Capítulo 2 - Eustaquio y Nataly

166 22 15
                                    

Sara creía que su sueño jamás se haría realidad.

Un esposo amoroso.

Unos hijos hermosos.

Una hacienda de éxito.

El deseo de conseguir su propia familia parecía escaparse de sus manos, así como el convertirse en dueña y administradora de sus propias tierras... Sin embargo, la vida no dejaba de sorprenderla y de la mayor de las desgracias, llegó a su vida ese llamativo hombre, en forma de obrero, que puso su mundo del revés.

Un esposo amoroso.

A Franco Reyes nadie podría ganarle en lo que se refería a mostrar su amor por ella, y se quedaba corta al describirlo porque ni en mil vidas hubiera descubierto lo que era el amor real y verdadero si no llega a ser por ese hombre de cautivadores ojos azules.

Unos hijos hermosos.

Y si Franco le regaló su amor de forma desinteresada, mayor regalo que los dos hermosos hijos que compartían, no podía existir.

Convertirse en mamá gracias a Andrés y revalidar el título con Gaby, sí que era el sueño inalcanzable y que ahora era una realidad en la que se despertaba todos los días.

Una hacienda de éxito.

El amor de Franco y sus hijos era más que suficiente, es más, era mucho más de lo que esperaba, y eso era lo que le reconfortaba cuando en días como aquel, la última parte de su sueño se esfumaba ante sus ojos.

–Por favor, no te mates.

Franco siempre conseguía sacarle una pequeña risa, incluso tras su nefasto encuentro en el ayuntamiento.

–Entonces, a ver, cuéntame. ¿Cómo te fue con el flamante trámite que tantas ganas tenía de hacer?

Quería olvidarse de lo sucedido, relajarse en el jardín y disfrutar de la imagen de sus hijos jugando a lo lejos.

–¿Por qué te estás riendo? –preguntó al ver la sonrisa burlona de su esposo– ¿Porque sabes que me fue mal?

Sentía cierto enojo, pero conocía a Franco y lo mucho que adoraba molestarla.

Al fin y al cabo, ese fue el inicio de su relación.

–No, no...

Por mucho que Franco ahora quisiera cambiar de tema, ella había vuelto a entrar en el bucle de la decepción.

–No te burles de mí, sabes que me fue mal. Siempre me va mal con ese tipo, no me puede ni ver, me detesta. Cuando yo llego, le cambia la actitud.

No entendía.

Simplemente, el trabajador del ayuntamiento encargado de administrar la documentación para la obtención de licencias de obras, torcía el gesto cada vez que la veía llegar.

¿Qué se creía?

Ella solo necesitaba una simple autorización para expandir legalmente sus potreros.

Necesitaba competir en categorías superiores y para eso aumentar el número de equinos.

–¿Por qué te estás burlando? –preguntó molesta.

–No, no –Franco trató de justificarse–. Me parece que se repite un poquito la historia, ¿no?

Arrugó el ceño.

–¿Cuál historia?

Estaba perdida.

–O sea, tú me odiabas a mí y ahora, mira, me adoras.

Prueba de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora