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Cho apenas dirigía más palabras a Jane que las estrictamente necesarias. El alfa rubio había conseguido convencer a Lisbon de que le permitiera permanecer en el caso del asesinato de una joven encontrada en medio de la nada. Ahora, estaban interrogando a una chica que parecía ser amiga de la víctima, aunque ella negaba cualquier cercanía con vehemencia.

Lisbon soltó un largo suspiro, claramente frustrada. La joven se mostraba reacia a hablar, sus respuestas eran cortas y evasivas, sus ojos esquivaban los de Lisbon y su cuerpo estaba tenso, como si estuviera lista para salir corriendo en cualquier momento. La habitación de interrogatorios, con sus paredes grises y su iluminación fría, parecía empequeñecerla aún más. Lisbon, visiblemente molesta, se levantó de la silla y se acercó al oficial Cho, quien estaba de pie junto a la puerta, su postura erguida y alerta, como una estatua vigilante.

Jane observaba la escena desde la distancia, su mirada aguda no perdía detalle. Aunque mantenía una sonrisa tranquila y amistosa dirigida a la joven, su mente trabajaba rápidamente, ideando un plan que probablemente su jefa rechazaría de inmediato. Sus ojos brillaban con una mezcla de astucia y determinación, características que lo hacían tan eficaz en su trabajo.

Lisbon, después de unos segundos de intercambio silencioso con Cho, dejó al omega a cargo y salió de la sala, sus pasos resonando en el pasillo exterior. Cho iba a girar para retomar su posición cuando se encontró con el rostro de Jane peligrosamente cerca, el alfa se había movido con la rapidez y el sigilo de un felino, provocándole un leve susto que lo hizo retroceder un paso. La cercanía de Jane, su aliento cálido y el aroma sutil a té con miel que lo envolvía, hicieron que el corazón de Cho diera un vuelco.

Jane aprovechó ese momento de sorpresa. Su voz, baja y apremiante, era apenas un susurro.

—Dame un minuto con ella —pidió, sus ojos suplicantes clavados en los de Cho.

El omega mantuvo una expresión seria, tratando de ocultar la turbulencia interna que le provocaba la cercanía del alfa.

—No —respondió, su voz firme aunque sus ojos traicionaban un destello de duda—. No.

Jane, sin rendirse, añadió en un tono aún más bajo y persuasivo:

—Solo quédate en la puerta y finge atender una llamada.

El aroma a té con miel de Jane se hizo más perceptible, una táctica sutil para doblegar la voluntad de Cho. Aunque Jane sabía que no era necesario, conocía bien la indulgencia que el omega siempre le mostraba, a pesar de su fachada fría y distante.

Cho sintió cómo el alfa se inclinaba ligeramente hacia él, recostando su cabeza en su hombro y colocando sus manos en su cintura. La proximidad era abrumadora, y el susurro de Jane parecía resonar en sus oídos con una insistencia casi hipnótica.

—Te necesito en la puerta, omega. Por favor.

Cho agradeció que la joven estaba de espaldas, incapaz de ver la interacción. Jane sabía exactamente qué botones presionar para doblegar su voluntad.

—Solo un minuto —concedió Cho, alejando al alfa con un leve movimiento y dándole una mirada de advertencia—. No más tiempo, un minuto.

Jane mostró una brillante sonrisa, como si fuera un niño que acabara de recibir un dulce. Con rapidez, regresó a su lugar frente a la interrogada, que esperaba con un claro fastidio. Cho soltó un largo suspiro, observando desde la distancia cómo el alfa usaba sus grandes habilidades para hipnotizar a la joven con suaves palabras y un toque ligero en el hombro.


Un pequeño nudo se formó en su estómago mientras se preguntaba en qué punto cruzó la línea de profesionalismo en su relación con Jane. Si bien acostarse  fue cruzarla, se preguntaba en qué momento avanzó tanto que fue incapaz de verla. Un pequeño destello llamó su atención: en la mano de Jane, el anillo de matrimonio que aún conservaba brillaba espléndidamente.

Cho no podía apartar la vista del anillo de matrimonio en la mano de Jane, un pequeño pero constante recordatorio del pasado doloroso del alfa. A pesar de su relación casual, Cho sabía lo importante que era ese anillo para Jane. Nunca se lo había quitado, ni siquiera durante sus encuentros más íntimos, como si al hacerlo, temiera perder el último lazo tangible con su familia. El anillo no solo representaba una promesa rota por la tragedia, sino también un ancla que mantenía a Jane atado a sus recuerdos. 


El omega agarró fuertemente las sábanas, sintiendo la fuerza con la que el alfa lo penetraba. Cho intentaba mantener su respiración controlada, ocultando sus jadeos con los brazos. Aquella posición lo dejaba demasiado expuesto a la vista de Jane, cara a cara, algo que siempre le resultaba vergonzoso. Jane lo sabía muy bien; Cho, en momentos así, era tan transparente como el agua, especialmente bajo la embriaguez de las feromonas del alfa.

El alfa cargó al omega, colocándolo sobre su regazo y abrazándolo con firmeza. Esto le permitió a Cho esconder su rostro en el hombro de Jane, amortiguando sus jadeos. Jane había logrado convencer a Cho de pasar un buen rato en la habitación del hotel después de la cena, aunque no había sido fácil. Después de todo, estaban en medio de una investigación y no de vacaciones, y la constante vigilancia de Lisbon los hacía sentir como niños bajo supervisión, lo que era estresante.

Cho sintió un dolor agudo en el vientre, provocando que las lágrimas escaparan de sus ojos. Desde la primera vez, Jane había anudado a Cho incontables veces. Tal vez gracias a ello, los celos del omega disminuían, ya que el contacto constante con el esperma del alfa parecía calmarlo. Naturalmente, este era un mecanismo biológico para asegurar la descendencia. Claro está que la naturaleza no contaba con las píldoras anticonceptivas que Cho tomaba con estricta regularidad, algo que Jane sabía y respetaba.

El alfa comenzó a lamer las lágrimas del rostro de Cho, tratando de consolarlo por el dolor que el nudo de su miembro le causaba. Sabía que este proceso era un arma de doble filo, tan doloroso como placentero para un omega. Cho nunca lo había cuestionado sobre ello; simplemente se lo permitía, y Jane estaba agradecido, pues le daba la oportunidad de ejercer su dominio y someterlo de una manera que ciertamente le gustaba.

Ahí, en un abrazo fuerte, Cho sintió el cálido líquido llenando su interior, haciendo que su vientre se viera abultado. El alfa bajó la mano y acarició suavemente la piel de Cho, soltando un leve gruñido de satisfacción. Ambos se recostaron con cuidado, aún unidos, sabiendo que permanecerían así unos treinta minutos más. Durante ese tiempo, Cho se quedó profundamente dormido, mientras Jane lo mimaba con caricias, besos y marcas, recompensándolo por ser un buen omega. Jane esperaba poder dormir un poco mientras inhalaba la perfecta combinación de duraznos y té con miel, una mezcla que siempre lo tranquilizaba y le daba una sensación de hogar.

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Capítulo 2
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Los capítulos se publicaran los sábados y martes.

Colegas - El mentalistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora