"Hace pocas horas, en la madrugada del 1 de enero de 2024, en vísperas de Año Nuevo, un hombre fue encontrado muerto dentro del Hotel Club Paraíso, ubicado en El Cerrito, Valle del Cauca. La víctima, identificada como Juan David Botero Díaz, de 35 años, presentaba trece puñaladas en el pecho.
Botero era un presunto sicario temido en el pueblo y sobrino de 'El Cura', el líder de la banda criminal conocida como 'Las Águilas', que opera en todo el Valle del Cauca. Las autoridades locales han iniciado una investigación para esclarecer los hechos y dar con los responsables de este homicidio. La escena del crimen ha sido acordonada y se espera que las cámaras de seguridad del hotel puedan proporcionar pistas cruciales para resolver el caso.
Botero era conocido como 'Juan Diablo'."
Bloqueo la pantalla y guardo el celular en mi bolsillo. No sé ni para qué lo revisé. Tal vez quería comprobar la realidad en la que estoy, y para mi pesar, ella es asquerosamente real. Estoy vuelta mierda. No he dormido nada, tampoco he comido algo. Y no sé si es la culpa o el miedo lo que me tiene vaciada. Lo único de lo que estoy segura es que tengo el corazón envenenado de odio. Estoy tan enojada que no he dejado de llorar desde que llegué. Me tomé mi tiempo bañándome, a pesar de no tenerlo, intentando eliminar todo rastro de lo que pasó con agua hirviendo, pero no ha sido suficiente; la sangre me hierve más. Todo sigue en mi cabeza y, desgraciadamente, aunque quiera, no puedo arrancármela.
Después de secar el baño, me puse ropa limpia: una blusa, una chaqueta y unos jeans del armario de Paulina. Por suerte, ambas somos de la misma talla, aunque ella es un poco más alta. Ahora estoy en la sala de estar, que está a oscuras, las únicas luces están afuera, son las de los faroles de las calles del pueblo que se extiende a través del gran ventanal del balcón. No tardan en apagarse gracias a que el sol está comenzando a salir. Son casi las seis de la mañana y lo único que hay es silencio, más el eco lejano de música de algunas personas que aún siguen celebrando el año nuevo. Desearía tener ese silencio dentro de mi cabeza, pero los hechos y las voces no dejan de darme vueltas.
He seguido todas sus instrucciones al pie de la letra, repasándolas siete veces más para asegurarme de no olvidar nada. Esto es de vida o muerte, aunque la muerte ya nos haya alcanzado.
Junto a la entrada está esa bolsa negra, que he llenado de pruebas que justifican el pasado, pruebas que demuestran lo que alguna vez fue y que, después de hoy, ya no será más. Doy un último vistazo al apartamento, cerciorándome de que nada parezca fuera de lugar, o que demuestre que alguien estuvo aquí en las últimas horas, peor aún, que yo estuve aquí.
Una vez más, miro a través del ventanal. Se puede ver casi todo el pueblo. Me fijo en las copas de los árboles entre las casas que no superan los tres pisos. Allí, en medio de todo, está el parque principal. También destaca la torre de la campana de la iglesia, que pronto anunciará el amanecer y despedirá la noche. Y el techo rojizo del hotel. Dejo escapar un suspiro y me sacudo los recuerdos, fijándome en lo que tengo alrededor. Las fotos de nosotras hechas collage bajo el vidrio de la mesa del centro me causan nostalgia. En este apartamento hemos vivido mucho. Nos he visto a las cuatro llorar juntas, o a una mientras el resto consuela. Amo este lugar, aunque Paulina lo odia; para ella solo le recuerda el desastre que es su familia (palabras suyas), y a mí me recuerda que tengo una.
Me giro y tomo la bolsa, cerrando la puerta a mis espaldas. Bajo tres tramos de escaleras hasta llegar a la calle, donde encuentro el carro de Paulina. Entro y no espero ni un segundo para acelerar. Una canción de salsa que conozco a la perfección llena el silencio, reemplazando el ruido del motor.
"No se puede negar la existencia de algo palpado por más etéreo que sea. No hace falta exhibir una prueba de decencia de aquello que es tan verdadero; el único gesto es creer o no. Algunas veces hasta creer llorando...".
Solo dos minutos me toma salir del pueblo, tomar la variante y emprender lo que será un largo viaje. Mientras conduzco, los recuerdos y las emociones se mezclan con la música, y de nuevo, las lágrimas y el dolor me nublan. Muy adentro sé que tengo que soltarlo pronto o voy a ahogarme.
Tengo que llamarlo a él... Tengo que decirle la verdad. Mi verdad.
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analogías
RandomTomé cuatro vidas, las uní, las hice amigas, las hice amores, las hice dolores, y les di un secreto. Tomé cuatro vidas, las hice diferentes, casi opuestas, pero tan iguales que si elimino hasta sus huesos, solo quedarían sus almas, desnudas, no habr...