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Jane se despertó de golpe, jadeando y empapado en sudor. Su corazón latía con fuerza, como si intentara escapar de su pecho. La oscuridad de la habitación lo envolvía, pero podía distinguir la figura de Cho cerca de él. Eran las cuatro de la mañana, y el brillo tenue del reloj despertador arrojaba una luz suave en el cuarto. Jane observó que Cho tenía puesta una camisa, una señal inconfundible de que se estaba vistiendo para irse, como solía hacer después de sus encuentros.

El alfa sintió una punzada de tristeza y frustración. Sin pensarlo, dejó que su aroma se liberara, inundando la habitación con una fragancia cálida y reconfortante. Cho, aún medio adormilado, sintió el cambio y su instinto omega de consolar se activó automáticamente. Se acercó a Jane y, sin decir una palabra, lo abrazó con fuerza, dándole leves palmadas en la espalda.

—Tranquilo, estoy aquí —murmuró Cho, su voz suave y tranquilizadora mientras acariciaba la espalda de Jane.

Jane respiró profundamente, sintiendo cómo su cuerpo comenzaba a relajarse bajo el toque de Cho. La tensión de la pesadilla y el miedo comenzaron a desvanecerse, reemplazados por la calidez y la seguridad del abrazo de Cho. Finalmente, los dos se acomodaron nuevamente en la cama, con Cho manteniendo sus brazos firmemente alrededor de Jane.

—No me dejes, por favor —susurró Jane, su voz quebrada y llena de una vulnerabilidad que rara vez mostraba.

—No lo haré —respondió Cho en voz baja, su aliento acariciando la oreja de Jane.

Jane, sintiendo el consuelo y la promesa en las palabras de Cho, se dejó llevar por el cansancio y el agotamiento emocional. Poco a poco, sus ojos se cerraron, y cayó en un sueño profundo, aún aferrado a Cho.



El día ya había comenzado, y los primeros rayos de sol se filtraban por las cortinas, bañando la habitación en una luz suave y cálida. Cho se despertó lentamente, parpadeando mientras sus ojos se ajustaban a la luz. Lo primero que vio fue a Jane, quien lo observaba con una ancha sonrisa. El alfa estaba apoyado en un codo, con la cabeza descansando en su mano, y la otra mano acariciaba suavemente el cabello de Cho.

—¿Qué miras? —preguntó Cho, su voz aún ronca por el sueño, con su clásica personalidad directa.

Jane sonrió aún más, sus ojos brillando con calidez.

—A ti —respondió suavemente—. Estaba pensando en lo mucho que me gusta verte despertar.

Cho frunció el ceño, tratando de mantener su expresión impasible, pero no pudo evitar sentir una punzada de calidez en su pecho.

—Vamos, levántate. Te invito a desayunar —dijo Jane, su tono ligero y lleno de afecto.

Para Jane, poder ver a Cho dormir y despertarse a su lado era un lujo, un momento de intimidad que atesoraba profundamente. Mientras lo observaba, no pudo evitar imaginar cómo sería si vivieran juntos. Esa escena, despertarse con Cho a su lado cada mañana, podría convertirse en una rutina de la cual nunca se cansaría. La idea de compartir no solo la cama, sino también la vida diaria con Cho, llenaba su corazón de un anhelo suave y persistente.

Cho se levantó de la cama, aún sintiendo el toque de la mano de Jane en su cabello. Mientras se vestía, podía sentir la mirada del alfa sobre él, y aunque no lo mostraba, eso le brindaba una extraña sensación de comodidad y pertenencia. Jane, por su parte, seguía perdido en sus pensamientos, disfrutando del momento y saboreando la simple felicidad de estar juntos.





El día en la oficina fue agitado, con un frenesí de actividad y decisiones rápidas. Lisbon, con su usual firmeza, había enviado a Cho y Rigsby a seguir y vigilar a una posible futura víctima que, desafiando la lógica, no deseaba el apoyo policial. Sin embargo, el deber y el interés en atrapar al asesino los obligaban a mantenerse cerca, atentos a cualquier indicio de peligro.

Colegas - El mentalistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora