Capitulo tres: Samantha

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La escuela se encontraba casi vacía por completo, se escuchaba un silencio algo abrumador por los pasillos al recorrerlos, traté de platicar con el que sería mi nuevo amigo pero antes de poder decir alguna palabra se sentía como la tensión y el silencio del ambiente nos obligaba a no decir nada, no hacer el más mínimo ruido.

Cada paso que dábamos resonaba entre los casilleros, era como si el sonido rebotara en todas partes y por cada rebote se hacía más fuerte, más intenso.

Una vez que atravesamos las puertas del instituto se sintió un ambiente distinto, sí, aún había silencio pero no exagerado como adentro. Se podía escuchar levemente el trino de los pájaros al cantar, o pequeñas conversaciones que mantenían algunos alumnos que se encontraban aun alrededor del campus. En cierto modo era muy relajador.

—¡Tahiel! ¿Dónde estabas? —escuché como Bridgett se acercaba a nosotros—. Tú mamá lleva una hora esperándote.

—Lo siento. Tú también me esperabas ¿no? —le pregunté tratando de adivinar su raro gesto.

—Sí, Tahiel, sí. —soltó acompañado de una sonrisa que únicamente ella podía darme.

Me quedé unos segundos observándola reír, se veía tan encantadora, su cabello lucía levemente despeinado pero no era algo que se notara mucho al menos que la vieras con detenimiento como yo acostumbraba a hacer. Debía dejar de hacerlo, parecía un acosador psicópata. Y no, no lo soy.

—¿Él es tu nuevo amigo? —preguntó al pasar unos segundos en los que nadie dijo nada, por lo menos no alguien que estuviera con nosotros.

—Ah, sí.

—Soy Luke, gusto en conocerte Bridgett. —se presentó solo antes de que yo pudiera decir algo más.

—Igual, pero creo que ya te conocía, Luke. —le respondió Brid con una sonrisa divertida.

—¡Tahiel!

Escuché como una voz gritaba mi nombre aparentemente no muy lejos, mis oído me dirigieron la vista a la parada del auto-bus y efectivamente de ahí provino el grito. Era la chica del cabello rojo, Samantha, según había dicho Bridgett.

Sabía que tenía que ir con ella, lo necesitaba. Tenía tantas preguntas que tal vez ella pudiera responder.

—Ahorita vengo chicos, necesito hablar con una compañera —bueno, de alguna manera sí era mi compañera y no tanto en la escuela, sino en estos extraños... ¿poderes?

Miré de reojo a mi amiga castaña y pude observar como rodaba los ojos en señal de desaprobación, era evidente que no se llevaba bien con ella o que algo había pasado entre esas dos chicas. Otra pregunta más a la lista. Por otro lado, mi nuevo amigo me dedicó una sonrisa de despreocupación, dándome la aprobación de dejarlos solos unos segundos.

—Hola. —Saludé al acercarme lo suficiente.

—Debo confesar que te vez mejor sin tu ropa —comentó con una sonrisa que no pude descifrar—. Estoy jugando, niño.

—Necesito que me expliques qué fue eso —No fue una petición ni mucho menos una exigencia, sonó más a una súplica.

—Si tú no sabes, yo tampoco voy a saber —su expresión cambió a una más seria—. Mira, no tengo ni idea de por qué sucede, sólo sucede. Sentirte bendecido o maldecido ya depende de ti.

—¿Cómo qué sólo sucede? Debe existir una explicación.

—¡No la hay! —exclamó a lo alto—. Tal vez esto para ti sea nuevo pero yo ya le di mil vueltas al asunto sin poder descubrir nada, ni una pista. —finalizó con un suspiro de cansancio.

Tahiel: HideAwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora