Capítulo 06: SOMBRAS

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PAULINA

¿Será que tenía la realidad alterada? ¿Estaba soñando? ¿En otra dimensión? ¿En el limbo? ¿Me había vuelto loca? ¿O solo estaba muy trabada? Sí, tenía que ser esa mierda. Seguro tenía paranoia también, más el sinsabor que me dejó la pesadilla de ayer.

Me fui del hotel, con el corazón a mil, y casi que corriendo tan pronto como terminé el porro. No solía darle mucha cabeza a las cosas que veía, porque no sabía si realmente las estaba viendo o eran producto de lo traumada que estaba; pero de una cosa sí estaba muy segura: me había vuelto loca.

Mi familia me había vuelto así.

Aunque mi psicóloga solía repetirme que no era la gente haciéndome cosas, sino yo tomándomelas personal, no lo creía. Para mí siempre ha sido imposible pensar que mis padres no se dieran cuenta de que todo lo que hacían estaba mal y me afectaba. También me aconsejó hablar con ellos y decirles las cosas que no me gustaban para que tal vez pudieran cambiarlas, pero lo que hice fue reírme en su cara.

Ni en los libros de amor que leía Luna pasaban esas cosas tan soñadas. ¿Yo? ¿Decirle a Ricardo Santana, quien se creía el hombre más perfecto del mundo, que estaba haciendo algo mal? ¿Yo? Jamás. Prefería pegarme dos pepazos en la cabeza antes de decirle que era una mierda como papá, y esposo también.

Tal vez el que tenía la realidad alterada era otro, y yo estaba intentando adaptarme, entre mi locura, a la de él.

¿Y mi mamá? Peor aún. A esa le decías que había cinco micos sobre la cama y, si a ella le daba la gana, decía que no había ninguno, aunque estuvieran saltando, gritando y tirándote en la cara la mierda que acababan de cagar.

El más normalito en la familia, a mi parecer, era Marco, porque ni Carlos, ese era todo rarito también. ¿Y yo? Yo podía decir que era la peor de los tres.

Habíamos crecido en este pueblo, en la única casa que tenía piscina, casa que todos conocían, pues mi papá era así, muy conocido, puesto que entró a la política desde que nació y soñaba con ser el alcalde de este pueblo que era un infierno grande. Pero después del atentado y un robo que hubo mientras estábamos de vacaciones, nos mudamos a las afueras.

Salí del infierno hacia Santa Elena, buscando llegar a la paz de mi habitación, pero me encontré con uno aún más grande. A lo lejos, ya dentro del caserío de fincas, vi casi cinco camionetas parqueadas afuera de mi casa y eso solo significaba que no estaba destinada a tener ni un hijueputa día tranquilo.

Apagué las luces del carro antes de acercarme. Busqué en la guantera el control de la puerta y oprimí el botón para abrirla. Dejé el carro casi que en la entrada y caminé entre las sombras, aún huyendo de ellas, hasta rodear la casa, y terminar debajo del balcón de mi habitación.

Lancé mi bolso primero y luego, como pude, me trepé por la pared de piedras.

—Epa, Spiderman —dijo alguien, y del susto, perdí el equilibrio y me caí.

Me levanté sin dignidad, sacudiendo la tierra de mi ropa. Me di la vuelta lista para insultar el pato que me había interrumpido, pero tan pronto lo vi, me olvidé hasta de mi apellido, y eso era una cosa muy difícil de hacer aquí.

Tomé aire y volví a enojarme. Me estaba doliendo hasta el culo y él solo se reía de mi desgracia, enseñando todos sus dientes perfectos.

—¿Estás bien? —preguntó entre risas.

—Obvio, imbécil, me encanta tirarme así todos los días.

Terminó de reírse y me miró como siempre lo hacía cuando estábamos solos. ¿Y yo? Yo me derretía. Andrés Felipe era algo que no se veía todos los días en este pueblo, por eso mismo, porque no era de aquí, era de Cali. El más citadino de sus amigos. Él y Marco estudiaban juntos en la universidad, a diferencia del resto, que los conoció aquí en el colegio. Era mayor que yo por unos seis años. Tenía mundo, y eso era lo que más me gustaba de él.

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⏰ Última actualización: Jul 31 ⏰

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