iii. habitaciones

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El ritmo frenético de los entrenos lo absorbe. Los días se mezclan entre sí, todos una mezcla borrosa de suelos de madera, barras y las mismas rutinas que repite hasta la saciedad. Casi ni nota como junio y julio se escurren entre sus manos y, de un momento a otro, se encuentra en el avión de camino a París.

No tiene la suerte de coincidir con sus amigas, y tampoco se sienta cerca de ningún compañero con el que tenga especial confianza. Dedica, en su lugar, las dos horas de trayecto a intentar acabarse el libro que lleva a medias desde abril. Necesita concentrar su atención en cualquier cosa que no sea las inminentes Olimpiadas. Pero se siente incapaz de leer más allá de la primera línea, su mente divagando cada vez que lo intenta. Así que opta por llevarse sus cascos a las orejas y perder la vista en el mar de nubes que se extiende frente a él.

Si le hubieras preguntado hace un año dónde se veía en ese momento, en ninguna de sus respuestas se pasaría esta posibilidad. Tal vez en cinco años, o en diez, sí se plantearía haber llegado a las Olimpiadas, después de años formándose con el Equipo Nacional. Pero no ahora, recién llegado a la capital y con los 19 años recién cumplidos.

Cuando bajan del avión, Martin se siente mareado. Nada tiene que ver con el viaje. Le golpea de sopetón la realidad de lo que está haciendo. Se encuentra millones de carteles que anuncian las Olimpiadas, aquellas en las que él participaría. Las que podría, con un mínimo error, arruinar para todo su país.

Le tiemblan las piernas según camina hacia el autocar, arrastrando tras él la enorme maleta. Aunque está pensada para que lo acompañe durante un mes de viaje, teme que la mitad de cosas le resulten inservibles cuando sean desclasificados en una de las primeras fases. Podría vomitar ahí mismo. No quería ni imaginarse cómo estaría cuando pisaran el recinto en que se celebrarían los juegos.

Por suerte, su primera parada es la Villa Olímpica. La magnitud de esta le sorprende, sintiéndose enano entre esos edificios tan altos y tan nuevos. Habían sido diseñados específicamente para ellos. Le parecía demasiado que procesar. Se aferró a Violeta como si le fuera la vida en ello, necesitando urgentemente de la energía de su amiga para devolver los pies a la tierra.

Entra todo el equipo junto a la recepción, encontrándose con otro grupo parado junto al mostrador. Una mujer bajita y enérgica habla con la recepcionista, entendiéndose a duras penas, y Martin no tarda en reconocerla como una de las entrenadoras de la selección de natación de España. Maldice su suerte mientras sus ojos se desvían, involuntariamente, hacia el grupo de chicos que la acompañan.

Y ahí lo encuentra, tan serio como siempre, mirando a una pared mientras espera a que le asignen su habitación. No pasan por alto las ojeras que marcan sus ojos.

La mujer se dirige directamente a hablar con Pablo, su entrenador. Y Martin no acaba de entender lo que está pasando, hasta que les piden a ambos grupos que se reúnan en un círculo alrededor suyo.

— Ha habido un problema con las habitaciones —explica la entrenadora, que descubre que se llama Mamen—. Se han mezclado los informes y, al parecer, han registrado en el sistema la selección de gimnasia y la de natación como si fueran una sola. Las chicas sois pares, así que no habrá problema en formar parejas independientes. Pero, como los chicos sois impares, vamos a tener que pediros a uno de cada equipo que compartáis habitación.

Se levanta un murmullo general, que Pablo no tarda en acallar.

— Para ser totalmente justos, vamos a escoger la pareja al azar.

Martin observa cómo los dos entrenadores rebuscan entre sus cosas para hacerse con las listas. No le preocupa mucho esta información; al menos, no tanto como al resto de sus compañeros. No había tenido tiempo de estrechar lazos con nadie de su equipo, más allá de meras relaciones cordiales. La diferencia entre compartir habitación con uno de los gimnastas a compartirla con uno de los nadadores no sería mucha para él. Pese a esto, sí que le parece curiosa la manera en que obra el destino. Si el problema se hubiese dado con las habitaciones femeninas, tal vez Kiki y Violeta podrían haber acabado juntas y él se podría haber escapado con ellas.

Se hace un silencio expectante entre todos los presentes mientras, con los ojos cerrados, levantan un boli y lo lanzan al azar sobre la hoja. Una sonrisa nostálgica adorna la cara de Martin, pues el gesto le recuerda a sus profesores de primaria eligiendo quién comenzaría a leer en clase de lengua.

— Juanjo Bona Arregui —anuncia la voz amable de la mujer.

Ve cómo da un paso adelante el chico de la nariz afilada y miradas cuestionables. Usa su mano para reprimir una risita, pues le parece excesivamente divertido que haya sido el chico más cascarrabias del equipo quien haya recibido el castigo. No puede evitar pensar que es obra del karma.

Sin embargo, la emoción dura poco, pues Pablo es el siguiente en anunciar al escogido.

— Martin Urrutia Horas.

Maldice el karma y se maldice a sí mismo por tentarlo.

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