Capítulo 04: FANTASMAS

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LUNA

No hay que morirse para ser un fantasma en la vida de alguien; a veces hay muertos más presentes que los vivos, y vivos que son más muertos que los propios difuntos. Yo los llamo fantasmas y estoy rodeada de ellos. Son esas personas que saben de mi existencia y yo de la suya; tal vez compartimos algunos recuerdos, o intercambiamos palabras en alguna conversación. Pero, a veces, no hay nada más que eso, no hay un verdadero vínculo entre nosotros. Tal vez también yo soy un fantasma, y hoy más que nunca me siento como tal. Perdí a la única persona para quien no lo era, la que siempre me tenía en cuenta, la que estaba unida a mí tanto como yo a ella.

El día que Gloria murió, también lo hizo Luna. Sé que suena ridículo hablar de mí en tercera persona, pero no puedo evitarlo porque ella me creó; yo era suya. Ella me hizo, me dio un nombre, me cuidó, estuvo conmigo todos estos años, y ahora ya no. Ahora soy un fantasma que deambula por los pasillos de este hotel. Las personas saben que estoy aquí, me ven, saben que una parte es mía, lo dice un papel que ella dejó firmado para mí, y por eso siento que ella sigue aquí a pesar de que no la veo, no nos vemos, porque sé que donde ella está, yo no podré ir. Ella debe estar en un cielo que a mí, definitivamente, nunca me tocará.

Gracias Gloria por existir.

Un año después de su muerte, el hotel se caía en ruinas. Los Santana, esos fantasmas que a veces paseaban por aquí, pelearon para sacarme de la lista de nombres de la herencia y estaban ganando, porque, por desgracia, no tenía dinero para pagar un abogado que se enfrentara a toda una familia de ellos. Aunque Paulina y Marco sí tenían recursos y quisieron ayudarme, no pudieron hacer mucho; ni siquiera ellos podrían enfrentarse al poder de su familia. Eran políticos y terratenientes con mucho poder en el Valle, y tenían amigos influyentes. Era una batalla completamente perdida.

Solo pude entrar a la universidad a estudiar letras. Tal vez algún día podría ser una gran profesora e irme a otra ciudad donde nadie me conociera y empezar de cero, pero como todos los sueños y metas, todo tomaba tiempo y ese tiempo me estaba matando. No estaba viviendo, solo observaba cómo lo hacían los demás, cómo lo hacían mis amigas y sus familias.

Vivía en el hotel, en la habitación que antes era de Gloria. Mantenía los espacios dentro muy organizados. La parte de abajo se había rentado para poner una sucursal médica, así que todo permanecía en silencio. De vez en cuando se alquilaba para eventos un salón que había en el ala derecha, y aunque antes había una gran piscina, ahora estaba llena de maleza.

Ahí es estaba sentada mirando la luna llena.

Había regresado de Cali hace solo algunas horas, de la universidad. Me preparé algo de comer y, como todas las noches, me senté en el borde de la piscina, que ya no era piscina, a leer; a veces también escribía. Últimamente había estado averiguando sobre quién fue Gloria y todo lo que hizo en su vida, así que eso hacía, leía un par de agendas que encontré en una de las habitaciones, donde al parecer, solía desahogarse de quien fue su marido.

Estaba disfrutando de mi soledad hasta que Paulina llegó y se unió a mí. Traía entre sus brazos varios libros enormes y pesados, pero tan pronto estuvo a mi lado, me di cuenta de que eran álbumes de fotos.

—Encontré esto en la finca —dijo, sentándose a mi lado—. Creí que te gustaría chismosearlos conmigo.

Gloria tuvo muchos hijos, casi doce. Empezó a tenerlos a sus catorce años, cuando el abuelo de Paulina tenía veintiuno, y desde entonces tuvo un hijo por año hasta que por salud el médico le recomendó que no lo hiciera más. El abuelo se enojó y la dejó por alguien mucho más joven y fértil, claro está.

No entendía la necesidad de los hombres de antes de preñar cuanto más pudieran a sus mujeres.

—Nunca conocí a ese señor. Se llamaba Guillermo —me dijo Paulina, mostrándome algunas fotos antiguas de la boda de sus abuelos—. Y tampoco me hubiera gustado hacerlo.

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