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Era de noche cuando Cho llegó a su casa, agotado tras un largo y extenuante día en la oficina. El silencio del lugar lo envolvía, dándole un respiro del ajetreo constante de su trabajo. Se dejó caer en el sofá, cerrando los ojos por un momento mientras dejaba que la tensión abandonara su cuerpo. De repente, su celular vibró en su bolsillo. Al sacarlo, vio una notificación de una foto enviada por su madre. La imagen mostraba a sus padres en un crucero, ambos sonriendo con camisas coloridas bajo un sol radiante.

En otro momento, Cho habría visto la foto y la habría dejado sin respuesta. Pero esta semana había tenido mucho en qué pensar. Con un suspiro, decidió hacer algo poco común para él. Marcó el número de su madre. Después de unos pocos tonos, ella respondió con una mezcla de alegría y sorpresa.

—¡Cho! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo estás, cariño? —La voz de su madre era cálida y expresiva, como siempre.

—Hola, mamá. Estoy bien. Solo quería saber cuándo vuelven —respondió Cho, tratando de mantener un tono casual.

—Dentro de un mes, más o menos. Ya sabes, tu padre y yo queremos aprovechar al máximo estas vacaciones después de su retiro. ¿Cómo van las cosas por allá? —dijo ella, con un toque de curiosidad en su voz.

Hablaron un poco sobre las vacaciones, sobre cómo finalmente, después de tantos años de trabajo, sus padres podían disfrutar de un merecido descanso. Cho escuchaba atentamente, sintiendo una mezcla de emociones mientras su madre describía con entusiasmo los lugares que habían visitado.

—Me alegra que puedan tomarse estas vacaciones, mamá. —dijo Cho, con una sonrisa que su madre no podía ver pero seguramente podía escuchar en su voz. Luego, tras un momento de duda, añadió—. ¿Alguna vez pensaste en lo jóvenes que eran cuando me tuvieron?

Hubo una pausa al otro lado de la línea antes de que su madre respondiera, su voz volviéndose más suave y reflexiva.

—Sí, fue difícil. Tenía mucho miedo, especialmente por lo económico y por si sería capaz de criar a otro ser humano. Apenas lograba manejar mi propia vida. —dijo ella, con una sinceridad que hizo que Cho sintiera un nudo en la garganta—. Nunca fui devota de detener un embarazo, ya sabes cómo soy de conservadora. Incluso consideré la adopción, pero cuando fui al primer ultrasonido y te vi por primera vez, supe que podría hacerlo.

Cho se levantó del sofá y se acercó a la pared donde colgaban varios cuadros familiares. Tomó uno en particular que mostraba a él de niño con su madre, ambos sonriendo. Aún con el teléfono en la mano, miró el cuadro con una mezcla de nostalgia y gratitud.

—Pasaste por mucho —dijo Cho, su voz teñida de emoción.

—Pasamos por mucho, tu padre y yo. Aunque me gusta darme todo el crédito, él también aportó mucho para tu existencia —corrigió su madre con una risita—. Pero sí, fue una época difícil. Sin embargo, cuando te tuve en mis brazos, supe que todo valdría la pena.

Cho sonrió ligeramente, sintiendo el amor y el sacrificio en cada una de las palabras de su madre.

—¿Paso algo, cariño? - pregunto con leve sospecha

— No nada especial

El sonido de la voz del padre de Cho se filtro por el teléfono, quien llamo a su esposa con cierto entusiasmo. 

—. Ahora, tengo que irme, cariño. El partido de waterpolo está a punto de comenzar y tu padre no me perdonaría si me lo pierdo.

—Está bien. Cuídense. —respondió Cho, colgando después de escuchar su despedida.

Soltó un largo suspiro, dejando que el peso de la conversación se asentara en su mente. Llevó su mano a su vientre, sintiendo una calidez que lo reconfortaba. Aún era muy pequeño para sentirlo, pero Cho sabía que algo estaba creciendo dentro de él. Miró el cuadro una vez más antes de volver a colocarlo en su lugar, reconociendo que su propio camino como padre apenas comenzaba.



Colegas - El mentalistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora