vii. perfecto

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Juanjo se levanta de un sobresalto tras su tercera pesadilla de la noche. Se pasa una mano por la cara, intentando disipar las imágenes traicioneras que le ofrece su mente cada vez que parece conciliar el sueño, y cierra los ojos una vez más. Da una vuelta, dos, y decide que no puede soportarlo más. Toca la pantalla de su móvil y mira la hora. Las 4:37 de la madrugada. Le sirve.

Se incorpora en la cama, dándole una patada a la sábana que aún no había llegado a utilizar, y se pone de pie haciendo el menor ruido posible. Martin aún duerme en la cama de al lado, respirando acompasadamente, con una expresión de paz completa que Juanjo no puede evitar envidiar. Él ya ha pasado lo peor, y encima ha salido victorioso. Desea con todas sus fuerzas que, esa misma noche después de la competición, él pueda descansar con la misma tranquilidad.

Saca de su armario la mochila que ya dejó preparada anoche, así como un traje de baño de ocio que tiene en el fondo de su maleta. Se mete al baño a asearse y, cuando sale, encuentra la figura de Martin removiéndose bajo el edredón.

— ¿Juanjo? —pregunta, con voz ronca por el sueño. Le sorprende encontrarlo totalmente vestido, con la bolsa sobre el hombro—. ¿Qué pasa? ¿Dónde vas?

— No puedo dormir, así que me voy a hacer unos largos. Para despejarme.

Espera que esta información sea tranquilizante para el menor, y que vuelva a acostarse. Pero, en su lugar, parece activarse más.

— Te acompaño —sentencia, ya de pie y acercándose perezosamente hacia su armario. Juanjo lo frena con una mano sobre su pecho. El toque es delicado, sin ejercer ningún tipo de presión sobre el contrario, apenas rozando la piel de su pecho.

Se da cuenta, de golpe, que el chico se ha quitado la camiseta del pijama. Ignora el calor que sube a su cara.

— No. Vuelve a dormirte —le dice, firme, consiguiendo detener su paso—. No son ni las cinco.

— Con más razón aún. ¿Pretendes que te deje solo a estas horas? Ni de coña.

Y sin aceptar más protestas, Martin coge las primeras prendas que encuentra y se las echa por encima. Juanjo se da cuenta al momento de que la camiseta que lleva es suya, pero no le dice nada.

(...)

Martin tiene los pies en el agua mientras observa a Juanjo nadar. Se han adueñado de una de las piscinas para entrenar, de esas que no están en proceso de adaptarse para las pruebas que tendrán lugar en unas horas. Le sorprende que no haya nadie más aprovechando el espacio, aunque supone que tal vez las cinco y media de la mañana es mejor hora para descansar que para calentar.

Mira cómo Juanjo da largos de un lado a otro de la piscina. Admira la forma en que sus brazos se mueven, a ritmo constante y seguro, cortando con los brazos por el agua para abrirse paso en ella. Los músculos de su espalda se tensan y destensan, al mismo tiempo que sus piernas acompañan el nado con su pataleo.

Se queda embobado, contemplando la gracia con que gira al final de la piscina para emprender otro largo. Su ritmo no es intenso, pues más que entrenar lo que busca es despejar su mente. Pero su técnica se mantiene completamente impecable, y Martin está seguro que no ha visto nunca a nadie con tanta habilidad como él.

Juanjo asoma la cabeza del agua, parando justo entre las piernas del pequeño para poder saludarlo. Respira agitadamente, aunque no le parece lo suficiente para el esfuerzo que acaba de hacer. Lleva, fácilmente, veinte minutos ahí metido.

— Hola —lo llama el mayor, pasándose una mano por la cara para quitarse el exceso de agua. El gorro de natación le da un aspecto divertido, pero sigue siendo uno de los chicos más guapos que ha visto jamás.

equilibrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora