A la mañana siguiente, Fang llegó temprano a la casa de Edgar. Había planeado una sorpresa: un paseo en bicicleta. Edgar, aunque algo reticente, aceptó, confesando que nunca había aprendido a montar cuando era niño. Siempre se caía y, ahora con su condición, le parecía imposible aprender. Fang, decidido a cambiar eso, le prometió que lo llevaría a pasear y, de paso, le enseñaría.
El pelinegro se sentó en la parte trasera de la bicicleta mientras el peliazul pedaleaba. Edgar extendió sus manos al aire, disfrutando de la brisa que acariciaba su rostro. Fang lo llevó a un parque tranquilo, ideal para practicar. Había preparado unas rueditas traseras para la bicicleta, asegurándose de que no se cayera y creyera que estaba manejando bien.
Mientras Edgar pedaleaba, su rostro se llenaba de una mezcla de miedo y emoción. Fang lo animaba, asegurándole que lo estaba haciendo bien y que siempre estaría allí para protegerlo. En un momento de euforia, el pelinegro soltó el manubrio y levantó sus manos al viento. Fang se alarmó, temiendo que Edgar se cayera, y lo observaba de cerca, listo para intervenir.
La bicicleta comenzó a tambalearse y, finalmente, Edgar perdió el equilibrio y cayó al suelo. Fang, preocupado, corrió a su lado y le preguntó si estaba bien, dispuesto a llevarlo al hospital si era necesario. Edgar, con los ojos cerrados y recostado en el suelo, extendió su mano y tocó el rostro del peliazul, quien se quedó quieto al sentir el suave contacto.
-Como lo imaginaba... ¿Esa es tu cara? Sin duda eres feo -bromeó Edgar.
Fang puso los ojos en blanco, indignado, y se levantó del suelo.
-¿Feo? Si supieras cuántas chicas están detrás de mí no dirías eso.
Edgar se rió y extendió su mano para que Fang lo ayudara a levantarse. Una vez de pie, el pelinegro volvió a tocar el rostro de su amigo y le dijo:
-Debes afeitarte la barba.
Edgar comenzó a alejarse riendo, y el peliazul lo siguió, aún indignado.
-¡Ah! ¿Sabías que dicen que la barba crece cuando piensas mucho en cosas eróticas? -dijo Edgar, divertido, para molestarlo.
Fang se detuvo, sorprendido y molesto.
-¿Cómo es que piensas así de tu salvador? No lo puedo creer...
Edgar, aún riendo, le recordó:
-Tu bicicleta, genio.
Fang, aún sorprendido por la osadía de Edgar, suspiró y volvió por la bicicleta, sabiendo que sus días serían más interesantes con él a su lado.
...
Después de un día lleno de risas y aventuras, el peliazul acompañó a Edgar a su casa para asegurarse de que llegara bien. Mientras se despedían en la puerta, Edgar le agradeció por el día maravilloso.
-Gracias por todo, de verdad. Hoy fue increíble -dijo el pelinegro, con una sonrisa sincera.
Fang lo miró, su corazón se llenaba de calidez ante las palabras del pelinegro.
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El Ángel De Los Ojos Perdidos | FANGAR
RomanceDesde el primer momento en que te vi, supe que te amaría para siempre. Ojalá tú también hubieras podido verme y sentir lo mismo.