i. la selección

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Martin se remueve inquieto en su asiento en la gran sala de actos. Sabe que no tiene por qué estar nervioso. Llegó al Nacional de gimnasia hace apenas unos meses, por lo que es evidente que no se depositaría en él tal responsabilidad como representar al país en unas Olimpiadas. Y confía plenamente en sus amigas que, además de años de experiencia en el equipo, han trabajado más que nadie para llegar hasta donde están ahora.

Se aferra al brazo de Violeta, a su derecha, cuando llaman a Chiara al escenario. La observan subir al escenario desde unas gradas más arriba. El evento no es específico para el equipo de gimnasia, así que pueden comprobar como la joven nadadora recibe el nombramiento con una sonrisa enorme. Pueden ver claramente, pese a la distancia, el brillo de sus ojos verdes.

El equipo de natación se toma la fotografía oficial, y dan paso a la siguiente disciplina. El vasco deja caricias tranquilizadoras sobre el brazo y hombro de la pelirroja, que parece a punto de un ataque nervioso. La espera se les hace interminable; parecer ser que la Gimnasia Artística será, por alguna razón, la última en ser anunciada.

No se sorprende cuando Violeta es nombrada, pero eso no le impide sonreírle con todas sus fuerzas y dejarse las manos para aplaudirla tanto como merece. De ese momento en adelante, se permite destensar su cuerpo, que lleva rígido por los nervios desde que se ha despertado esa mañana.

Intenta comunicarse con la granadina en la distancia, lanzándole miradas cargadas de significado. Sabe que se está volviendo loca por dentro, aun si mantiene una expresión totalmente compuesta frente al resto de asistentes. Se desconecta tanto del evento que ni siquiera se da cuenta de que han comenzado a llamar al escenario a los miembros del equipo masculino.

— Y, por último, una de nuestras últimas y más brillantes incorporaciones: Martin Urrutia Horas.

No escucha su nombre al principio. Ni siquiera se da cuenta de lo que está pasando hasta que siente las manos de sus compañeros en sus hombros, dándole palmadas de felicitación y empujándolo para que se levante. Solo entonces lleva la mirada a la pantalla, y encuentra su nombre proyectado en la pantalla.

(...)

— Te juro que no lo entiendo, Álvaro. No tiene puto sentido.

La reunión de celebración es de todo menos celebrativa. Juanjo apenas ha tocado su cerveza, y eso que sabe que será la última que podrá tomar en muchos meses. Ni siquiera le parece una buena noticia haber sido escogido para representar al país en las Olimpiadas. No si Álvaro, que ha trabajado igual o más que él, se ha quedado fuera.

— No pasa nada. Todos sabíamos que podía pasar —intenta tranquilizarlo, y el maño no entiende cómo puede estar así de conforme con los nombramientos.

— Podría entenderlo si fuera cualquier otra persona. ¿Pero él, en serio?

Juanjo se recuerda la primera vez que vio a Martin Urrutia. Acababa de dejar a Álvaro en su entreno, y se chocó contra él mientras se apresuraba hacia el gimnasio. Llegaba tarde, e iba más perdido que un pulpo en un garaje. Apenas haría un mes de ese encuentro. ¿Cómo coño había quitado el puesto a su amigo, que llevaba más de tres años dejándose la piel por el equipo?

— El chico tiene talento, JJ. Lo suyo es innato. Y el comité no se fija en quién se esfuerce más, o en quién lleve más tiempo. Buscan quién puede concederles la victoria; y Martin puede —explica calmadamente, dando un sorbo a su cerveza. No convence al chico, que cada vez es más consciente que el viaje a París con que llevaban tanto tiempo soñando se ha quedado a medias.

— Venga, Juanjo —lo anima Bea, con una de sus sonrisas apaciguadoras y un toquecito en el hombro—. ¡Que aún no hemos celebrado que tenemos a un nadador olímpico entre nosotros!

Los tres amigos brindan en su honor, y Juanjo deja que el sabor amargo de la cerveza en su lengua se lleve todas sus preocupaciones.

equilibrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora