v. miedo

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El suceso de esa noche parece levantar una especie de tregua entre ellos, y de repente la situación se vuelve más amena para ambos. No hablan, en realidad, porque no tienen nada que decirse. Pero sus miradas cargan un mensaje más amable, y coexistir deja de sentirse como una batalla campal.

Martin no acaba de entender por qué, de la noche a la mañana, el chico parece ser una persona completamente diferente. Realmente tiene que gustarle el pollo empanado para haber dado un cambio tan radical en tan poco tiempo. Le parece un tanto absurdo, a decir verdad, pues siente que no ha hecho más que un acto de decencia humana básica. Tal vez la actitud que había tenido con él no era solo cuestión de carácter.

La primera vez que escucha su voz dirigirse a él, se asusta. No la recuerda tan grave, y nunca la ha escuchado en un tono tan gentil. Está sentado sobre la cama, recién duchado y echándose la pomada, cuando ve la sombra del mayor acercarse.

— ¿Qué es eso? —le pregunta.

— Fisiocrem. Para el dolor muscular.
Juanjo asiente. No dice nada por un momento, y Martin nota que duda antes de volver a hablar.

— Es que me he quedado sin –explica. No recuerda haberle visto usar nada en los días que llevan juntos, pero supone que lo haría cuando el menor no estaba delante—. Pero yo uso Flogoprofen.

Reconoce la marca por Chiara, que tiene la misma. La ha usado alguna vez que no ha tenido la suya a mano, y siempre le ha hecho el mismo efecto que la propia. Cierra el bote morado y lo tiende al chico, explicándole esto mismo.

— ¿Dónde te molesta?

— El hombro, sobre todo. Hoy hemos hecho doble entrenamiento.

Martin lo mira con entendimiento. Las rondas de clasificación habían sido duras para todos por igual. Y ahora, con sus pruebas definitivas cada vez más cerca, los entrenos se habían vuelto cada vez más exigentes.

Observa cómo el chico se escurre al baño, murmurando un "gracias" antes de entrecerrar la puerta. Desde su posición tiene una vista perfecta del chico, que se saca la camiseta y la cuelga del pomo de la puerta. Se tiene que obligar a sí mismo a apartar la mirada de los músculos de su espalda.

(...)

Juanjo decide darle una segunda oportunidad. Si bien considera que su rencor inicial era (bastante) justificado, entiende que no es el chico quien ha escogido los miembros del equipo olímpico.

No tarda en darse cuenta de lo atento y detallista que es. Cuando hablan sobre cualquier cosa, después de su ronda de duchas por la noche, siempre lo escucha con atención –como si el estilo más adecuado para cada parte de la prueba de libre fuera la información más importante que ha recibido jamás.

Se siente mal de haber sido tan borde con él, y tiene que aceptar que disfruta mucho de su compañía. Nota su ausencia cuando sus entrenos no coinciden, sintiendo la habitación vacía sin sus paseos de lado a lado y conversación ligera. Le permite desconectar del estrés del resto del día, dejando de lado los temas competitivos para dar paso a algunos más triviales. Descubre que tienen muchas cosas en común, más de las que se podría haber llegado a imaginar cuando los asignaron como compañeros de cuarto. Siente que conectan como no lo había hecho con nadie en mucho, mucho tiempo.

Llega un punto que no recuerda cómo era capaz de soportar las exigencias de su día a día sin su parloteo optimista de fondo. Se pasa los entrenos esperando a poder volver a su cuarto, donde sabe que encontrará al chico con sus pantalones de pijama de abuelo y una cajita de arándanos en la neverita.

Llega la semana de su competición con una prisa que los asusta. Martin compite el miércoles y Juanjo el viernes. Sus disciplinas han sido de las últimas en comenzar las pruebas, a penas a una semana del fin de los juegos. La competición de Juanjo sería, de hecho, de las últimas que se celebrarían.

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