Capítulo 02: VILLA CARIÑO

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Es mediodía ya. El fuego se ha llevado todo, y ahora solo quedan humo y cenizas. Sigo aquí, en el mismo lugar, pensando en lo que aún no se ha ido y jamás se irá. Estoy evitando pensar en lo que pasó antes de esta medianoche. Mis recuerdos se han desvanecido, volviendo a los primeros que tuve cuando mi conciencia empezó a guardarlos. En especial pienso en uno, un recuerdo que siempre he tenido muy presente, podría ser el primer recuerdo que tengo de mi existencia. No es uno feliz, pero tampoco es como para echarme a llorar. Sin embargo, sé que ese día algo muy pequeñito se rompió en mí.

Ese día fue el día que conocí a Paulina. Yo solo tenía tres años, al igual que ella. Estaba vestida con un vestido verde a cuadros hasta la rodilla, recuerdo haber pensado que parecía el vestido de una princesa. Tenía el cabello corto a la altura de sus orejas y en su mano llevaba una muñeca. Yo vivía en el hotel de su abuela, Gloria, quien era la administradora del Hotel Club Paraíso, el único hotel que había en ese entonces en el pueblo. Gloria, para mí, era como mi mamá, me cuidaba y me amaba de la misma manera, pero jamás la llamaba "mamá". Aunque desde ese día, el día que Paulina entró llorando por esa gran puerta y le dijo "mamita", empecé a llamarla igual.

Empino la botella de ron y me trago lo último que queda. A estas alturas, estoy completamente ebria. Normalmente no bebo porque no me gusta, pero, si algo es cierto, es que todos los seres humanos somos masoquistas. Constantemente hacemos cosas que sabemos que nos dañan, solo por un momento de alivio. Así que empinamos la botella, sin importar de qué esté llena. Ustedes entienden a lo que me refiero.

Ese día, el día que sentí que algo se rompió dentro de mí, fue gracias a esa muñeca que Paulina llevaba en la mano. Yo la quería y no me importó que estuviera llorando ni que no dejara de hacerlo en todo el día. Recuerdo a su mamá hablando con la mía, pero no sé qué se dijeron ni qué pasó. Ella luego se fue y dejó a Paulina ahí. En mi cabeza solo estaba mi deseo infantil de tener esa muñeca para siempre.

Y en un descuido, se la quité y la escondí bajo mi cama para que Paulina nunca más la volviera a ver. La llamé "Raquel", muy segura de que ahora sería mía, hasta que llegó la noche y me fui a dormir. Cuando Gloria dejó mi habitación, después de acobijarme y darme un beso en la frente, me bajé de la cama, la saqué y la subí de nuevo conmigo, la abracé bajo mis cobijas, pensando que para siempre sería mía. Pero no fue así. Mientras dormía, su madre volvió, entró a mi habitación, encendió la luz y me encontró con ella. Se acercó y me arrebató la muñeca de los brazos, y me dijo lo peor que alguien podría decirle a una niña como yo:

—"Tras de negra, ladrona."

Y no lo entendí. En ese momento no lo entendí. No entendí qué había de malo en mi color de piel.

Y hasta hoy jamás lo voy a entender. No tengo porqué.

Para la familia de Paulina, los Santana, yo no era más que una recogida, alguien que llegó de la nada y no se merecía el amor de Gloria. Pero no voy a hablar sobre Paulina ni su familia en estos momentos. Aunque estén entrelazados en mi vida, siempre intenté mantenerme lejos de ellos, siempre intenté estar lejos de Paulina, pero fue imposible. Debido a que sus papás trabajaban sin parar y las niñeras no soportaban lo necia que era ella y sus hermanos gemelos, Gloria tuvo que hacerse cargo de ellos. Así fue como los hermanos Santana entraron en mi vida, y es esa vida de la que voy a hablar ahora.

Creo que si tengo que contar esta historia, lo haré empezando por la más sencilla, que es la mía. Es aburrida, así que no esperes gran drama y emoción; soy yo, después de todo.

Y digo "mi vida", sintiendo que estoy viviendo una vida que no es mía, como si hubiera otra que podría haber vivido... y no me quejo, entre tanto, Gloria me hizo feliz, muy feliz.

Pero, ahora que lo pienso, y perdón si te confundo, ya sabes, dije que iba a intentar no hacerlo, pero de repente me llegan situaciones que tengo que mencionar antes de seguir con lo que quiero contarte para completar mejor este relato que tal vez no te interese mucho. Antes de hablar de nosotras y de cómo terminamos metidas en esto, tengo que sacar cada detalle para que entiendas que lo que pasó esta noche era lo único que podía pasar.

Antes de cualquier otra cosa, antes que cualquier otra historia de vida, tengo que hablar del verdadero protagonista de esta historia: el pueblo donde vivimos, donde crecimos, donde nos formamos, donde nos enamoramos por primera vez, donde amamos por primera vez, donde nos rompieron el corazón por primera vez, donde peleamos por primera vez, donde tuvimos nuestras primeras borracheras, donde aprendimos a bailar, a querer a nuestros vecinos casi como familia y a conocer a todos los que viven aquí. Porque eso es un pueblo, y ya sabes lo que dicen: "pueblo pequeño, infierno grande". Y vaya infierno que era El Cerrito, o como la gente solía llamarlo irónicamente, "Villa Cariño".

Este pueblo, mi pueblo, que podría ser como cualquier otro en Colombia, tiene sus peculiaridades. Hay un parque principal donde todos se reúnen en cada festividad, especialmente en Semana Santa, el evento más importante del año para los cerriteños. Es el mismo parque donde celebramos Halloween, donde siempre hay rumba los fines de semana, y donde vamos por las tardes a tomar jugos de fruta recién hechos y papitas con salsa de ajo y piña. Ahí, los niños persiguen palomas y los abuelos se sientan a comentar sobre la semana y lo horrible de la situación del país, que nunca cambia.

También encontramos un hospital y un cementerio, donde la vida y la muerte se dan un beso, ya que ambas puertas principales quedan una frente a la otra. Solo tienes que cruzar la calle, y eso siempre me ha parecido poético, porque solo una línea nos divide, de lo que hoy nos hace latir el corazón y mañana nos lo detiene.

Los colegios también son especiales en este pueblo. Hay uno solo para niñas, dirigido por monjas, donde conocí a María Luisa y a Noelia. Podría decir que ese edificio de ladrillos, tan parecido a una cárcel, fue lo que más nos unió.

También hay solo una iglesia, una que hace muchos años se derrumbó por completo gracias a un temblor. Pero los cerriteños, con su resiliencia y fe, la volvieron a levantar. Muchas veces, en esa iglesia, en las mañanas de misa dominical, acompañando a Gloria, le pedía a Dios poder conocer a mi mamá, a la real. Pero eso nunca pasó.

Ahora, con casi 30 años, miro atrás y me hace gracia todo lo que he vivido en esas calles, en especial, el amor. Como dije antes, ahí fue donde amé, me enamoré y me rompieron el corazón por primera vez. Y prepárate, porque vendrán lágrimas, porque nunca para mí ha sido fácil hablar de Marco Santana, mi primer amor y el único que he tenido hasta el día de hoy.

Finalmente me pongo de pie y me dirijo hacia adentro de la casa. Si voy a hablar sobre él, de todos, voy a necesitar más ron.

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