ¿Por qué? No... —María Luisa, aterrorizada, miró a Paulina.
—Noelia está embarazada —declaró Paulina, quedándose en ropa interior.
—Yo no... —balbuceó Noelia, su voz temblaba—. ¿Cómo sabes? Yo no...
—Fui yo —afirmó Paulina, acercándose a Noelia y arrebatándole el cuchillo—. Fui yo. Dirás que fui yo.
Paulina nos miró a todas con una intensidad en sus ojos que solo ella poseía. No pronuncié palabra; no podía. Simplemente seguí las instrucciones de Paulina, comprendí todo sin necesidad de más explicaciones. Me moví mientras veía a detalle la horrorosa escena, Paulina había empezado a ponerse el pijama ensangrentado que ya Noelia se había quitado. María Luisa se movió para vestir a Noelia, que permanecía inmóvil debido al shock.
Cuando terminamos, nos quedamos en silencio, solo repartiéndonos miradas porque las palabras dejaron de existir en ese momento.
Paulina se acercó al cuerpo y, una vez más, nos miró con determinación, y agregó:
—Quiero que me escuchen con atención, porque esto es lo que realmente pasó...
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analogías
RandomTomé cuatro vidas, las uní, las hice amigas, las hice amores, las hice dolores, y les di un secreto. Tomé cuatro vidas, las hice diferentes, casi opuestas, pero tan iguales que si elimino hasta sus huesos, solo quedarían sus almas, desnudas, no habr...